Patricia Olga Hernández Espinoza
Durante las excavaciones realizadas en el atrio de la Catedral Metropolitana se recuperó una serie de esqueletos que por la forma y disposición en que fueron sepultados sugieren haber sido víctimas de dos sucesos históricos ocurridos en la ciudad de México: el motín por hambre de 1692 y la epidemia de viruela de 1797.
En 1982, durante los trabajos de nivelación del atrio de la Catedral Metropolitana de la ciudad de México, el hallazgo de un muro recubierto de estuco pintado dio paso a una de las excavaciones más interesantes de esa época, cuyos resultados son fundamentales para entender los avatares cotidianos a los que se enfrentaron los antiguos pobladores de la entonces capital de la Nueva España.
Con el objeto de conocer el origen y dimensiones del muro, la entonces Dirección de Monumentos Históricos del INAH propuso el llamado “Proyecto Atrio de la Catedral”, con dos objetivos: encontrar los límites y la ubicación de la primera Catedral de México y, el segundo, localizar las huellas de las bases de la columnas descubiertas por Antonio García Cubas en 1881. Las excavaciones, en efecto, pusieron al descubierto el sitio de la ubicación de la catedral primitiva de esta ciudad, fundada por órdenes de Hernán Cortés entre 1523 y 1524, al norte de los solares destinados para la plaza mayor.
Las bases de las columnas no aparecieron; sin embargo, el curso de los trabajos de excavación fue dejando al descubierto una serie de esqueletos que por la forma y posición en que fueron enterrados (uno al lado del otro), despertaron en el ámbito académico la sospecha de que dichos individuos habían sido víctimas de alguna epidemia, pues se sabía que durante la época colonial uno de los principales azotes de la población común, además del hambre y los trabajos forzados, fueron las enfermedades traídas por los españoles.
El trabajo de recuperación de los restos óseos estuvo a cargo de los antropólogos físicos José Concepción Jiménez López, Alfonso Rosales López y José Luis del Olmo Calzada, los tres investigadores del entonces Departamento de Antropología Física del INAH, quienes con el auxilio de estudiantes de la Escuela Nacional de Antropología e Historia recuperaron 157 entierros primarios y dos osarios.
Lo que dicen los entierros
De los 157 entierros, sólo fue posible identificar a 146 individuos, 51 (35%) de sexo masculino, 51 (35%) de sexo femenino y 44 (30%) menores de 15 años en los que no fue posible identificar el sexo. La curva de distribución por edades a la muerte ofrece la imagen de una población joven, con alta mortalidad infantil y escasa sobrevivencia en edades adultas. La muestra obtenida del antiguo cementerio de la Catedral no corresponde al total de población que vivió y murió en ese tiempo pero, de acuerdo con los principios de la paleodemografía, ante una evidencia de muerte colectiva es probable que la distribución por edades a la muerte corresponda con la que tuvo en vida dicha población.
Hernández Espinoza, Patricia Olga, “Las posibles víctimas de la epidemia de viruela de 1797. Una muestra de la población mestiza del siglo XVIII”, Arqueología Mexicana núm. 110, pp. 72-75.
• Patricia Olga Hernández Espinoza. Profesora de tiempo completo en la División de Posgrado de la Escuela Nacional de Antropología e Historia, donde es titular de la línea de investigación “Antropología y dinámica demográfica”.
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