Lejos de limitarse, como en la actual civilización occidental, a ser parte de la dieta o a ser mostrados como simple curiosidad en los zoológicos, los animales mesoamericanos convivieron con hombres y dioses en combinaciones y equilibrios complejos. Por ello, su presencia en la vida cotidiana y en la cosmovisión de los pueblos de Mesoamérica aparece en abundantes y variados testimonios de carácter arqueológico, plástico, iconográfico y literario.
Una vez finalizada la creación del mundo, los dioses determinaron poblarlo de seres que les rindiesen culto. Nacieron así los animales, pero fueron incapaces de adorar a sus progenitores: “ … sólo chillaban, cacareaban y graznaban; no se manifestó la forma de su lenguaje, y cada uno gritaba de manera diferente”. Irritados los dioses fijaron el destino de los animales en la tierra: fueron condenados a vivir en barrancos y bosques, y a ser matados, comidos y sacrificados. A diferencia de lo que los mayas quichés plasmaron en el Popol Vuh –este bello mito sobre el origen de los animales-, otros pueblos del México central explican en sus relatos cómo los hombres primigenios fueron transformados en peces, monos, guajolotes, mariposas o perros, después de los cataclismos que destruyeron las sucesivas eran cósmicas.
Esta forma de concebir a los animales –como primeras creaturas o como frutos de la metamorfosis de humanidades anteriores- revela los estrechos vínculos que los mesoamericanos percibían entre su propia naturaleza y la de la fauna que los rodeaba. La omnipresencia del mundo animal en la vida cotidiana y en la cosmovisión de los pueblos de Mesoamérica aparece en abundantes y variados testimonios de carácter arqueológico, plástico, iconográfico y literario.
Tomado de Guilhem Olivier, “Los animales en el mundo prehispánico”, Arqueología Mexicana núm. 35, pp. 4-14.