Nuevas ediciones facsimilares de códices

Xavier Noguez

Se trata del Códice de Dresde, el Códice Maya de México (antes Grolier) y el Tonalámatl de Aubin. La principal característica del primero y el tercero es que han sido impresos en amate, extraído de la corteza de una higuera, y elaborado por los artesanos otomíes de la comunidad de San Pablito Pahuatlán, en el estado de Puebla, utilizando las técnicas tradicionales que se remontan a la etapa prehispánica. Se trata de tres pictografías de contenido mántico adivinatorio. Dos de ellas, el Códice Maya de México y el Dresde, fueron confeccionadas en la época anterior a la conquista. El Tonalámatl de Aubin procede del Centro de México, probablemente del estado de Tlaxcala, y es de manufactura colonial temprana. El Códice Boturini o Tira de Peregrinación, producto de la tlacuilolli colonial tenochca, es el tercer ejemplo impreso en amate. Fue publicado por las mismas instituciones arriba mencionadas en 2015. A esta empresa editorial debemos agregar otro más, en edición facsimilar: el Códice Aubin de 1576, unos anales continuos procedentes de México-Tenochtitlan (véase Arqueología Mexicana, núm. 149).

El códice maya que se guarda en la Biblioteca del Estado de Sajonia, en la ciudad de Dresde, ha sido objeto de varios y puntuales estudios desde que se tuvieron las primeras noticias de su existencia, en 1739. Sin embargo, quedan aún algunas interrogantes respecto a su lugar de origen y datación. Sobre su contenido se han dado importantes pasos en época reciente. Además, contamos con varias ediciones completas y ahora accesibles para el público en general, como es el caso del estudio de Erik Velásquez García, representante de la escuela mexicana de investigadores mayistas, y publicado en dos números de la revista Arqueología Mexicana (especiales 67 y 72). La edición aquí reseñada, con una nota del doctor Baltazar Brito Guadarrama, director de la Biblioteca Nacional de Antropología e Historia, nos ofrece la extraordinaria posibilidad de “reproducir de manera fiel y transparente, no sólo la imagen del códice sino también su materialidad sobre el amate”. La impresión de las imágenes se hizo directamente, usando el original en Alemania. Tenemos ahora un poderoso material didáctico para enseñar, de manera más verosímil, cómo eran los códices originales.

El Tonalámatl de Aubin (véase edición especial 31 de Arqueología Mexicana), como la pictografía de Dresde, pertenece al grupo de pictografías de contenido mántico, adivinatorio y augural que se rigen temporalmente por medio de una cuenta conocida como tonalpohualli. Consiste en una combinación de 13 numerales y 20 signos de los días que se inician con cipactli (especie de cocodrilo, conocido popularmente como “monstruo de la Tierra”) y terminan en xóchitl (flor). Este sistema vuelve a su inicio después de 73 vueltas.

Se trata de un sistema tan antiguo como consistente.

Lorenzo Boturini Benaduci, en sus Inventarios de documentos confiscados de 1743 y 1745, da noticias de su origen tlaxcalteca. En 1746 lo reporta en su Catálogo del Museo Histórico Indiano con mayor detenimiento. Y es hasta 1900-1901 cuando se estudia en su integridad, por primera vez, en una reproducción a color no facsimilar, con un estudio de Eduard Seler, quien, en muchos aspectos, se apoya en los estudios previos de Antonio de León y Gama y Manuel Orozco y Berra. Este mismo material se publica en 1981, con comentarios adicionales de la doctora Carmen Aguilera, en la serie “Tlaxcala. Códices y Manuscritos, no. 1”, bajo los auspicios del gobierno de dicho estado. Y es hasta 2018 cuando el doctor Baltazar Brito Guadarrama publica este manuscrito pictórico, en una edición facsimilar en amate, que se acompaña de un estudio general sobre su origen y parte de su contenido. Ya se había hecho notar que en las reproducciones anteriores: “Los colores y las formas de las figuras son tan diferentes [del original] que podrían causar errores de interpretación”.

