¿Sacrificaban al que ganaba en el juego de pelota?

La pregunta viene a colación porque frecuentemente escucho a personas que con gran aplomo afirman que, en efecto, a los jugadores que ganaban se les sacrificaba a los dioses. Sin embargo, no hay datos que permitan aseverar esto; por el contrario, existen ciertas evidencias que permiten negarlo. Para comenzar, es necesario aclarar que el juego de pelota, además de ser una práctica de distracción en ocasiones ejercitada por jugadores profesionales en que podía apostarse y se privilegiaba al ganador, sin que necesariamente llevara a la muerte del perdedor, tenía un contenido simbólico de enorme importancia relacionado con la guerra ritual o la lucha entre la noche y el día, la luz y la oscuridad, en que los componentes del bando enemigo que perdía eran sacrificados. Este segundo contenido es el que nos interesa en particular.

Pero veamos las características que tenían las canchas para el juego: las hay de grandes dimensiones como las de Chichén Itzá y Tula, con más de cien metros de extensión, o muy pequeñas, de unos cuantos metros. Se han detectado por lo menos dos con canchas dobles en las que se podía jugar simultáneamente (Matos, 2000). Las hay con cabezales y sin ellos; abiertas en sus extremos o cerradas; con talud inclinado o paramentos verticales; con anillos de piedra o con marcadores especiales. En fin, que sus formas y dimensiones presentan gran variedad y están orientadas la mayoría de las veces norte-sur u oriente-poniente. Inclusive hay espacios destinados al juego en lugares abiertos, como se ve en el mural de Tepantitla en Teotihuacan con sus marcadores a los extremos. Su importancia era tal que hasta el momento se han podido detectar alrededor de 1,500 canchas a lo largo y ancho de Mesoamérica (Taladoire, 2000; 2012). Se jugaba con protectores de cuero para manos, caderas y cintura, y en ocasiones con máscaras, como se ve en Dainzú o en el mural de la tumba de Huijazoo, ambos en Oaxaca. A las pelotas de hule –de las que se han encontrado varias en distintos sitios– se les pegaba con las caderas, los muslos y las manos. En Teotihuacan se ve el uso de bastones presumiblemente de madera. A veces se protegía la cintura con especies de yugos (imitación de los de piedra), como se aprecia en muchas figurillas mayas o en relieves en El Tajín, donde por cierto se han encontrado hasta 16 canchas para el juego.

Se ha prestado a controversia el número de jugadores que participaban. El Popol-Vuh asienta: “...de dos en dos se disputaban los cuatro cuando se reunían en el juego de pelota” (Popol-Vuh, 1971, p. 49). Por su parte, Torquemada dice que podían ser de uno a uno, dos contra dos, “tres a tres y a las veces dos a tres” (Torquemada, 1977, IV, p. 343). El dato arqueológico permite advertir que, por ejemplo, en Chichén Itzá había siete jugadores en cada bando. En la pintura de la tumba zapoteca de Huijazoo, Oaxaca, vemos en cada una de las dos paredes una procesión de nueve jugadores con máscaras y guanteletes, lo que hace un total de 18 jugadores (Franco, 1993).

Pero vayamos al tema de esta nota. Los argumentos a favor de que eran los perdedores a quienes se sacrificaba según el carácter del juego se encuentra en los siguientes puntos. En primer lugar, por tratarse de un combate simbólico y tal como ocurría en las guerras verdaderas entre dos grupos, a los prisioneros se les destinaba la mayor de las veces al sacrificio. Por lo tanto, quienes perdían en el juego cuando éste revestía características de combate eran los sacrificados a los dioses. También podía ocurrir que a determinados prisioneros de guerra se les inmolara dentro de las canchas. Como ejemplo de la inmolación al perder en la guerra (o en la cancha del juego) tenemos el caso del combate entre Huitzilopochtli y Coyolxauhqui –que según Durán se realizó en el juego de pelota de los dioses (Teotlachco)–, del que salió triunfante el primero con la consiguiente muerte por decapitación de la segunda y extracción del corazón de sus seguidores:

 

Cuentan que á media noche, estando todos en sosiego, oyeron en el lugar que llamaban Teotlachco [...] un gran ruido en aquel lugar, venida la mañana, hallaron muertos á los principales movedores de aquella rebelión, juntamente á la señora que dijimos se llamaba Coyolxauh, y á todos abiertos por los pechos y sacados solamente los corazones... (Durán, 1951, 25-26).

