Uno de los primeros testimonios sobre hombres vestidos como mujeres se debe a Alvar Núñez Cabeza de Vaca, quien describe en la región de Texas “hombres casados con otros, y éstos son unos hombres amariconados, impotentes, y andan tapados como mujeres y hacen oficio de mujeres”. Asimismo, entre los indios de Sonora los españoles encontraron jóvenes ataviados como mujeres. Cuando un español amenazó con quemarlos, varias mujeres intervinieron para tomar valerosamente la defensa de los jóvenes travestis. Varios testimonios etnográficos confirman, más de cuatro siglos después, la integración de travestis en las sociedades indígenas del norte de México y de Estados Unidos. Ahora bien, de manera general, la moral precolombina exaltaba la virilidad y reprobaba todas las manifestaciones afeminadas. Varias fuentes presentan al travestismo como una práctica infamante e incluso mencionan leyes que lo condenaban.
Cabe agregar al expediente algunos ejemplos de mujeres travestis, siempre en relación con actividades viriles. Al morir Corócomaco, señor de Tzacapu (Michoacán), lo sucedió su mujer Quénomen, que portó las insignias militares características de su nuevo poder, una rodela y una porra. Se menciona en Guatemala que mujeres armadas con arcos pelearon entre los tukuchés contra los cakchiqueles, que las masacraron. Más que una conducta sexual particular, el travestismo femenino estaba asociado a circunstancias sociales o religiosas específicas. Desafortunadamente, la homosexualidad femenina en la época prehispánica es muy poco conocida.
Tomado de Guilhem Olivier, “Entre el “pecado nefando” y la integración. La homosexualidad en el México antiguo”, Arqueología Mexicana núm. 104, pp. 58-64.
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