Hallada el 17 de diciembre de 1790 en la Plaza de Armas de la ciudad de México, con motivo de las obras que ordenó realizar el segundo conde de Revillagigedo, fue trasladada y empotrada en la torre poniente de la Catedral, en claro contubernio con los ángeles cristianos, pese a ser considerada piedra de sacrificios según las palabras del segundo arzobispo de la Nueva España, don Alonso de Montúfar, quien a mediados del siglo xvi había mandado enterrarla en el mismo lugar en donde había permanecido tirada después de la conquista, es decir, cerca de la esquina sureste de la Plaza Mayor y de la acequia que por allí pasaba. ¿Cuáles fueron las razones que llevaron a tan ilustre personaje a tomar esa determinación? La respuesta nos la brinda el dominico fray Diego Durán, cuando señala en su Historia de las Indias de la Nueva España e islas de la Tierra Firme: “De donde, el ilustrísimo y reverendísimo don fray Alonso de Montúfar […] mandó enterrar [la piedra], viendo lo que allí pasaba de males y homicidios, y también a lo que sospecho, fue persuadido la mandase quitar de allí, a causa de que se perdiese la memoria del antiguo sacrificio que allí se hacía…” (Durán, 1951).
La Piedra del Sol es el monumento más estudiado, sin lugar a dudas, a lo largo de más de dos siglos de haber sido encontrado. Al estudio inicial emprendido por don Antonio de León y Gama, quien la consideraba útil para la astronomía, la cronología y la gnomónica, además de pensar que pudo haber funcionado como reloj, le siguió el trabajo de Alejandro de Humboldt publicado en su Vistas de las cordilleras y monumentos de los pueblos indígenas de América, en donde el sabio alemán lo compara con diversos calendarios de otros tantos pueblos. A partir de aquel momento fueron muchos quienes nos sentimos atraídos por la magnitud de su presencia. Los nombres de Alfredo Chavero, Ezequiel Ordóñez, Enrique Juan Palacios, Hermann Beyer, Alfonso Caso, Roberto Sieck Flandes, Doris Heyden, Carlos Navarrete, Cecilia Klein, Rubén Bonifaz Nuño, Michel Graulich, Ariane Fradcourt, Felipe Solís y yo mismo, entre muchos más, no pudimos resistir el interés del preciado monumento, cuyos análisis nos informan de su carácter marcadamente solar.
Para comprender mejor lo que la escultura representa, veamos las diferentes facetas por las que pasa el Sol en su transcurrir por el firmamento. Son tres los puntos en los que el Sol, Tonatiuh, pasa a lo largo de este recorrido: primero, como Huitzilopochtli, el joven guerrero que es parido por la tierra en el oriente para elevarse por el cielo, acompañado de guerreros muertos en combate o sacrificio que entonan cantos de guerra. El oriente representa el rumbo masculino del universo. Al llegar el mediodía da paso al Sol del centro, cuyo rostro es, precisamente, el que emerge en la parte central del monumento. Tiene un cuchillo de sacrificios que sale de la boca. Su contraparte en sentido vertical es el inframundo pero al mismo tiempo sirve de parteaguas entre el este y el oeste. Después se transforma en el Sol del atardecer, el Sol descendente, Tzontémoc, que será acompañado por mujeres guerreras muertas en el primer parto, indicadoras del rumbo femenino del universo. Es aquí donde el Sol será tragado por la tierra para pasar al inframundo. Se establece así el continuo movimiento del astro expresado de tres maneras diferentes, conforme al atributo que le corresponde en cada uno de sus pasos por la bóveda celeste. Pero ya en el interior de la tierra va a alumbrar el mundo de los muertos y va a revestir un aspecto importante, pues estamos ante un rito de paso por medio del cual la matriz de la diosa de la Tierra, convertida en inframundo o Mictlan, será el lugar en que se genere el Sol que será parido cada mañana. A esto parece referirse el Códice Borgia cuando en una de sus láminas muestra al gran Sol Nocturno, al que haremos alusión más adelante.
Ahora bien, el movimiento que ocurre desde el orto hasta el ocaso va a cobrar presencia en la forma de las pirámides, que obedece a este movimiento constante con una línea oblicua que asciende para llegar a su parte más alta, en donde se da la conjunción del hombre con la divinidad por medio del sacrificio, para luego descender de manera paulatina hacia el poniente. Esto se hace más patente en aquellos edificios que por sus características representan el centro del universo, llámense Pirámide del Sol o de la Serpiente Emplumada en Teotihuacan, o los templos mayores de Tenochtitlan y Tlatelolco, por ejemplo. Orientada su fachada principal hacia el poniente; asociados al sacrificio y a la fertilidad; con una enorme plataforma que los circunda y con su simbolismo de montañas sagradas que se ubican sobre la cueva que lo mismo significa lugar de donde nacen pueblos como la entrada al mundo de los muertos, estas construcciones van más allá de la pura presencia de un templo para convertirse en centro universal del pueblo que las erigió. Es el centro fundamental en que se unen los niveles celestes y el inframundo y de allí parten los cuatro rumbos universales. Es el centro de centros, en donde convergen las distintas fuerzas del universo. Más aún, es el lugar en donde se expresan algunos de los mitos que nos remontan in illo tempore.
