En el plano terrestre, donde se desarrollaba la vida cotidiana, las transgresiones sexuales entre los nahuas y otros grupos mesoamericanos constituyeron una resistencia frente al control que pretendía ejercer el Estado sobre la sexualidad y el cuerpo. Sin embargo, en determinados contextos y espacios, como en el ritual, la norma sexual se veía trastocada, pues se requería la presencia de prostitutas, homosexuales y travestis en determinadas fiestas.
Los discursos nahuas contenidos en los huehuetlatolli (“palabra antigua”) alentaban a la castidad y la moderación sexual, pues se esperaba que la mujer llegara virgen al matrimonio y que los varones no padecieran agotamiento sexual y físico por ejercer la sexualidad a temprana edad. Si bien los ejemplos que tenemos de huehuetlatolli corresponden a la nobleza, el ideal de moderación era estimado entre todas las clases sociales, aunque existía mayor permisividad en la clase popular y mayor exigencia para los nobles, con el fin de justificar sus puestos de poder.
Una vez que las exhortaciones eran rebasadas, la transgresión se veía limitada por el repudio social, la enfermedad –cuyo origen podía ser divino– y el castigo judicial. La falta sexual sobre la que más abundan las fuentes etnohistóricas es el adulterio, delito que se castigaba de oficio. Las leyes civiles al respecto tenían como fin salvaguardar el derecho sexual y de posesión del esposo, así como conservar la transmisión patrilineal de la herencia.
Entre los nahuas, el castigo más común aplicado al adúltero de clase baja era la lapidación pública, pero también se practicaba quebrarle la cabeza con dos losas y el apaleamiento; de hecho, la metáfora para referirse al castigo era in tetl , in cuáhuitl , “la piedra, el palo”. Las sentencias se aplicaban en la plaza o en el mercado; después los cuerpos eran arrastrados hasta un templo fuera de la ciudad y arrojados en una barranca. En el caso de los nobles, la pena era el ahorcamiento y se aplicaba de manera privada, en su casa o en la cárcel; les emplumaban la cabeza con penachos verdes y así los quemaban. La privacidad del castigo tenía como propósito evitar la vergüenza pública al transgresor y a su familia.
En la Relación de Michoacán se muestra el modo en que se castigaba a los adúlteros purépechas. A la mujer le rasgaban la boca y saltaban los ojos, mientras que a los hombres les clavaban una larga cuña de madera en los genitales. Entre los yopes, grupo que vivía entre Guerrero y Oaxaca, el marido ofendido usaba los dientes para arrancar las narices a la mujer adúltera y a su amante; si reincidían en su falta, eran apedreados. A su vez, entre los mayas de Yucatán se multaba con 100 plumas al hombre casado que tenía relaciones sexuales con una mujer soltera. Se ha señalado también que en la misma región, a los adúlteros se les aplicaba la pena de muerte flechándolos o estacándolos.
Respecto a la homosexualidad, los nahuas marcaron la distinción entre el homosexual activo y el pasivo. Mientras que el activo seguía representando su rol genérico masculino, el pasivo, al ser penetrado en el acto sexual, violaba su rol de hombre y se feminizaba. Lo anterior se tradujo en un castigo diferenciado: al pasivo le sacaban las entrañas por el sexo, después los jóvenes de la ciudad lo cubrían de ceniza y le prendían fuego; al activo lo enterraban con ceniza y ahí moría.
La visión sobre la prostitución entre los nahuas fue ambivalente. La prostituta era estigmatizada y repudiada socialmente; escandalizaba con su atavío, su actitud corporal y actividad sexual excesiva; sin embargo, su práctica era tolerada, pues no había penas judiciales contra ella. Por otro lado, cumplía un papel promovido por el Estado en algunas fiestas de las veintenas, ofreciendo entretenimiento sexual a los cautivos o a algunos personificadores de dioses; asimismo, las prostitutas llamadas maqui acompañaban a los militares en sus contiendas. Sobre la inclinación de las mujeres a la prostitución, algunas eran orilladas a tal práctica por su extrema pobreza; otras eran entregadas por sus familiares como tributo; otras más fueron botín de guerra, y otras por voluntad propia se dedicaron a tal actividad.
Otras transgresiones sexuales entre los nahuas fueron el aborto inducido, para el cual se utilizaban principalmente ciertas plantas y raíces. La mujer que abortaba y la persona que proporcionaba el abortivo eran sentenciadas a muerte. Los que cometían incesto en el primer grado de consanguinidad también recibían la pena de muerte; sin embargo, en la nobleza maya y mixteca hubo casamientos entre hermanos. La violación fue igualmente penada, pero era práctica común durante las guerras.
Tomado de Miriam López Hernández y Jaime Echeverría García, “Transgresiones sexuales en el México antiguo”, Arqueología Mexicana núm. 104, pp. 65-69.
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