María Haydeé García Bravo, Eric Taladoire
Las principales aportaciones arqueológicas y antropológicas de la Comisión Científica, francesa, en México (1864-1867) han sido descritas y evaluadas en numerosos estudios, sin mencionar frecuentes alusiones en obras como la Historia de la arqueología en México de Bernal. Algunos de esos trabajos sintéticos o analíticos son de excelente calidad y muy exhaustivos. Riviale reubica detalladamente los trabajos de la comisión en su contexto teórico y político-militar. Le Goff y Prévost-Urkidi proporcionan un índice detallado de los documentos disponibles en los archivos nacionales de Francia en París. Otras contribuciones son artículos generales, a veces polémicos. Aun así, muchos aspectos de los trabajos de esa comisión y de sus equivalentes mexicanos han quedado casi totalmente desconocidos, por falta de trabajos sistemáticos.
Como es bien conocido, en el contexto de la Guerra de Intervención francesa en México (1862-1867), el gobierno francés organizó una Comisión Científica en México, según el modelo inaugurado por Napoléon I, durante la expedición en Egipto (Decreto de agosto de 1798). A diferencia de esta experiencia anterior, más bien dirigida hacia los conocimientos científicos y arqueológicos, la Comisión Científica en México se ubicaba en el contexto del expansionismo colonial característico de finales del siglo XIX. Si efectivamente el tercer comité dedicaba sus actividades a la arqueología, la historia y la lingüística, los otros tres comités que componían la comisión buscaban más bien adquirir conocimientos prácticos sobre el clima, la situación sanitaria, los recursos, la población, las infraestructuras, para facilitar una explotación óptima del territorio conquistado.
De allí salen profundas divergencias interpretativas sobre la obra de la Comisión Científica en México. Autores como Schavelzón consideran que las investigaciones arqueológicas de la comisión constituyen la base del desarrollo de una arqueología científica nacional. Escribe: “El envío a México de una gran comisión formada por lo mejor de la ciencia francesa de su tiempo, y apoyada por buenos investigadores locales, permitió que por primera vez se juntara en un país de América Latina el apoyo oficial a la arqueología, la compilación de toda la información precedente, se hicieran extensos recorridos de campo, se excavara, crearan museos e instituciones y se establecieran métodos de trabajo”. Otros autores resultan más críticos sobre este proyecto colonialista (García Bravo, 2014, pp. 219-234). Ramírez Sevilla y Ledesma Mateos, sin menospreciar sus aportaciones, en las instituciones médicas especialmente, subrayan que “la Intervención acopló un dispositivo científico como una forma de obtener el máximo provecho del territorio dominado, el cual poseía adicionalmente un halo de misterio similar al del antiguo Egipto”.
Además, como se infiere del texto de Schavelzón (es importante mencionar aquí que existen graves errores en el texto de Schavelzón, como la presencia en México de Longpérier, aunque este último nunca salió de Francia), existe una gran confusión entre las diversas comisiones, a veces opuestas, que participaron en este proyecto. Vale entonces la pena clarificar los múltiples aspectos de las investigaciones desarrolladas en el contexto de la intervención, para evaluar correctamente sus posibles aportaciones.
El fracaso de la Guerra de Intervención
No es relevante aquí hacer un estudio detallado del contexto militar y político y de sus consecuencias. Recordamos brevemente que Napoléon III, de manera ilusoria y bajo la influencia de algunos conservadores exiliados, aprovechando la difícil situación económica de la República Mexicana a finales de la Guerra de Reforma, concibió un proyecto colonialista de Imperio mexicano. Después de una primera tentativa conjunta con España y Gran Bretaña (que se retiraron rápidamente) y del fracaso en Puebla el 5 de Mayo, empieza la verdadera Guerra de Intervención. En 1862, el emperador francés mandó a México un cuerpo expedicionario de unos 30 000 hombres, que se apoderó de las principales ciudades y de la capital. El príncipe austriaco Maximiliano decidió aceptar el trono del nuevo imperio, pero todos habían menospreciado las convicciones del legítimo presidente electo, Benito Juárez, y la resistencia de sus partidarios. A pesar de victorias efímeras que permitieron al ejército francés y a las fuerzas conservadoras controlar, en 1865, la casi totalidad del territorio nacional, los franceses tuvieron que retirarse a principios de 1867, y dejaron al emperador Maximiliano a su destino fatal.