Aunque los materiales impresos previamente sirvieron para realizar importantes investigaciones, hacía falta una edición que se generara del original, que actualmente se encuentra en México. Así podemos notar cambios principalmente en los colores y en alguna formas. En la edición de Seler se eliminó “el paso del tiempo” en alguna medida: no se ven los deterioros provocados por los insectos, por ejemplo, ni tampoco la destrucción del amate, principalmente en sus orillas. Con esta nueva edición, más verosímil, se pueden volver a plantear problemas tan importantes como su afinidad con el Códice Borbónico y su fecha de elaboración.

Citamos dos ejemplos de posibles influencias del estilo europeo: el glifo 1 xóchitl (flor) que se muestra al principio de la cuenta de los días (sección superior derecha), en la lámina 4, y posiblemente una inusual vista frontal del dios Tláloc en la lámina 11, en la sexta columna, cuarta posición. El Tonalámatl, hasta 1982, era parte de los Fondos Mexicanos de la Biblioteca Nacional de Francia. Sin embargo, y debido a un incidente de extracción ilegal, la pictografía regresó a México y actualmente forma parte de la colección de pictografías originales que se guarda en la Biblioteca Nacional de Antropología e Historia, en la Ciudad de México.

La historia del Códice Maya de México, antes conocido como Grolier (véase núm. 55 de Arqueología Mexicana) ha estado acompañada de constantes polémicas respecto a su autenticidad. Desde que se dio a conocer por primera vez en 1971, en un exclusivo club privado de Nueva York, se inició una discusión que, tiempo después, se afirmó que sólo se resolvería con estudios técnicos más profundos y sistemáticos sobre su materialidad y también sobre su contenido ritual. Y precisamente, haciendo eco a esta recomendación, y teniendo el original de vuelta en nuestro país, se formó un extraordinario equipo multidisciplinario que inició sus labores en febrero de 2017 y las terminó en enero de 2018. Se contó con el apoyo del Instituto Nacional de Antropología e Historia, la Universidad Nacional Autónoma de México y la Universidad de Colorado, en Boulder. Los textos finales ahora se presentan en un libro que acompaña a la edición facsimilar. Son 16 artículos que analizan las diez láminas de la pictografía, algunas de ellas mostrando visibles deterioros. Los resultados de las pruebas de radiocarbono y espectometría de masas con aceleradores apuntan a una confección del amate y la imprimatura, de manera probable, de entre 1000 y 1200 d.C. Las investigaciones del estilo pictórico arrojaron datos que se remontan a esa misma época, el Posclásico Temprano, inmediatamente anterior a la conjunción de ese fenómeno artístico e iconográfico “internacional” que conocemos bajo el título de “Mixteca- Puebla”, y del que aún quedan muchas preguntas sin respuesta sobre su origen y desarrollo. Respecto al contenido, el estudio epigráfico demostró que el original pudo haber tenido originalmente 20 láminas, y que el principal tema tratado fue, según el doctor Velásquez García, “los ortos heliacales de Venus asociados con augurios aciagos y con sacrificios humanos, en realidad [el tema] proviene de los siglos IX y X. Las imágenes plasmadas en el Códice Maya de México son los modelos más antiguos que conservamos de las fórmulas o leitmotivs iconotextuales que, luego de 1350 d.C., habrían de ser tan comunes en los códices como el Dresde o los del grupo Borgia, instrumentos sin duda flexibles, aunque limitados y acotados en repertorios de recursos, que servían para adaptarse a situaciones siempre diferentes”.

Finalmente, los investigadores especializados y los interesados en las pictografías indígenas tendrán a la mano tres importantes ejemplos, de los muy pocos que sobrevivieron a la conquista hispana, y que ahora podrán ser estudiados en su integridad. Y como los tres tratan temas mánticos o adivinatorios, su accesibilidad nos ayudará a entender mejor este fenómeno que fue de gran interés para las culturas mesoamericanas. No hay que olvidar además los esfuerzos institucionales para poner a disposición general ediciones digitales, las que facilitan aún más el acceso a los contenidos.

 

Xavier Noguez. Profesor-investigador de El Colegio Mexiquense, dedicado al estudio y publicación de códices coloniales del centro de México.

 

Noguez, Xavier, “Nuevas ediciones facsimilares de códices”, Arqueología Mexicana, núm. 155, pp. 18-19.

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