Los tlatoanis mexicas

Para la época de la llegada de los españoles a México, una entidad política sobresalía por su vigor y su poder sobre el resto de las que conformaban el amplio y variado mosaico cultural mesoamericano. Se trataba de los mexicas, los que para entonces habían pasado, en el curso de poco más o menos 350 años, de ser un grupo errante y sujeto a diversos poderes regionales a convertirse en una compleja sociedad y cabeza de un vasto imperio. Aunque esta hegemonía la compartían formalmente con un par de ciudades aliadas, Tlacopan y Tetzcoco, en la práctica la política la dictaba el señor de Tenochtitlan y reservaba para sí y para la ciudad los mayores beneficios.

Al frente de los destinos de la hueitlatocáyotl (“gran Estado”, miembro de una coalición como lo era la Triple Alianza) de Tenochtitlan se encontraba Moctezuma Xocoyotzin, el noveno en una línea de sucesión, un linaje propiamente dicho, que había empezado siglo y medio atrás con el ascenso al trono de Acamapichtli.

Moctezuma Xocoyotzin y sus antecesores ostentaban el título de tlatoani, “el que gobierna”, cuyo plural es tlatoque (también se utiliza tlatoanis como plural). Se trataba del máximo cargo en la jerarquía política, al que sólo tenían derecho aquellos que eran descendientes del primer tlatoani; todos fueron hijos, nietos o bisnietos de Acamapichtli. Además de esta pertenencia al linaje, eran condiciones para aspirar al trono poseer, en opinión de un Consejo formado por otros miembros de la nobleza, las cualidades necesarias para ejercer con prudencia y eficacia el poder. A la muerte de cada tlatoani, el Consejo se reunía y elegía a su sucesor. Cabe señalar que es muy probable que en esos concilios se dieran pugnas entre distintos grupos por promover a quien mejor convenía a sus intereses, pero no existe evidencia de que una vez tomada la decisión alguien se opusiera o pusiera en tela de juicio el actuar del investido con el máximo rango. Aunque por lo menos en un caso, el de Tízoc, el fin de su reinado parece haber sido causa de una conspiración que condujo a su muerte, este derrocamiento tácito no se hizo de manera directa. Sólo las circunstancias totalmente novedosas que se dieron en el marco de la llegada de los españoles pudieron dar lugar a demostraciones públicas de descontento por las acciones de Moctezuma Xocoyotzin.

Para la administración de la gran ciudad y el vasto imperio que se encontraba bajo su control, los tlatoque mexicas contaban con un grupo de colaboradores que tenían atribuciones claramente definidas y estaban regidos por una estricta jerarquía. De gran importancia era el puesto del segundo en esa jerarquía, sólo después del tlatoani mismo, el llamado cihuacóatl, literalmente “la mujer serpiente”, con funciones relacionadas con la política, la economía, lo militar y lo religioso. En los hechos constituía el principal consejero del tlatoani y por lo menos uno de ellos adquirió poder e influencia tales que aparece en las crónicas como artífice de buena parte de los logros de los mexicas. Se trata del cihuacóatl Tlacaélel, quien ocupó el puesto desde el gobierno de su tío Itzcóatl y durante el de sus hermanos Chimalpopoca y Moctezuma Ilhuicamina.

Los tlatoque mexicas vivían en medio de un lujo imperial, cada vez mayor en la medida que se engrandecían y consolidaban sus dominios. A la par de esos privilegios, en su papel como cabeza de la sociedad los tlatoque tenían obligaciones que abarcaban prácticamente todos los ámbitos. Eran los encargados últimos de las campañas militares que daban el sustento al grupo gobernante y a la gente común de la gran Tenochtitlan. Era este un asunto de tal relevancia que no es casual que la mayoría de los tlatoque hayan ejercido en los tiempos previos a su elección importantes cargos militares, como los de tlacatéccatl, “el del lugar del gobierno de los hombres” y, señaladamente, tlacochcálcatl, “el de la casa de las flechas”.

Eran, además, los responsables de la buena conducción de los asuntos públicos y de la impartición de justicia; debían velar por el bienestar de su pueblo y procurar las obras públicas que fuesen necesarias para tal fin. No menos importantes eran sus funciones en el ámbito religioso, que incluían preparar los elementos necesarios para la realización de la multitud de ritos que daban coherencia a la vida en Tenochtitlan, entre ellos la captura de víctimas para el sacrificio humano. Asimismo, conducían personalmente algunos de esos ritos, en virtud de que una vez electos eran en algún modo vistos como representantes de las divinidades y vínculo idóneo con ellas.

Después de su elección, los tlatoque eran investidos como tales en ceremonias en las que se les recordaban sus obligaciones y su compromiso con su pueblo por medio de discursos, a los que daba cumplida respuesta. A la hora de su muerte, se les dedicaban fastuosas exequias y sus cuerpos eran incinerados acompañados de ofrendas de riqueza correspondiente a su alta dignidad.

Tomado de Enrique Vela, Arqueología Mexicana, Especial 40,  Los tlatoanis mexicas. La construcción de un imperio.