La Intervención francesa en México terminó entonces en un verdadero fracaso, a tal punto que las autoridades francesas prefieren inmediatamente minimizar sus resultados y ocultar el trabajo de su comisión. De los numerosos volúmenes que tenían que publicarse, sólo tres salieron a la venta. Por supuesto, las relaciones entre Francia y México se interrumpieron por varios años, aunque debemos recordar que los miembros mexicanos de las diversas comisiones no tuvieron problemas con el gobierno republicano restaurado, salvo los que se habían comprometido políticamente con el Imperio, como José Fernando Ramírez. En Francia, el gobierno imperial se desinteresa totalmente del asunto. Apenas tres años después de la retirada francesa, ocurren la Guerra Franco-Prusiana de 1870 y la caída de Napoléon III. Los científicos implicados en la Comisión relegan el trabajo efectuado, y sólo algunas publicaciones, como las de Aubin, Rémi Siméon o de Guillemin-Tarayre, permiten posteriormente difundir algunos resultados complementarios.
Mientras, la mayor parte de los documentos, de los estudios realizados o de los objetos recabados queda dispersa en colecciones públicas o privadas, en archivos, o hasta en las manos de sus autores y, cuando tenemos suerte, de sus herederos que a veces los entregan a diferentes instituciones. Algunos de los miembros más destacados de la comisión como E. Brasseur de Bour-bourg (Lebon, 2015), L. Doutrelaine (Le Goff, y Prévost-Urkidi, 2011), E. Méhédin (Gerber et al., 1992), el doctor Fuzier (Taladoire, y Daneels, 2009, pp. 78-83) o personajes que tuvieron que ver con sus resultados como D. Charnay (Pascal Mongne, 1987) o T. Hamy (Université du Littoral-Côte d’Opale, 2008 ) han sido el enfoque de estudios de mayor profundidad, que permitieron reubicar parte de sus contribuciones, como los 225 dibujos de Méhédin localizados en la Biblioteca Municipal y en el Museo de Historia Natural de Rouen. Jane Walsh está actualmente preparando un estudio exhaustivo sobre Boban, sus colecciones y sus falsificaciones (Riviale, 2001, pp. 351-362). Pero subsisten enormes lagunas a propósito de otros miembros como Guillemin-Tarayre, Domenech o Biart (Dupuy, 2006 [en México sólo hemos localizado una tesis]), quien donó más de mil piezas de la región de Orizaba al Museo de Trocadéro. El 17 de julio de 1865, Biart le escribe una carta al ministro de la Instrucción Pública:
Aquí estoy de regreso en Francia [...] con todas mis colecciones, entre las más notables, las de antigüedades aztecas y chichimecas. Igualmente he traído un gran número de pájaros, reptiles, insectos y caracoles y ya he prevenido al director del Muséum, en la ausencia de Milne-Edwards, que todos esos especímenes de historia natural que faltan en nuestras colecciones nacionales están a su disposición. En cuanto a las antigüedades, sería útil quizá para los miembros de la Comisión conocerlas, a fin de poder compararlas con las del Louvre, y me permito anunciarle a su excelencia que estaría muy contento de poder ser útil a esos señores. Veinte años después de mi estancia en México, en contacto permanente con los indios; una colección de miles de antigüedades recabadas por mí mismo en grutas y en tumbas, me han dado una experiencia que me ha conducido a conclusiones opuestas a aquellas que se formulan en general sobre la civilización de los Aztecas. No he publicado hasta ahora más que la parte pintoresca de mis viajes, porque no es sino hasta el día de hoy que me encuentro libre para recoger mis notas y tratar la parte científica (ANF, F/17/2911).
Quedamos enfrentados entonces con una enorme cantidad de datos dispersos, que esperan la atención de futuros investigadores.
Las comisiones científicas
En febrero de 1864, un decreto imperial decidió la creación de una Comisión Científica compuesta de 27 miembros, todos franceses: V. Duruy, el barón J.B. Gros, A. Maury, L. Angrand, A. de Longpérier, C. Daly, E. Viollet le Duc, A. de Quatrefages, E. Brasseur de Bourbourg, J. Aubin; aunque sólo nos interesan aquí los que estuvieron involucrados en el aspecto arqueológico y antropológico. Salvo ocho, ninguno de los miembros había viajado a América. Sus conocimientos y sus preocupaciones eran entonces totalmente teóricos (Riviale, 1999, pp. 307-341). Se sumaron a la comisión algunos viajeros como Méhédin y sus cuatro ayudantes, mientras Brasseur fue el único miembro que viajó a México con el dibujante Henri Bourgeois. Curiosamente, Charnay, aunque ya muy famoso, no pertenecía a la Comisión Científica en México, aun así aprovechó la Intervención para ir a México. Mongne supone que se benefició de una misión oficial, en un marco político.
