No siempre fueron así I

TRADICIÓN ORAL INDÍGENA MEXICANA

Elisa Ramírez

En el principio del tiempo, los dioses, los primeros ancestros, los antiguos, Nuestros Padres –o como quiera que se les nombre– compartían el mundo recién creado con hombres y animales. Todo estaba en penumbra, todo era blando –la tierra aún no estaba cocida, apenas se retiraban las primeras aguas. Cantando, modelando, imaginando, con su puro poder crearon cuanto existe. Pero no hicieron todo de una buena vez –como en mitologías de otros lugares– ni de la mejor forma; aún podía modificarse lo que habían hecho, todavía podían enmendarse los errores o añadirse otros matices a lo ya hecho. Nada era aún definitivo. Y como todos hablaban la misma lengua y compartían el mismo espacio, comenzaron los reclamos, la inconformidad, los regaños y la rebeldía: al zenzontle no le habían dado canto, al murciélago no le tocaron plumas (los demás pájaros tuvieron que compartir cada cual una nota o una pluma con ellos); el conejo quería ser más grande (¿cómo iba a ser tan chiquito, si era tan listo?). Los insumisos protestaban, pues se hablaba a los dioses con familiaridad y las relaciones todavía no eran jerárquicas: las criaturas y sus creadores eran semejantes. Por eso los dioses nublaron la vista de los hombres, para que ya no fueran iguales a ellos. A los perros, que compartían los espacios domésticos con las personas –por dondequiera meticheaban y todo lo chismeaban–, les cambiaron la cola a la boca y la boca al rabo: por eso les huele tan mal la boca y por eso les quedaron al revés las rodillas.
Montados sobre los mitos –o desprendidos de ellos, como las migajas de la tortuga que tuvo que ser armada tras caer desde lo alto y desmoronarse– encontramos fragmentos o astillas de mitos originarios que nos cuentan por qué los animales, los paisajes, las cosas son cómo las vemos ahora en nuestro mundo alejado de los dioses, distinto y distante del originario. Todo mito contiene anécdotas que lo relacionan con el cuento, le dan su cualidad narrativa, lo relacionan con la realidad al dar una descripción puntual del mundo circundante. Muchos relatos etiológicos se contaron y recopilaron durante los últimos ciento cuarenta años, sean pasajes de mitos o relatos autónomos; pero todos podrían tener el colofón: “a partir de entonces...”

Sol, luna y estrellas fueron hechos desde la tierra. Los rayos y las nubes se remontaron. Nuestro mundo subió a los cielos, no descendió de ellos como sucede en el Génesis judeo cristiano.

Por entonces, los ríos eran rectos y desaguaban mal: fue el anciano tlacuache quien los compuso y dijo cómo debían de fluir; pero estaba borracho, por eso tienen tanta curva... En los mitos, también son borrachos el colibrí, que es tlachiquero, y el ratón, que bebe aguamiel.

El mundo de los kiliwas, en cambio, se estaba desfondando: no podía apisonarse la tierra. La rata canguro reparó el agujero por donde se iba a escurrir todo lo que había creado Meltí; ya tapado el hueco, el ancestro Coyote-Luna pudo colocar a sus criaturas en este mundo.

En otros casos, la tierra era tan plana que nada podía escurrir: dicen los coras que quien formó las barrancas fue el murciélago –animal nepantla, ni ratón ni pájaro, como contó un viejo sabio. Pero las hizo tan pronunciadas que después tuvo que arreglar- las: por eso su vuelo cortado y nervioso al atardecer, semejante al de las golondrinas –éstas de por sí ya traen las tijeras en la cola.

El fuego que permitiría secarse al mundo–cocerse como jarro– casi siempre es robado y el ladrón es el tlacuache. De allí su cola pelona, por eso su bolsa en la barriga o su capacidad de morirse y revivir. Pero también dizque lo trajo al mundo el ocelote, que se revolcó y quedó tiznado por las brasas; el zorro, que queda flameado al acercarse a la lumbre; el colibrí, que tiene el pico colorado porque allí cargó un tizón. Los seris cuentan que quien enseñó a hacer el fuego fue la mosca, al frotarse las patas cuando encontraba un cadáver –el primero en ver el hilillo del humo, imperceptible aún para todos los demás, fue el zopilote, qué luego luego se acercó para comer carroña.

El sol huichol aparece tras la inmolación de un niño –como sucede en muchos otros lugares, y como se narra en las fuentes antiguas– y con él se transformó su hermanito, que se convierte en Venado Azul o Estrella del Alba, y que al correr sobre el desierto deja en cada huella de los cascos un peyote –algunas otras versiones dicen que son las lágrimas del sol que renacen al tocar el suelo. Este hermanito le llevó al sol la rueda sobre la cual rodará y las flechas que serán sus rayos.

Pero no basta con que el sol sea creado: debe de luchar en el inframundo contra quienes desean que continúe la oscuridad y debe llamársele para que aparezca en el horizonte; debe adivinarse, además del nombre, el rumbo por donde ha de asomarse. El único que adivinó cómo se llamaba fue el guajolote y por eso comparte el nombre con Nuestro Padre: ambos son Tau. Como premio le regaló a su tocayo un rico collar de chaquira roja y una cola que, al abrirse con sonido del viento, se parece a los rayos del sol cuando amanece. En el momento mismo de aparecer la luz del primer sol se dividen los bandos: los seres nocturnos y los diurnos definen entonces sus costumbres y cada cual se va por su lado.

En las versiones de Oaxaca, Sol y Luna son niños que suben al cielo. Transforman el mundo desde que salen cada uno de un huevo; se explica allí por qué la Luna tiene un conejo en la cara, por qué el Sol brilla más que la Luna, por qué hay eclipses, por qué caminan uno delante y la otra atrás, por un mismo sendero. Además cuentan por qué el zopilote tiene el pico amarrado con un trapo o gamuza, por qué el zanate camina balanceándose, por qué el sapo tiene las nalgas caídas y roñosas, por qué el canto de todos los pájaros chismosos que aparecen en las distintas versiones del mito, por qué el tepezcuintle bebe en la tarde, por qué la tuza tiene derecho a comer los sembradíos, por qué hay águilas devoradoras de gente, cómo el bejuco largo nació de los orines del Sol y los amates que se pegan a la roca son la caca del murciélago que escurrió hasta los barrancos y permitieron a los niños salir de allá y seguir sus aventuras en este mundo.

Animales pisados hay varios: la lagartija protesta al perder la cola entre la multitud y Dios le concede la virtud de que le vuelva a nacer. Fue entonces cuando se decidió, por fin, que los seres deben morir, pues ya no cabían en el mundo y se estorban mucho unos a otros. La vinculación entre lagartijas y muerte se da en varios episodios de distintos mitos.

Cuando el primer cura llegó a la tierra de Mijmeor Kan, junto al mar, la Virgen de Piedra salió corriendo. Pisó al popoyote, que desde entonces es plano. Con ella salió huyendo el tigre, quien dejó su pata marcada en la concha de las jaibas; los pájaros salieron volando tan de prisa que se les soltaron los huaraches –son las estrellas de mar. Mijmeor Kan saltó al agua y formó las olas del mar –antes no había–; el encaje de su enagua se entrevé todavía cuando la espuma llega a la playa.

 

Elisa Ramírez. Socióloga, poeta escritora para niños y traductora. Colaboradora permanente de esta revista.

 

Ramírez, Elisa, “No siempre fueron así I”, Arqueología Mexicana núm. 148, pp. 20-21.

 

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