Michel Graulich
En la cosmovisión de las culturas del México antiguo, el Sol representaba uno de los elementos primordiales, al grado que todo ciclo importante -una vida, un reino, un año, una era- se relacionaba simbólicamente con un día, es decir, con un recorrido del astro de este a oeste. En la medida en que ambos compartían una misma misión -mantener en marcha la máquina del mundo-, desde épocas remotas hasta el momento de la Conquista la identificación del gobernante con el Sol fue una práctica común entre los pueblos mesoamericanos y jugó un papel fundamental en la legitimación del poder político.
En muchas ciudades de Mesoamérica, el soberano estaba asociado directamente con el Sol. Tal fue el caso entre los mayas, como lo ilustran, por ejemplo, la lápida del sarcófago de Pacal, en Palenque, y los trabajos de Claude F. Baudez. Lo mismo sucedió entre los mexicas, para quienes el rey o huey tlatoani representaba al astro, específicamente bajo su aspecto de Huitzilopochtli.
Parece ser que, en los inicios de la historia mexica, la asimilación habría sido casi total; al menos según Cristóbal del Castillo, el primer soberano de los mexicas y su guía durante sus migraciones fue el propio Huitzilopochtli, de carne y hueso. Los reyes de México eran sus herederos, lo cual se les recordaba con ocasión de su entronización: "Heredado has el estrado real de muy ricas y hermosas plumas y el aposento de piedras preciosas que dejó el dios Quetzalcóatl [...] y del maravilloso y admirable Huitzilopochtli" (Durán, 1990, cap. XXXIX).
El tlatoani y el Sol
Desde Acamapichtli hasta el último tlatoani, se dice que éste es "figura" y "semejanza de nuestro dios Huitzilopochtli". Es el dios quien lo elige, quien hace de él su envoltura, su piel, su ixiptla, y quien lo llama, metafóricamente, su hijo; en verdad, el hijo es el ixiptia del padre. En ocasiones, el tlatoani es incluso literalmente la imagen de la divinidad, cuyos atavíos y atributos lleva. En un famoso monumento mexica, la Piedra de Tízoc, el soberano es representado asiendo por los cabellos a las divinidades patronas de ciudades vencidas. En su calidad de conquistador y representante de México, encarna a la vez a Tezcatlipoca y a Huitzilopochtli, cuyos atributos porta, aunque, en la recientemente descubierta Piedra de Axayácatl, la cual sirvió como modelo a Tízoc, el rey está vestido como Tezcatlipoca. Cuando parte a la guerra, se adorna con los atavíos de Xipe-Tótec, el dios de la piel de desollado estrechamente vinculado al astro del día. Y, a su muerte, se le revestía con los atavíos de Huitzilopochtli, Tláloc, Xipe-Tótec y Quetzalcóatl.
Durante el transcurso de la fiesta del mes de panquetzaliztli, la cual era una representación para actualizar la victoria de Huitzilopochtli sobre Coyolxauhqui y los 400 huitznahuas en Coatépec, que también era la victoria del Sol levante sobre la Luna y las estrellas, el rey era quien desempeñaba el papel del dios que sacrifica a sus enemigos. Y, en fin, se decía del rey, al igual que de Huitzilopochtli, que era el corazón de la ciudad y del pueblo mexica.
En Mesoamérica, todo ciclo importante -una vida, un reino, un año, una era- se relacionaba simbólicamente con un día o un recorrido del Sol de este a oeste. Así, con ocasión de la coronación del tlatoani, se clamaba: "salga luego el Sol" o "ha salido el sol, hanos alumbrado, hanos comunicado su claridad y su resplandor..." (Sahagún, 1979, libro VI, cap. 4). A su muerte, en cambio, los señores se lamentaban: "Quedó esta ciudad en oscuridad con la falta de sol que se escondió con tu muerte"(Durán, 1990, cap. Ll).
El Sol y el rey tienen la misma función: deben "reinar, llevar la carga" (in tlatquiz, in tlamamaz, en e l texto de Sahagún que acabarnos de citar; en el mito del nacimiento del Sol en Teotihuacan, los dioses emplean exactamente la misma expresión al hablar
del astro). Ocupan el mismo trono de plumas de espátula rosa (quecholicpalli). Uno y otro tienen una misión cósmica: mantener en marcha la máquina del mundo y velar porque el cielo no se desplome sobre la tierra. El rey es portador de la bóveda celeste y está relacionado con los dioses de las cuatro esquinas, cuyas vestimentas lleva a su muerte. Y, como al Sol, se le hacen sacrificios humanos que lo vivifican.
Traducción: Mario A. Zamudio
Michel Graulich. Doctor en filosofía y letras por la Universidad Libre de Bruselas. Profesor de la Escuela Práctica de Altos Estudios (sección Ciencias Religiosa) de Paris. Actualmente estudia el sacrificio humano entre los aztecas.
Graulich, Michel, “El rey solar en Mesoamérica ”, Arqueología Mexicana núm. 32, pp. 14-21.
Texto completo en la edición impresa. Si desea adquirir un ejemplar:
http://raices.com.mx/tienda/revistas-poder-y-politica-prehispanicos-AM032