No sabemos si fue un acto diplomático o si era efectivamente interesado, pero sólo un mes después, en marzo de 1864, Bazaine decidió la creación de una segunda comisión, la Comisión Científica, Literaria y Artística de México (CCLAM), que se diferencia de la primera en algunos aspectos (la Comisión Científica en México estuvo conformada por 91 personas, contando a los corresponsales, los viajeros y los integrantes del comité central, mientras que la Comisión Científica, Literaria y Artística de México contaba con 148 integrantes en total. La primera tenía 4 comités y la segunda 10 secciones). Un punto esencial proviene de la presencia, en ambas comisiones, del coronel Louis Toussaint Doutrelaine (III.1). Eso permite agilizar los trámites y los intercambios entre los científicos, a pesar de ciertas dificultades, como veremos más adelante. Para empezar, la Comisión Científica, Literaria y Artística de México incluía numerosos científicos nacionales, como José Fernando Ramírez, Ramón Almaraz, Francisco Jiménez, Antonio García y Cubas, Francisco Pimentel, Joaquín García Icazbalceta y Manuel Orozco y Berra. Todos eran eruditos de la historia del pasado prehispánico, aunque no todos partidarios del Imperio. La Comisión Científica, Literaria y Artística de México contaba también con una red nacional de corresponsales, algunos aficionados y otros profesionales de varias áreas. En el primer caso, tenemos como ejemplo al coleccionista José María Melgar (Taladoire, y Walsh, 2014, pp. 81-85). Las actividades de esos corresponsales están bien documentadas en el Boletín de la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística.
La diferencia más importante es en cuanto a los resultados. Efectivamente, Doutrelaine recluta numerosos corresponsales en las filas del ejercito francés. Debemos primero mencionar a los oficiales, como los tenientes Zédé y Campion o el capitán Lardy. Pero sobresalen los médicos y los farmacólogos que cooperan con entusiasmo en las investigaciones del IX Comité (Arqueología, Etnología, Lingüística) de la Comisión Científica, Literaria y Artística de México. En la Comisión Científica en México, ya hemos mencionado al doctor Fuzier, pero podemos añadir los nombres de Coindet, Dreyer, Fégueux, Ehrmann, Lambert, Ubermann, Jacob, Champenois o Weber, por sólo citar algunos. Varios de ellos recolectaron algunas de las piezas arqueológicas dibujadas por Fuzier en su álbum. Recordamos de paso que Lucien Biart también era farmacólogo en Orizaba.
Para terminar, debemos indicar la creación, en 1865, por el mismo Maximiliano, de la Academia Imperial de Ciencias y Literatura. El emperador, curioso de las antigüedades mexicanas, quiso desarrollar sus propias investigaciones. Aunque las actividades de esta Academia resultaron muy breves, resulta difícil establecer si la Comisión de Pachuca y la Comisión del Valle de México, ambas encabezadas por Ramón Almaraz, desarrollaron sus investigaciones en conexión con la Comisión Científica, Literaria y Artística de México o con la Academia Imperial. Lo seguro es que proporcionaron informaciones de alta calidad, para la época, como los planos de Teotihuacan y de Metlaltoyuca. Indirectamente, debemos recordar que, después de la muerte de Maximiliano, 191 piezas de las colecciones imperiales fueron donadas al Museo Etnográfico de Viena, donde constituyen un fondo importante.
Son entonces tres comisiones dedicadas a la investigación arqueológica y al estudio del pasado prehispánico que trabajan simultáneamente, pero con objetivos diferentes. Mientras los franceses buscan respuestas a sus planteamientos teóricos e indirectamente adquirir pruebas materiales del pasado prehispánico, los mexicanos quieren realzar su pasado nacional, estudiar sitios de manera sistemática y hasta impedir que las piezas arqueológicas sean llevadas al extranjero. En este contexto, resulta difícil minimizar las diferencias, las rivalidades, a veces los conflictos. Ejemplo de ellos es la interdicción de José Fernando Ramírez, de las excavaciones de Brasseur de Bourbourg en Uxmal, o las dificultades de Méhédin para acceder al museo. Prévost-Urkidi y Ramírez Sevilla y Ledesma Mateos hacen eco de esas rivalidades.
