La Estructura 1 de Bonampak, Chiapas, alberga un conjunto excepcional de pinturas murales distribuidas en tres cuartos; en cada uno se representa un momento de una tragedia en tres actos: antes, durante y después de la batalla. Si bien el rey y su corte son los principales actores de esas pinturas, algunos ritos están descritos minuciosamente. Se ven mujeres, sin duda de la familia real, que se autosacrifican pasando un cordel a través de su lengua, y papeles manchados con su sangre que se depositan en un incensario, listos para ser quemados como ofrenda (cuarto 3). No se indica el destinatario o destinatarios de este sacrificio, si es que los hay. Ocurre lo mismo con el sacrificio del hombre a quien se arranca el corazón, pintado en la escalinata del cuarto 3, y con el sacrificio y la tortura de los prisioneros en la cúspide de la pirámide del cuarto 2. Asimismo, es imposible determinar a qué fuerza se dedica la gran danza realizada al pie de la pirámide pintada en el cuarto 3.
En el cuarto 1, un grupo de seis danzantes ataviados y enmascarados, acompañados por músicos (trompetas, tambores, caparazones de tortuga y sonajas), se dispone a entrar en acción. Uno de los personajes sentados lleva un tocado con una máscara del monstruo terrestre acuático y al lado se ve un personaje con máscara de cocodrilo. Los otros danzantes encarnan a un crustáceo (¿camarón de agua dulce?), ¿un pato? Y un cangrejo que levanta sus tenazas arriba de su cabeza. La criatura de la extrema derecha lleva una cabeza de muerto coronada por un nenúfar mordisqueado por un pez; es otra forma del monstruo terrestre acuático que ilustra el tema de muerte y renacimiento. Tres danzantes visten faldas de fibras y pectorales iguales, y todos llevan nenúfares. Las máscaras, la vestimenta y los adornos vegetales se relacionan con el medio acuático, el de los bajos , representado en numerosas vasijas del Clásico con sus animales y su planta emblemática, el nenúfar. Los personajes no aparecen como dioses individualizados, sino como espíritus del agua, invocados por la danza y la música para que restituyan la fertilidad ideal del medio.
Tomado de Claude-François Baudez, “Los dioses mayas. Una aparición tardía”, Arqueología Mexicana, núm. 88, pp. 32-41.
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