Una manera de volar

Enrique Vela

Entre otras maneras de regocijos que estos indios occidentales tenían, con que engrandecían la solemnidad de sus fiestas y solazaban los ánimos de los que asistían en ellas, era una manera de volar que tenían, dando vueltas por el aire asidos de unos cordeles que pendían de un alto y grueso madero; y para mayor gusto del lector expresaré de palabra su hechura. Cuando habían de volar, traían del monte un árbol muy grande y grueso y descortezábanlo y dejábanlo liso. Éste era muy derecho y del tamaño suficiente que bastase a dar trece vueltas a su redonda el que en él volaba.

El artificio de esta invención era un mortero que ajustaba en lo alto y cabeza del madero, del cual pendía un cuadro de madera, a manera de bastidor, de un lienzo de casi dos brazas en hueco, atado fuertemente al mortero por las cuatro esquinas del dicho bastidor o cuadro con fuertes sogas. Entre el mortero y este dicho cuadro ataban otras cuatro sogas del grosor que bastase a sustentar los que de ellas se colgaban, que a las veces eran tres y cuatro y más de cada una. Estas sogas las afijaban con fuertes clavos, porque no se desfijasen, ni anduviesen a la redonda, haciendo disonancia al compás y priesa con que volaban. Estas sogas entraban por unos agujeros que estaban en medio de los cuartones que hacían el cuadro, las cuales, para que hiciese su oficio, las revolvían en el madero con mucha orden y concierto, llevándolas todas cuatro juntas, sin que una mordiese a otra, a manera de cómo se pone en el telar una trama para tejerse. Estas sogas en su extremidad baja remataban con unas lazadas de a vara, poco más o menos, y éstas llegaban a besar y hacer término con el cuadro todas las veces que las revolvían a árbol o madero que estaba empinado para volar. Para subir a este dicho cuadro, que era donde se sentaban los indios voladores, ataban un media maroma desde lo bajo a lo alto, haciendo nudos por el mismo palo, que servían de escalones y de asidero para poder subir por él con mucha facilidad y destreza.

Los indios que volaban no eran todos indiferentemente, sino aquellos solos que estaban muy enseñados para este ministerio, los cuales se ensayaban muchos días antes para ejercitarlo con destreza y gala. Los principales que hacían el juego eran cuatro, los cuales se vestían en figuras diversas de aves, es a saber, tomando unos forma de águilas caudales y otros de grifos y otros de otras aves que representasen grandes y bizarría. Levaban tendidas las alas para representar el vuelo proprio y natural del ave; subían a lo alto muy suelta y ligeramente y con ello otros ocho o diez, todos rica y costosamente vestidos y con muchos brazales y plumajes, para ayuda del ruido y ornato de su vuelo. Todos se sentaban por orden en el cuadro y por tandas y veces iba subiendo cada uno de pies en el mortero, y allí danzaban al son del algún instrumento las mudanzas que sabían, daban muchas vueltas, como unos volantines, queriendo cada uno aventajarse al otro.

Después de haber regocijado a los circunstantes, que embobados estaban viendo las cosas que hacían, se enlazaban por el medio cuerpo los cuatro que representaban las aves dichas, y dejábanse colgar de las sogas con que fingían su vuelo, y con el peso de los cuerpos movían el cuadro a la redonda y daban ellos las vueltas, y mientras más bajaban, más iban ensanchándose las vueltas que hacían; de manera, que la segunda ganaba a la primera aire y cuerda y la tercera a la segunda, y de esta suerte venían a fenecer las últimas a manera de campana, en una muy ancha y redonda plaza, las cuales venían aventajándose también en velocidad y fuerza, y así llegaban al suelo con gran ímpetu y violencia.

Aquí era de ver lo que venían haciendo estos voladores, asiéndose unas veces con los pies de la cuerda, otras con las manos, otras asidos de sola la cuerda, que les ceñía por la cintura. Los otros que quedaban arriba, cuando veían que ya iban los voladores en la media distancia de su vuelo, asíanse de las sogas y veníanse deslizando por ellas, unos en pos de otros, haciendo muchos sones y sutilezas; de manera, que cuando los voladores llegaban al suelo, venían con ellos juntamente. Aquí eran las risas y los contentos de todos; porque si el que volaba no era muy diestro, como bajaba con ímpetu y fuerza, alguna vez por dar de pies, daba de manos, o de cabeza, e iba rodando por el suelo hasta que la soga perdía la fuerza que traía; y de esta manera se acababa el vuelo y volvían otra vez a recoger las sogas para hacer otro tanto.

Juan de Torquemada, Monarquía indiana, 1976, vol. III, pp. 434-437.

Enrique Vela. Arqueólogo por la ENAH, editor, desde hace 30 años trabaja en el ramo editorial.

Vela, Enrique, “Una manera de volar”, Arqueología Mexicana, edición especial núm. 88, pp. 26-27.