 

Otro dato más lo leemos en el Popol-Vuh, cuando los hermanos son derrotados por los señores de Xibalbá, quienes querían apoderarse de sus instrumentos para el juego: “sus cueros, sus anillos, sus guantes, la corona y la máscara, que eran los adornos de Hun-Hunahpú y Vucub-Hunahpú”, y una vez vencidos se les destina al sacrificio. Dice así el relato:

 

Hoy será el fin de vuestros días. Ahora moriréis, Seréis destruidos, os haremos pedazos y aquí quedará oculta vuestra memoria. Seréis sacrificados, dijeron Hun-Camé y Vucub-Camé. (...) En seguida los sacrificaron y los enterraron en el Puchal-Chah, así llamado. Antes de enterrarlos le cortaron la cabeza a Hun-Hunapú...” (Popol- Vuh, 1971, p. 57).

 

El sacrificio se llevaba a cabo principalmente por medio de la decapitación, creándose una relación hacia el Posclásico entre juego de pelota-tzompantli-decapitación. Así se aprecia en los relieves de Chichén con su tzompantli a un lado para colocar los cráneos, como también ocurre en Tula y Tenochtitlan, además de lo que leemos en el Popol-Vuh. Otras formas sacrificiales se realizaban por extracción del corazón y quizá por degollamiento, sin descartar algunas prácticas como acaso la de arrojar al individuo por una escalinata, según se aprecia en el edificio 33 de Yaxchilán, donde el señor Pájaro Jaguar IV ataviado para el juego observa la caída de otro personaje que, en forma de pelota, es lanzado por una escalinata (Matos, 2010, 57). En códices como el Borgia, por ejemplo, vemos el sacrificio humano de un personaje con el cuerpo “rallado”: prisionero que es sacrificado en el interior de la cancha para el juego.

Como puede apreciarse, hay sobrados datos para sostener la idea de la muerte de los jugadores/guerreros perdedores, y no de los ganadores, como parte de una de las más importantes prácticas rituales del México antiguo.

Eduardo Matos Moctezuma

 

Para leer más...

Baudez, Claude, “Las batallas rituales en Mesoamérica (2a parte)”, Arqueo- logía Mexicana, núm. 113, México, 2012, pp. 18-29.

durán, fray Diego, “Historia de las Indias de Nueva España e islas de la tierra firme, Editora Nacional, México, 1951.

Franco, María Luisa, La tumba zapoteca, Cavallari/Epson, México, 1993. Matos MoctezuMa, Eduardo, “El jue-

go de pelota con doble cancha de San Isidro”, Arqueología Mexicana, núm. 44, México, 2000, pp. 42-45.

_____ , “La muerte del hombre por el hombre, el sacrificio humano”, en El sacrificio humano, inah/unaM, México, 2010, pp. 43-67.

PoPol-Vuh, trad. de Adrián Recinos, Fce, México, 1971.

taladoire, Eric, “El juego de pelota mesoamericano”, Arqueología Mexi- cana, núm. 44, México, 2000, pp. 20-27.

_____ , Ballgames and Ballcourts in Prehis- panic Mesoamerica, a Bibliography, bar International Series 2338, Mono- grahps in American Archaeology, Paris, 2012.

 

Tomado de Eduardo Matos Moctezuma, “¿Sacrificaban al que ganaba en el juego de pelota?”, Arqueología Mexicana núm. 120, pp. 88 – 89.

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