La dispersión de los archivos
Como dijimos, al terminar la Guerra de Intervención, las autoridades francesas prefirieron olvidar rápidamente el proyecto, sus resultados y sus consecuencias. Salvo lo que se publicó en los tres volúmenes de los archivos de la Comisión Científica en México, tanto los documentos como los objetos fueron almacenados y arrinconados en diferentes instituciones.
La parte principal de los documentos oficiales se entregó a las autoridades imperiales y se encuentran ahora en los Archivos Nacionales de Francia (cajas F/17/2909 a F/17/2914), donde han sido debidamente inventariados por Le Goff y Prévost-Urkidi. Es preciso mencionar que esas autoras señalan la ausencia, en los Archivos Nacionales, de varios documentos, llevados por Hamy al Museo de Trocadéro, y que no han sido recuperados. Los que corresponden al catálogo de Domenech se encuentran en el Laboratorio de Antropología Biológica del Museo del Hombre, por lo que podemos deducir que algunos otros también podrían estar ahí.
Simultáneamente, numerosos objetos y los documentos correspondientes se entregaron al Museo Nacional de Historia Natural de París (MNHN). Pero no se puede descartar la posibilidad de que algunas cajas estén todavía en el Museo del Hombre o en el Museo del quai Branly. Naturalmente, la mayor parte de las piezas arqueológicas depositadas en el entonces Museo de Trocadéro, tal como la colección Biart, forma parte ahora de las colecciones del Museo del quai Branly.
Administrativamente, varios viajeros durante la Intervención recibieron subsidios y ayuda económica del Ministerio de la Instrucción Pública (ahora Educación Nacional). De regreso, entregaron naturalmente sus resultados y sus documentos a esta institución, o sea que varios documentos pudieron quedar archivados todavía en ese ministerio.
Al momento de la Intervención, México era una República reconocida por Francia, lo que implica relaciones diplomáticas. Durante el imperio de Maximiliano, Francia mantuvo una embajada. Al mismo tiempo, la guerra fue una empresa colonial. Los Archivos de la Secretaría de Negocios Extranjeros y los Archivos Nacionales de Ultramar (en Aix-en-Provence) pueden conservar documentos. De especial interés, en los Archivos del Ministerio de Negocios Extranjeros, es la correspondencia de los cónsules, varios de los cuales coleccionaban vestigios arqueológicos.
Como mencionamos, los médicos y los farmacólogos militares cooperaron y trabajaron con entusiasmo con la Comisión Científica, Literaria y Artística de México. Los Archivos Históricos del Servicio de Salud del Museo de Val de Grâce en París conservan los expedientes de este personal, con numerosos documentos relativos a sus actividades y sus investigaciones. Allí logramos acceder a los diarios de Fuzier en los que provee numerosas informaciones y datos sobre sus investigaciones antropológicas y arqueológicas, de la mano con su trabajo cotidiano como médico y director del hospital militar francés en Veracruz. (III. 2 © Musée du Service de Santé des Armées-Val-de-Grâce-Paris. Carnet Fuzier, carton 58).
Los Archivos del Ejército y de la Marina (en Vincennes) contienen toda la documentación relativa a las operaciones militares, a los eventos políticos y los expedientes de los oficiales. De la Torre Villar publicó un inventario detallado de las 223 cajas que correspondían a la Intervención, que se han incrementado y han llegado a 236. Naturalmente, la inmensa mayoría de los documentos se refieren a las operaciones militares o al contexto administrativo y político, de lo que ahora no vamos a ocuparnos. Pero debemos recordar que varios oficiales (Zédé, Lardy y otros) cooperaron con las actividades de la Comisión Científica, Literaria y Artística de México, lo que se menciona a veces en sus expedientes. Por otro lado, durante las operaciones militares, como en los sitios de Puebla o de Oaxaca, las tropas francesas encontraron ocasionalmente sitios o vestigios, que se mencionan algunas veces. Cuando los artilleros instalaron sus baterías para el sitio de Oaxaca, hicieron enormes trabajos de terracería en las laderas de Monte Albán, por ejemplo. Inevitablemente, toparon con vestigios arqueológicos que mencionan casualmente en sus diarios. Lo mismo, como pudimos documentarlo, ocurrió en Puebla en 1863.
