Según el Códice Aubin, un relato en lengua náhuatl del siglo XVI, después de la aparición portentosa del águila sobre el nopal que señaló ante los mexicas el sitio de la fundación de Mexico-Tenochtitlan, un sacerdote llamado Axolohua fue sumergido en la laguna. Al día siguiente Axolohua volvió a aparecer y contó lo siguiente: “Fuí a ver a Tláloc, porque me llamó, dijo: Ha llegado mi hijo Huitzilopochtli, pues aquí será su casa. Pues él la dedicará porque aquí viviremos unidos sobre la tierra”. De esta manera Tláloc, una de las deidades más antiguas de Mesoamérica, recibió a “su hijo” Huitzilopochtli, dios joven de los mexicas recién llegados, y anunció que ambos compartirían el dominio sobre la nueva capital. Aquí y en otros contextos como la caída de Tollan, Tláloc actúa como una deidad que otorga “el valor, el mando”, es decir, el poder, una función del dios de la lluvia que ha sido destacada por José Contel (2008). Por lo anterior, el Templo Mayor de Tenochtitlan estaría compuesto por una gran pirámide doble, con dos “capillas” en su cúspide: una del lado sur, dedicada a Huitzilopochtli, y otra del lado norte, dedicada a Tláloc.
Ahora bien, conviene detenernos sobre la antigüedad de este dios en el Centro de México. Un hallazgo reciente en el sitio de La Laguna (Tlaxcala) es un fragmento de una máscara o de un incensario que representa el dios de la tormenta, antecedente del Preclásico (600-400 a.C.) de Tláloc (Carballo, 2007). Se encontraron en el sitio de Tlapacoya, también del Preclásico (en la Cuenca de México), botellones antropomorfos de cerámica que podrían ser los prototipos de las famosas ollas Tláloc que aparecieron en Teotihuacan. La gran difusión hasta el Posclásico de este tipo de ollas a lo largo y ancho de Mesoamérica ha sido estudiada por Leonardo López Luján (2006, I, pp. 140-143). Esos recipientes han sido hallados en los grandes sitios del México central como Teotihuacan, Tula y Xochicalco, pero también en lugares donde había manantiales, como Chapultepec, y en la cumbre de importantes montañas como el Cerro Tláloc, destacado santuario dedicado a esta deidad.
Imagen: Izquierda: El complejo simbolismo de la serpiente está estrechamente vinculado con Tláloc. El ofidio puede representar al rayo cuando está en las manos del dios, también simboliza la sangre que se riega sobre la tierra para fertilizarla. Fueron también dos serpientes las que descuartizaron y fertilizaron a Tlaltéotl, deidad de la Tierra que se confunde a menudo con Tláloc, para crear el cielo y la tierra. Estatua de Tláloc con dos serpientes que forman sus anteojeras y sus fauces. Colección Uhde, Berlín. Derecha: En distintos sitios arqueológicos, que abarcan desde el Preclásico hasta la conquista española, se han encontrado ollas Tláloc enterradas en muchas ofrendas. Algunas de esas ollas estaban llenas de piedras de jade que simbolizan el agua. A menudo, la posición acostada de esos recipientes parece aludir a la actuación de los tlaloque, que vertían con estas ollas el vital líquido sobre la Tierra. Olla Tláloc. Tula, Hidalgo. MNA. Digitalización: Raíces; Foto: Boris de Swan / Raíces
Tomado de Guilhem Olivier, “Tláloc, el antiguo dios de la lluvia y de la tierra en el Centro de México”, Arqueología Mexicana núm. 96, pp. 40 - 43.