Jaime MacLaren Walsh
Los museos coleccionan arte y objetos con el fin de conservar la cultura material de la humanidad, y los exhiben para mostrar al público hechos históricos y prácticas culturales. Este público supone que aquello que ve expuesto es exacto, científico, documentado, y que los objetos son auténticos. Esto no siempre es cierto, pues en casi todos los museos se guarda un número indeterminado de falsificaciones, que pasan por auténticos. Muchas de las falsificaciones son muy antiguas, y algunas incluso se mantienen en exhibición. El problema, entonces, no es nuevo.
En 1496, en pleno apogeo del Renacimiento, el cardenal Sforza-Riario –conocedor de antigüedades romanas tempranas– mostró con orgullo a Michelangelo Buonarroti su colección, dasafiando al artista de apenas 26 años a producir algo de calidad semejante. Se suponía que la colección provenía de excavaciones recientes, pero Miguel Ángel reconoció entre las piezas un cupido dormido hecho por él mismo. Confesó al cardenal que la había esculpido para vendérsela a Baldassare, un comerciante de Milán; luego de enterarse de que a éste le había pagado 200 ducados por la pieza, mientras que el sólo recibió treinta, Miguel Ángel admitió el fraude. Se encarceló al comerciante y la fama de Miguel Ángel se consolidó cuando la historia se dio a conocer: había hecho una réplica tan fina que pudo engañar a un reconocido experto y coleccionista.
Esta anécdota sobre el cardenal Sforza-Riario y la presencia de falsificaciones en las colecciones públicas y privadas pone de relieve tres asuntos. En primer lugar, las obras de los artistas contemporáneos nunca alcanzan un precio mayor que el de las antiguas, consideradas “clásicas”. En segundo lugar, cada vez es mayor el número de artistas capaces de hacer réplicas o de crear formas que reproducen los cánones del arte antiguo, que piezas auténticas, pero que logran cubrir la demanda de los coleccionistas. En tercer lugar, la demanda de antigüedades y la existencia de productores modernos hace inevitable que aquélla se cubra con objetos falsos.
El gusto (el “ojo” del coleccionista) es un factor importante cuando los objetos se coleccionan como piezas de arte, y no como artefactos culturales o históricos. Los objetos reunidos por los coleccionistas muestran lo complejo de su gusto, y los objetos que les ofrecen falsificadores y comerciantes satisfacen ese gusto. Artistas y comerciantes se asocian para engañarles, como en el caso de Miguel Ángel y Baldassare.
Los museos dependen por lo general de la generosidad de connotados coleccionistas, y es mediante ellos como llegan, en la mayoría de los casos, los falsos antiguos a las colecciones públicas.
La historia muestra que las falsificaciones arqueológicas mexicanas en colecciones privadas y públicas se han estudiado desde mediados del siglo XIX, por lo menos. La bibliografía nos indica que las falsificaciones históricas son hijas de su tiempo, y que los materiales y estilos de los falsos imponen moda y desaparecen con cierta regularidad. Aunque quisiéramos afirmar que sabemos cuáles piezas son falsas, las certezas sólo se afianzan con el incremento de nuestros conocimientos. “Las falsificaciones arqueológicas hechas con habilidad, sobre todo las artísticas, sólo resultan obvias tiempo después, cuando el cúmulo de experiencia y el conocimiento sobre un tema se han enriquecido” (Vayson de Pradenne, en Sturtevant, 1983, p. 347).
Algunas falsificaciones de objetos prehispánicos permanecen en las colecciones porque se les considera obras de arte singulares y, en tanto tales, sacrosantas. Los objetos con un valor intrínseco –hechos en jade, cristal de roca, plata y oro– parecen los más inamovibles. Ponerlos en duda es cuestionar el juicio y la autoridad de generaciones de curadores y de las instituciones mismas que los albergan. Otro obstáculo en la denuncia de falsificación es que se involucran varios niveles. “Los expertos siempre han considerado las falsificaciones desde su punto de vista moral y estético, así como económico… nos indignan porque creíamos tener el gusto educado y la sensibilidad estética necesarios para no ser engañados” (Pasztory, 2002, p. 159).
MacLaren Walsh, Jaime, “Falsificando la historia. Los falsos objetos prehispánicos”, Arqueología Mexicana núm. 82, pp. 20-25.
· Jane MacLaren Walsh. Doctora en antropología. Trabaja en el Smithsonian Institution, National Museum of Natural History. Estudia arqueología y etnohistoria del Altiplano de México. Colabora con el British Museum y el Museo del Templo Mayor en la creación de una base de datos para autentificar la antigüedad de piezas prehispánicas.
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