Esos archivos, y otros, fueron registrados por De la Torre Villar, quien menciona también los archivos portuarios, que documentan la llegada de los barcos y de sus cargas, incluidas las cajas de las muestras recopiladas (piezas arqueológicas, dibujos, colecciones de historia natural).
Finalmente, y por razones circunstanciales e incomprensibles, varios documentos terminaron en otros archivos, locales, tal como los 225 dibujos de Méhédin en la Biblioteca Municipal y en el Museo de Historia Natural de Rouen. Según Riviale, las urnas zapotecas encontradas por el doctor Azaïs en Monte Albán terminaron en un museo de Nîmes, otros objetos se encuentran en Lille o en Castres, conforme con el origen de sus donadores.
Sólo un estudio sistemático podría permitir recuperar toda esa documentación dispersa, darle un poco más de coherencia, y sobre todo sacar toda la información pertinente. Para dar una idea de las posibilidades, nos limitaremos a algunos ejemplos.
Algunas contribuciones de los oficiales
Empezamos por dos oficiales ya mencionados, el teniente Zédé y el capitán Lardy. Zédé era el hijo del antiguo director del Museo de la Marina, durante el reino de Luis Felipe (1830-1848). Este museo no sólo albergaba colecciones marítimas, sino también exóticas, lo que tal vez despertó en el joven oficial un interés por la arqueología (Guimaraes, 1994). Después de la caída de Oaxaca en 1865, se queda un tiempo en la ciudad y, aburriéndose, acepta el papel de corresponsal de la Comisión Científica, Literaria y Artística de México. Aprovecha su tiempo libre explorando los alrededores de Oaxaca, y visita por ejemplo Mitla y el Tule. En sus memorias (p. 457), cuenta detalladamente una expedición arqueológica a las ruinas de Miahuatlán. “Miahuatlán era una antigua ciudad destruida, según los indios, en el primer siglo de la era cristiana, en la época de los Aztecas, raza salvaje y bárbara venida del norte, que hizo la conquista de México y aniquiló la antigua y bella civilización [...] Entre ruinas, no encontraba más que un tablero con elevaciones de tierra toda cubierta de matorrales”. Empieza sus excavaciones de manera aproximada, y “a encontrar placas de barro sobre las cuales estaban figuras en relieve de animales, frutas, flores; esas placas no tenían ningún esmalte; tenían el color rojizo de las cerámicas etruscas, su diseño no era muy grosero”. Un poco decepcionado, nota la presencia de pequeños montículos extraños. Excavando uno de ellos, encuentra unas figurillas “representando todos el mismo sujeto, un hombre de gran vientre, las piernas cruzadas, mostrando una analogía con los budas chinos”. Incitado a proseguir por esos primeros descubrimientos, hace otras excavaciones y descubre “una estatua más grande que tamaño natural que me pareció semejante todavía más que los pequeños a un Buda”. Encuentra también cuencos, fragmentos de obsidiana y varias figurillas en forma de colgantes. “Lo que me sorprendió es que ninguna de las figuras de los vasos, cuadrados o estatuas presentaban el tipo de los indios del país, al contrario la frente era alta y larga, la nariz aguileña, los labios delgados”. Con dificultades, logra llevar unas veinte piezas, de las cuales ofrece diez al coronel Doutrelaine, que al parecer él donó al Museo del Louvre.
Frente a esa descripción un tanto extraña, y a falta de más datos, Riviale (1999, nota 57) expresa dudas sobre los descubrimientos de Zédé. Aun, en su expediente en Vincennes, pudimos comprobar su viaje a Miahuatlán, mientras las excavaciones del sitio de El Guiche (Markman, 1981), cerca del pueblo del mismo nombre, comprueban la existencia en las ruinas de varios edificios coloniales. Las placas de cerámica corresponden probablemente a la iglesia colonial, mientras las figurillas podrían ser urnas zapotecas o penates.
