Una concepción circular del tiempo y del espacio

Además de cementerios, en la cultura de tumbas de tiro estos recintos están asociados a construcciones ceremoniales de superficie que alojaron actividades del mundo de los vivos y cuyo diseño también resulta singular en Mesoamérica: se trata de los complejos de planta circular y concéntrica, denominados guachimontones y descubiertos por Phil C. Weigand (1993, 2004).

Concluyo este ensayo con un esbozo de mi propuesta de interpretación de las expresiones artísticas y otras prácticas culturales que conforman esta tradición funeraria, en particular en el marco de la cultura recién mencionada (Hernández, 2004). Aplico un esquema de integración plástica, no en el sentido de una estricta fusión material de las artes, sino de la unidad conceptual que pudo dar origen a su creación. Desde este enfoque el culto a los muertos y a los ancestros sobresale como una expresión esencial de la cosmovisión de este pueblo.

Bajo algunos de dichos complejos circulares hay tumbas de tiro. El simbolismo de estos dos niveles arquitectónicos es sugerente: el ámbito funerario e inframundano se halla unido con el terrestre y vital. Los planos verticales incorporan la noción de lo circular a través de la composición circular de las construcciones de superficie. A mi parecer, la visión cosmológica de este pueblo se plasmó en la configuración plástica de esos espacios arquitectónicos y en los elementos que le son intrínsecos, como las vasijas y las esculturas de barro, poseedoras de un sentido ritual y sagrado.

En ciertas vasijas pintadas reconozco afinidades con el concepto espacial circular de los guachimontones exhiben diseños cuatripartitas señalando un área central y cuatro puntos cardinales; en formas más elaboradas se desprenden del centro cuatro apéndices que se curvan y adquieren dinamismo, las líneas señalan desplazamiento hacia el núcleo y a un lado, creando un movimiento continuo, contenido dentro de un orden-espacio circular, claramente indicado por la forma del contorno de la vasija. Es posible considerar a los guachimontones y a este tipo de obras como cosmogramas (Hernández, 2009, pp. 128-131).

Distingo una concepción circular del tiempo y del espacio, en la cual la línea recta del tiempo se convierte en círculo, sin principio ni fin, si se piensa que las esculturas funerarias significaron –quizá– la eterna vitalidad que negó la finitud de la existencia humana. El hecho de ser realizadas en barro adquiere un especial simbolismo. Se trata de un material que tradicionalmente se asocia con utensilios de uso cotidiano y se considera humilde; mas en la cultura de tumbas de tiro son los objetos de barro, no de piedra u otros materiales, los que predominan en las ofrendas. Desde esta perspectiva, el barro representa por sí mismo una dualidad de vida y muerte, de lo finito y lo infinito, de la corporeidad y la descorporeización: los muertos fueron depositados en las entrañas de la tierra, en tumbas cuya forma remite a una matriz femenina. La tierra, considerada dentro del mundo mesoamericano como lugar de origen y de creación, se entiende a su vez como una madre, en este caso que recibe a los muertos, quienes en dicho sentido retornan a su origen. Y es la misma tierra, el barro, lo que otorga la vida eterna a los ancestros, pues con barro se figuraron estas esculturas de mujeres y hombres de permanente vitalidad. En ese sentido la tierra se convierte en la morada no sólo de los cadáveres sino también de la eternidad de los humanos. En tanto, el tiro de la tumba conecta la vida en la superficie con la “vida” en el inframundo. En suma, me parece reconocer un juego de múltiples pares opuestos complementarios (arriba-abajo, vida-muerte, finitoeterno) dentro de una cosmovisión circular que plantea un orden perfecto e ininterrumpido.

 

Tomado de Verónica Hernández Díaz, “El culto a los ancestros en la tradición de tumbas de tiro”, Arqueología Mexicana núm. 106, pp. 41-46.

 

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