Pero hablemos del contenido de la escultura. En ella vemos la aprehensión del tiempo mexica. En sus relieves se expresan mitos cosmogónicos como el de las edades o soles, que vemos presentes en los cuadretes que rodean el rostro central de la piedra que representa a Tonatiuh, el Sol. Fueron cuatro los soles por los que pasó el mundo en los que los dioses intentaron crear al hombre y el alimento que había de sustentarlo. Diferentes versiones existen acerca del orden en que acontecieron estas edades, pero tanto en la Leyenda de los Soles como en la Piedra del Sol vemos que el primero fue el Sol 4 viento (si seguimos a la inversa las manecillas del reloj), el cual fue arrasado por el aire y aquellos seres creados se convirtieron en monos y su alimento fue el acecentli o maíz de agua. El siguiente fue el Sol 4 lluvia de fuego en que todo se quemó y los seres se volvieron guajolotes; su alimento fue, según la Historia de los mexicanos por sus pinturas, el cincocopi. Le siguió el Sol 4 agua, y se dice que hubo 52 años de inundación que todo lo destruyó y los hombres se convirtieron en todo género de peces. Finalmente, tenemos el Sol 4 jaguar, durante el cual los hombres fueron devorados por las fieras y su alimento eran bellotas de encina. Ésta es, pues, la concepción que el mexica tenía del devenir del universo. Ahora bien, el conjunto mencionado junto con el rostro central forma a su vez el símbolo ollin (movimiento) que denota el cambio constante a que está sujeto el mundo y que corresponde al Quinto Sol, momento en que se logrará la presencia plena del hombre nahua y el alimento que lo sustentará: el maíz.
Rodea estas cuatro edades o soles un círculo que contiene los 20 días del calendario mexica, es decir, que expresan un mes. Deben leerse, al igual que los cuatro soles, a la inversa de las manecillas del reloj y comienza con el día cipactli. Rayos solares en forma de triángulos surgen del astro para alumbrar la tierra. Le sigue una banda con pequeños cuadros con la figura de quincunces, cinco elementos, que indican el centro. De ella también salen rayos solares. Finalmente y rodeando completamente al Sol, están las dos serpientes de fuego que lo envuelven y que a su vez lo transportan por el firmamento del oriente hasta el poniente. Esto hizo pensar a don Alfredo Chavero que la posición de la piedra debió de ser horizontal y no vertical como se nos presenta. Creo que tiene razón. Por otra parte, los colores ocre y rojo con que estuvo pintada la escultura en su mayor parte determina de manera significativa su carácter ígneo, solar. Un glifo 13 caña se encuentra en el lugar de donde arrancan las dos serpientes de fuego, el que puede tener dos acepciones: referirse a la fecha de su elaboración en el año de 1479, lo que nos remonta al gobierno del tlatoani Axayácatl, quien gobernó Tenochtitlan entre 1469 y 1481, o indicar el surgimiento del Quinto Sol como leemos en los Anales de Cuauhtitlan: “…en este año 13 acatl nació el sol que hoy va creciendo; que entonces amaneció y apareció el sol de movimiento, que hoy va creciendo, signo del 4 ollin. Este sol que está, es el quinto, en el que habrá terremotos y hambre general” (Códice Chimalpopoca, 1975, p. 5). Lo anterior augura que este Sol, en el cual hoy vivimos, también habrá de desaparecer.
Todo lo anterior me llevó a decir acerca de esta escultura:
Hemos transitado a través del tiempo para encontrarnos frente a un monumento que es el tiempo mismo, el tiempo petrificado. No de otra manera podemos referirnos a esta escultura en que el artista anónimo que la esculpió dejó grabada de manera prodigiosa toda la cosmovisión de un pueblo adorador del Sol. Cuatro fueron los soles o edades por las que había pasado la humanidad antes de su creación definitiva. Fueron cuatro intentos en que la lucha entre los dioses dio paso a cada una de las creaciones para, a su vez, ser destruida e iniciar el combate cósmico con el que, poco a poco, se iba perfeccionando la obra de los dioses. Esta acción de creación-destrucción, esta concepción dialéctica de un universo que se expresaba a través de la dualidad y en constante cambio y transformación quedó plasmado en la piedra con el surgimiento del Quinto Sol, el Sol del hombre nahua, el Nahui-Ollin que cobraba forma magnífica en esta piedra que, a poco más de doscientos años de haber vuelto a surgir, aún se resiste a entregarnos todo su contenido ancestral. Capricho de los dioses, dirán unos; medianía de los sabios, diría yo, pues la piedra resiste el tiempo y los embates de quienes quisiéramos penetrar en sus misterios pétreos y nos quedamos detenidos, absortos, en el umbral de lo desconocido (Matos, 1992, 2004).
Tomado de Eduardo Matos Moctezuma, “El decir de las piedras. Discurso de ingreso a la Academia Mexicana de la Lengua”, Arqueología Mexicana núm. 134, pp. 22 – 33.
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