Javier Urcid, Sebastián van Doesburg
Los restos de un manuscrito adivinatorio pintado en estilo indígena dan voz a las antiguas comunidades de zapotecos, mixes y chontales en la sierra sureste de Oaxaca y amplían nuestro conocimiento sobre las prácticas de escritura y adivinación en la antigua Mesoamérica.
El hallazgo
Es inusual, después de cuatro siglos, encontrar manuscritos pintados en la antigua tradición mesoamericana. Pero en el año 2001 sucedió un hallazgo espectacular e inesperado cuando miembros del Instituto de Órganos Históricos de Oaxaca, dirigidos por Cicely Winter, visitaron San Bartolo Yautepec para documentar el órgano del siglo XVII que se encuentra en la iglesia de la comunidad. En el transcurso de esa investigación, las autoridades locales les mostraron dos baúles resguardados en el coro alto de la iglesia que contenían libros de música y partituras sueltas de distintas épocas. Uno de los libros, con partituras de cantos gregorianos del siglo XVI, tenía dos fragmentos de un códice antiguo reutilizados para formar la carátula posterior.
Cuando se hizo el libro, los fragmentos del códice quedaron dispuestos uno arriba del otro y con las inscripciones de cabeza. A cada uno se le hizo tres incisiones del lado que da hacia el lomo del libro para pasar las cintas de cuero de la encuadernación. Luego se colocó una hoja de papel a manera de guarda sobre el lado recto de los fragmentos y se forró el volumen con una cubierta de cuero –posiblemente de bovino-, doblando tres solapas en la parte interna de la contracubierta. Finalmente se hizo una incisión en la esquina superior derecha de la cubierta, que atravesó el fragmento del códice que quedó arriba, y otra más en la contraparte de la solapa lateral. Estas incisiones debieron permitir la inserción de unas tiras de cuero delgadas para anudar el libro al momento de cerrarlo. Con el uso constante, la carátula frontal del voluminoso libro eventualmente se perdió y el papel que cubría los fragmentos se deshizo, dejando sólo trazas de fibras sobre las pinturas de los pedazos del códice. Además, el libro se apolilló, lo que causó un mayor deterioro a los fragmentos del manuscrito antiguo.
Un manual de adivinación
Los fragmentos del códice, de piel de venado, tienen el típico recubrimiento de cal y almidón para recibir las pinturas y éstas siguen las convenciones de la escritura prehispánica tardía de Oaxaca (1250-1550 d.C.). Aunque cortados y adecuados, es evidente que los pedazos del códice formaron originalmente parte de un manuscrito en biombo que se abría y cerraba horizontalmente. Los pliegues verticales que aún quedan en los pedazos permiten deducir que –doblado– el códice tenía unos 16 cm de altura por 14.5 cm de largo, similar al tamaño del manuscrito Tonalpouhqui (Códice Vaticano B) (14.5 x 12 cm) y al códice Mictlan (Códice Laud) (15 x 15.5 cm). Los pliegues que corresponden a los dobleces exteriores están ennegrecidos por el uso. Parece que los fragmentos quedaban juntos, así que lo que se preserva son en realidad tres hojas contiguas. En el lado recto, las hojas están divididas horizontalmente en dos registros mediante una delgada línea roja pintada a la mitad de cada pedazo. A su vez, los registros están divididos por líneas rojas verticales que definen varias celdas. Cada celda contiene la representación de un personaje, de un lugar o de un objeto, acompañado a la vez de un signo de día y puntos numerales. Estas notaciones calendáricas y las imágenes se pintaron con colores azul, verde, rojo, rosa, amarillo, café, gris, negro y blanco.
En el registro superior del lado recto en ambos fragmentos las imágenes y las notaciones calendáricas están dentro de cada una de las celdas. En cambio, en el registro inferior las notaciones calendáricas aparecen en celdas separadas por otra línea horizontal casi hasta abajo. La misma estructura de líneas divisorias horizontales (a la mitad y casi hasta abajo) es evidente en el lado verso de los fragmentos, pero con la peculiaridad de que éstas no continúan en la Hoja 1. Esto indica que las tres hojas corresponden a uno de los extremos del códice. En el verso de las Hojas 2 y 3 también hubo celdas con imaginería, pero las líneas verticales divisorias son casi imperceptibles. Dentro de las celdas sólo se ven manchas rojas. Lo peculiar del registro inferior es que aún quedan –como impronta– las siluetas de tres personajes sentados. Si estas huellas no fueron el resultado de alguna reacción química entre los pigmentos y la base de cal que subyace a las pinturas, entonces posiblemente las imágenes fueron removidas intencionalmente, tal vez borrándolas cuidadosamente mediante un proceso de humidificación.
La estructura en celdas indica que el manuscrito fue de carácter mántico. Especialistas en la adivinación usaban este tipo de manuales. Con ellos se hacía un manejo filosófico de los conceptos de tiempo y espacio para guiar a los usuarios en los intrincados procesos de pronosticación y enfrentar diversas crisis: el buen curso de los nacimientos, el crecimiento de la persona, su moralidad, buscar armonía en las relaciones interpersonales, asegurar el éxito en las cosechas, el comercio y en la guerra, y para enfrentar a nivel personal y comunitario la realidad de la muerte. De ahí que el calendario de 260 días y sus subdivisiones servía como eje organizador. Además, mediante las imágenes asociadas –cargadas de metáforas– se buscaba interpretar la realidad oculta de las motivaciones humanas y divinas, predecir la inclinación y el carácter de los recién nacidos, de un noviazgo o un matrimonio, o reconocer los días propicios, nefastos o indiferentes para llevar a cabo alguna actividad, prescribiendo y escogiendo los días adecuados para hacer rituales y ofrendas necesarias para promover el equilibrio en la vida.
Los españoles suprimieron con vigor las prácticas adivinatorias, juzgándolas como satánicas. Por ejemplo, a mediados del siglo XVI , Francisco Cervantes de Salazar, maestro de retórica en la Universidad de México y hombre formado en el pensamiento renacentista de Salamanca, opinó que la cuenta en trecenas: “Era el orden que tenían en su diabólica y falsa astrología, la cual quise escribir para que más claramente constase el engaño en que estos miserables han vivido hasta estos nuestros tiempos”. El desprecio por estos manuales hizo que la mayoría fueran destruidos. Sin embargo, aún en el siglo XX se registró el uso de la cuenta adivinatoria en varias comunidades de Oaxaca, principalmente entre los mixes de la sierra norte, los zapotecos de la sierra sur (Loxicha y Coatlán) y los zapotecos de la sierra sureste, esta última la región de donde provienen los fragmentos bajo consideración. Los maestros mixes del calendario continúan usando la cuenta adivinatoria hasta hoy en día.
• Javier Urcid. Doctor en antropología por la Universidad de Yale. Profesor en el Departamento de Antropología de la Universidad de Brandeis, Boston Massachussetts.
• Sebastián van Doesburg. Doctor en letras por la Universidad de Leiden, Países Bajos. Investigador en la Biblioteca Francisco de Burgoa de la Universidad Autónoma Benito Juárez de Oaxaca.
Urcid, Javier, Sebastián van Doesburg, “Restos de un códice mántico. San Bartolo Yautepec, Oaxaca”, Arqueología Mexicana núm. 141, pp. 80-85.
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