Más interesante es el caso del capitán Lardy, un ingeniero militar, cuyas actividades quedan menos conocidas. En su Despacho 100 del 30 de mayo de 1866, Doutrelaine menciona una comunicación de este oficial sobre el descubrimiento de fragmentos de figurillas en La Soledad (actualmente La Soledad de Doblado) en las orillas del río Jamapa. Manda además algunos dibujos. La existencia de un sitio prehispánico en los alrededores de La Soledad queda así documentada. Este descubrimiento podría ser casual, pero en el álbum de Fuzier, encontramos nuevamente que Lardy le entregó al doctor un fragmento de figurilla de Campeche (dibujo núm. 474 del álbum de Fuzier, III. 3). Obviamente, Lardy forma parte de los corresponsales militares de la Comisión Científica, Literaria y Artística de México, y aprovecha sus actividades para recopilar datos y piezas.
Más allá de esas prospecciones individuales, cabe mencionar contribuciones de carácter más oficial, como el levantamiento, bajo las órdenes directas de Bazaine, del plano de Mitla y de Monte Albán, efectuado por el capitán Soyer en 1865. Participaron en esos trabajos algunos oficiales como Mathieu de Fossey o el doctor Azaïs que recuperaron piezas arqueológicas. ¿En qué medida las prospecciones en Monte Albán se articularon con la instalación de las baterías en las laderas del sitio? Sólo el examen detallado de los documentos relativos al sitio de Oaxaca permitiría verificarlo.
El caso de Méhédin
Eugène Méhédin, enviado de la Comisión Científica en México, ha sido el foco de atención de varios investigadores (Gerber et al. 1992). Aún queda mucho qué investigar sobre sus actividades y el devenir de sus colecciones. Según los documentos de los Archivos Nacionales, Méhédin llega a México en 1865, con cuatro ayudantes, y desarrolla de inmediato una intensa actividad, bien documentada en la correspondencia de Doutrelaine. Para resumir, a pesar de ciertas reticencias de José Fernando Ramírez, empieza con las colecciones del Museo de México, haciendo dibujos y estampajes (Despacho 42, 2/07/65), para seguir con las ruinas de Texcoco y Teotihuacan (Despacho 48, 5/08/65). Una carta del mismo precisa que también visitó Tescotzingo, Tlaxcala y Huexo-tla. Participa después en las excavaciones de Tlalnepantla, con Doutrelaine (Despacho 78, 1/01/66), antes de trabajar en Xochicalco (Despacho 88, 6/03/66 y 98, 5/05/66). Termina sus actividades en 1866 (Despacho 122, 6/10/66). En el transcurso de sus andanzas, multiplica los dibujos y los estampajes, y llega, según sus propias afirmaciones, a una cifra entre 1500 y 2000.
Prueba de sus actividades son otros despachos de Doutrelaine, que mencionan el envío de una primera caja de 3 x 2 x 0.5, que pesa 600 kg, con los dibujos del museo (Despacho 42, 2/07/65), de una segunda de 280 kg, especialmente con los estampajes de Teotihuacan (Despacho 88, 6/03/66). Dos cartas de Méhédin confirman esos envíos y su llegada en Francia, pero, al segundo envío, Méhédin añade la mención de cuatro cajas más, con antigüedades de Xochicalco, cráneos (una caja de 17 kg), huesos y una vasija que quiere ofrecer a Napoléon III.
En mayo de 1866, Doutrelaine manda fabricar 12 cajas, ocho grandes (2.5 x 1 x 1) para los estampajes y cuatro pequeñas para los objetos de Xochicalco (Despacho 98, 5/05/66). Finalmente, cuando sale de México, en octubre de 1866, Méhédin lleva con él 104 cajas con su material y sus últimos dibujos.
Más relevantes todavía son los recibos de llegada en Francia de esos envíos, como los Despachos 48 (5/08/65) y 85 (5/02/66) (con los dibujos de Tlaxcala), y principalmente la confirmación de la llegada en Saint-Nazaire de 21 cajas por un peso total de 2 594 kg, entregadas unos días después a la subintendencia militar, en Paris, Boulevard Saint-Germain. A pesar de posibles extravíos o destrucciones ocasionales, la mayoría de los dibujos y de los estampajes de Méhédin fueron entonces debidamente entregados a las autoridades responsables.
