¿Lloró Cortés en el “árbol de la Noche Triste”?

El 30 de junio de 1520, las huestes españolas y sus aliados indígenas huyeron en la noche para escapar del tremendo asedio a que los tenían sometidos los mexicas en el palacio de Axayácatl en la ciudad de Tenochtitlan. Tanto Cortés como Bernal Díaz del Castillo relatan los acontecimientos aciagos para el bando español. Dice así el capitán Cortés en su segunda carta de relación a Carlos V, al describir la salida de la capital tenochca y llegar a Tacuba, en donde se supone que aconteció el hecho que relatamos: “Y llegado a la dicha ciudad de Tacuba, hallé toda la gente remolinada en una plaza, que no sabían dónde ir […] En este desbarato se halló por copia, que murieron ciento y cincuenta españoles y cuarenta y cinco yeguas y caballos, y más de dos mil indios que servían a los españoles…” (Cortés, s.f., pp. 241-242).

Como se lee, no hay la menor referencia de que hubiese llorado al pie de algún árbol, pese a los terribles estragos causados a las tropas peninsulares y sus aliados indígenas por las huestes de Cuitláhuac, recién nombrado tlatoani de Tenochtitlan. Tampoco era de esperar que se lo dijera al rey de España, pues un bizarro capitán como él no podía dar signos de flaqueza ante la adversidad. Sin embargo, Bernal Díaz del Castillo hace alguna alusión al asunto cuando llegan las vencidas tropas a la ciudad de Tacuba. Así lo menciona: “Volvamos a Pedro de Alvarado, que como Cortés y los demás capitanes le encontraron de aquella manera y vieron que no venían más soldados, se le saltaron las lágrimas de los ojos. Dijo Pedro de Alvarado que Juan Velázquez de León quedó muerto con otros muchos otros caballeros…” (Díaz del Castillo, 1943, II, p. 24).

Una vez más vemos la ausencia del árbol, aunque las lágrimas sí están presentes. La tradición ha señalado que fue en el vetusto árbol que se encuentra en Tacuba –o lo que queda de él, pues por lo menos en dos ocasiones ha sido quemado– donde ocurrió el hecho. No lo sabemos a ciencia cierta ya que no hay mención del acontecimiento, como quedó dicho. Sin embargo, José María Velasco dejó una pintura del árbol y en las escuelas los maestros mencionan lo que supuestamente aconteció en el lugar. Bien sabemos cómo, en no pocas ocasiones, una idea va extendiéndose a lo largo del tiempo y acaba por creerse que un determinado suceso tuvo lugar aunque no existan datos para sustentarlo. Éste puede ser el caso.

Quizá todos estos pasajes de nuestra historia brotaron de la boca de don Manuel Gamio, cuando alrededor de los cincuenta del siglo pasado explicaba a un joven estudioso de la historia, y además sobrino suyo, los pormenores de aquella derrota. Una fotografía muestra a los dos personajes frente al mudo testigo, el “árbol de la Noche Triste”. Don Manuel muy bien ataviado explicando; el joven, que no es otro que Miguel León-Portilla, con atención escucha las palabras del maestro, con libreta en mano para hacer sus anotaciones. El primero había puesto las bases de la antropología mexicana con su concepto integral de la antropología; el segundo, al paso del tiempo, se convirtió en maestro de muchas generaciones de historiadores y antropólogos.

Son dos generaciones que han estudiado el pasado y que, en el caso de esta fotografía histórica, tuvieron como testigo aquel ahuehuete que ha sabido, pese a todo, resistir el paso del tiempo. Lo mismo podríamos decir de Manuel Gamio y de Miguel León-Portilla.

 

Eduardo Matos Moctezuma

 

 

Para leer más…

Cortés, Hernán,  Cartas de relación de la conquista de América, Editorial Nueva España, México, s.f.

Díaz del Castillo, Bernal, Historia verdadera de la conquista de la Nueva España, t. II, Ed. Nuevo Mundo, México, 1943.

 

Tomado de Eduardo Matos Moctezuma, ¿Lloró Cortés en el “árbol de la Noche Triste”?, Arqueología Mexicana, núm. 131, pp. 86 - 87

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