Son por lo menos 128 cajas de documentos que se mandaron, y casi todo llegó. Lo grueso de los envíos lo constituyen los estampajes que permitieron la reconstitución del templo de Xochicalco en la Exposición Universal de París de 1867. Como se sabe, además del templo, la presentación incluía réplicas de esculturas de Teotihuacan o del Museo de México. Es muy probable que, en el proceso, se destruyó la casi totalidad de los estampajes, lo que justifica su desaparición. Méhédin menciona también la destrucción de otras molduras durante la guerra franco-prusiana de 1870. ¿Pero qué pasó con los dibujos, las fotos? de las colecciones de Rouen, tenemos prueba de las actividades de Méhédin en el museo, en Teotihuacan, en Xochicalco. Sólo quedan ahora 225 dibujos y algunas fotos, además de molduras en el Museo del quai Branly. ¿Dónde están los otros, las piezas arqueológicas que sí llegaron a la capital francesa?
Los cráneos y la antropología física
Una perspectiva inexplorada ha sido la de los restos humanos, particularmente cráneos, que los franceses extrajeron del territorio mexicano para hacerlos llegar a París. Esta recolección y traslocación de osamentas se inserta en el auge que tuvieron las colecciones craneológicas durante el siglo XIX y la discusión sobre monogenismo-poligenismo, la clasificación racial de las poblaciones y el origen del hombre americano, temas centrales del campo antropológico en ese periodo. Para la segunda mitad del siglo XIX, la antropología, ciencia en configuración, se concebía como una disciplina integral, todavía no se subdividía en antropología física o biológica y antropología cultural-social o etnología. De esta manera, el estudio anatómico y racial estaba vinculado con el análisis del desarrollo cultural y “civilizatorio”.
Nuestra primera fuente es Anthropologie du Mexique, de E.T. Hamy. Corresponde a la primera parte de una obra más extensa: Mission Scientifique au Mexique et dans l’Amérique Centrale, que intentó sistematizar los datos recabados durante el periodo en que trabajó la Comisión Científica en México. El encargado de la publicación fue Milne Edwards. Entre la primera parte y la tercera, son nueve tomos, seis de los cuales están consagrados al estudio de los reptiles y los batracios y fueron realizados por A. Duméril y M.-F. Bocourt.
Los tres primeros tomos, publicados respectivamente en 1884, 1890 y 1891, están dedicados a la antropología de México. Esta serie de folios dieron como resultado un libro de 148 páginas numeradas, más 21 placas, sobre todo de cráneos, pero también otros restos óseos, y sus respectivas hojas descriptivas. Dicha publicación se corresponde en volumen y forma de presentar los cráneos con el tipo de atlas craneológicos del siglo XIX (Crania americana y Crania aegyptiaca de Morton; Crania Britannica de Joseph Barnard Davis y John Thurnam, Crania ethnica de Quatrefages y el mismo Hamy, entre otros)
Las 21 placas de Anthropologie du Mexique exhiben 50 cráneos mexicanos en diferentes perspectivas, sobre todo de frente, de perfil y desde abajo (foramen magnum). Además, una serie de cráneos no fueron registrados en las placas litográficas, los cuales fueron estudiados y proporcionadas sus medidas y características a lo largo del texto.
El total de cráneos que se registran y describen en la obra alcanza 112 y una serie de partes de esqueletos humanos. Luego de una primera sistematización en la que hemos puesto aparte los cráneos que Hamy inspeccionó, pero que no tenía “frente a sus ojos” o que siendo mexicanos se encontraban en otras partes de Europa o Estados Unidos, tenemos que son 101 cráneos recabados por franceses, de los cuales 19 fueron extraídos en periodos fuera de la Intervención, sobre todo antes, pero también tenemos los restos enviados por Charnay en la década de 1880. Así, de esos 19 cráneos no colectados durante la intervención, 4 fueron enviados por Charnay, 11 por Fischer, Castelnau, Humboldt, Jaurès/Liotard y Brasseur de Bourbourg suministraron uno cada uno. El mismo Brasseur indica que el cráneo que envía fue extraído de Chiapas en 1858.
De los 82 cráneos recolectados durante la Intervención y enviados a París, consignados en Anthropologie du Mexique, Domenech contribuyó con 27 y un esqueleto femenino casi completo de Santiago Tlatelolco. Le sigue Fuzier con 26 cráneos y 2 esqueletos, uno femenino y un masculino de “yucatecos de Campeche”. Boban aportó 13 cráneos; Doutrelaine 9 y un esqueleto masculino de Santa Fe. Franco y Guillemin-Tarayre enviaron 2 cráneos cada uno, así como restos óseos. Con un cráneo expedido están Dumoutier, Biart y Jacob.
A partir de esta primera base de datos, seguimos los rastros tanto de los objetos como de los colectores, y los lugares a los que fueron consignados (el museo Broca y el MNHN). Hemos estudiado y sistematizado la información que nos proporcionan las cartas y remisiones de los corresponsales y viajeros que se encuentran en los Archivos Nacionales de Francia. Fueron particularmente ricos en información los expedientes F/17/2912 en donde se describen los envíos marítimos, las cajas con especímenes de historia natural, tanto botánicos, zoológicos como antropológicos; el F/17/2914/2, dossier 4, que contiene los 12 catálogos de objetos que Guillemin Tarayre mandó a París desde México y F/17/2914/3 que comprende una parte de la correspondencia entre Domenech y Guillemin Tarayre con Doutrelaine.
También examinamos la correspondencia de algunos de ellos que se encuentra en la Biblioteca Nacional de Francia, sitio Richelieu, específicamente en el departamento de manuscritos occidentales. La producción epistolar recibida por Quatrefages y Hamy se localiza en el fondo reservado del MNHN. En este mismo fondo está el álbum manuscrito de Fuzier que comprende, entre otras piezas, dibujos de cráneos y osamentas (III. 7), así como una serie de fotografías sobre los “tipos o razas mexicanas”. Algunas de ésas fueron reproducidas como grabados por Lucien Biart en su libro Les Aztèques. Histoire, mœurs, coutumes (1885. Traducido primero al inglés y luego al español).
De esta manera pudimos acceder a la información sobre los restos humanos que se encuentran en el MNHN. Según los datos proporcionados por A. Fort y V. Laborde, quienes gestionan actualmente las colecciones de antropología biológica del Museo del Hombre, hay 244 partes óseas provenientes de México, de varios periodos, de las cuales 116 –casi la mitad– fueron extraídas durante la Intervención francesa. De estas 116 piezas, 43 corresponden a la colección Fuzier (36 cráneos, 5 esqueletos y 2 pelvis); 34 a Domenech (32 cráneos y 2 esqueletos); 18 a Boban (todos cráneos); 9 a Doutrelaine (8 cráneos y un esqueleto); 9 a Guillemin-Tarayre (4 cráneos y 5 partes óseas); 2 a Biart (ambos cráneos) y un cráneo a Gratiolet.
Un análisis comparativo entre nuestros registros a través de la lectura de Anthropologie de Mexique y los cráneos y osamentas que se encuentran el Museo del Hombre demuestra que Hamy que ocupaba simultáneamente el puesto de ayudante en el MNHN y conservador del Museo de Trocadéro, pudo tener a la mano casi la totalidad de los cráneos y huesos enviados por los viajeros y corresponsales de la Comisión Científica en México. No consignó todos los especímenes en su obra, porque como él mismo lo indica, estudió y expuso los que se encontraban en mejor estado. A pesar de que no podemos constatar que los cráneos expedidos por Franco, Dumoutier y Jacob señalados en el texto estén en el MNHN, es probable que así sea y que hayan sido registrados como legados por la Sociedad de Antropología de París.
Es entonces casi seguro que todos los cráneos y partes óseas recolectados y enviados durante el periodo que ahora nos ocupa, se encuentran en el MNHN. Están también algunos otros mencionados en Anthropologie du Mexique como los 4 cráneos proporcionados por Charnay, uno por Castelnau y uno por Humboldt (ambos previos a la intervención) y uno más proporcionado por Ten Kate (también en la década de 1880). De épocas posteriores, sobresalen las misiones arqueo-antropológicas en México de A. Génin en 1892, quien envió 40 cráneos y 8 osamentas o fragmentos de huesos. L. Diguet, en 1894, expidió otros 42 restos humanos de los cuales 32 eran cráneos.
Eric Taladoire. Doctor en arqueología. Profesor emérito de la Université de Paris 1-Panthéon-Sorbonne. Investigador del UMR Arqueología de las Américas.
María Haydeé García Bravo. Trabaja en el Centro de Investigaciones Interdisciplinarias en Ciencias y Humanidades CEIICH, UNAM. Desarrolla su tesis de doctorado en filosofía e historia de la ciencia también en la UNAM.
García Bravo, María Haydeé, Eric Taladoire, “Más allá de los archivos de la Comisión Científica en México. Las aportaciones de las bibliotecas y de los museos”, Arqueología Mexicana núm. 138, pp. 78-85.