Cristina Barros, Marco Buenrostro
Prácticamente no hay apartado en la Historia... de Sahagún donde no se haga referencia a la alimentación. En su obra vemos reflejados la variedad, complejidad y refinamiento que tenían las diversas maneras de preparar y consumir sustentos entre los mexicas: su carácter sagrado; cuáles eran para los dioses, para los señores o para todos; las fiestas y la cotidianeidad; las técnicas culinarias; los ingredientes para cocinar; los utensilios, así como los lugares donde se obtenían y vendían.
Para reconstruir la vida de los mexicas en la época prehispánica, no hay documento más completo que la Historia general de las cosas de Nueva España escrita por Bernardino de Sahagún, quien aunque concibió la obra como un documento que permitiera a los frailes evangelizadores descubrir cualquier conducta indígena que desde su punto de vista fuera idolátrica, es indudable que se interesó por la cultura de los indios y registró cuidadosamente los datos que le dieron sus informantes.
De esta manera fue más allá del propósito original, y nos dejó una clara idea de la complejidad y refinamiento de la cultura mexica. En cuanto a la alimentación, casi no hay apartado de esta obra que no contenga alguna referencia al tema.
El alimento es sagrado
Para los antiguos mexicanos, el alimento tenía carácter sagrado, puesto que daba el ser al hombre: “Porque es nuestro existir, porque es nuestro vivir, porque él camina, porque él se mueve, porque él se alegra, porque él ríe, porque él vive: el alimento”. Y más adelante: “Sólo por el alimento se mantiene la tierra; por él está vivo el mundo, [por él] estamos llenando el mundo. Nuestra total esperanza es el alimento” (Códice Florentino, lib. VI, cap. XVII, ff. 72r-73r).
Entre los consejos que daba el tlatoani a sus hijos, destacaban los de que supieran cultivar los campos y que “dispongan de lo concerniente a los camellones [chinampas], a los canales y desparramen [la semilla] en los campos de cultivo”. Así lo habían hecho los dioses y gracias a ellos habían nacido los hombres. “Si te dedicas solamente a la nobleza... ¿qué harás comer a la gente?, ¿y qué comerás?, ¿qué beberás? ¿Dónde habré visto que alguno desayune, cene nobleza?” (Códice Florentino, lib. VI, cap. XVII, f. 72r).
El alimento era lo primordial, y la naturaleza lo proveía. Sobre la naturaleza mandaban determinados dioses como Tláloc, dios de las lluvias, y Quetzalcóatl, dios de los vientos, que “barría los caminos a los dioses de las lluvias para que viniesen a llover” (Sahagún, 1989, p. 39). Chicomecóatl, diosa de los mantenimientos, fue considerada como la primera mujer que hizo tortillas y “otros manjares guisados”, y Xiuhtecuhtli era el dios del fuego, que “calienta a los que tienen frío, y guisa las viandas para comer, asando y cociendo, y tostando y friendo. El hace la sal y la miel espesa, y el carbón y la cal” (ibid., p. 47). Había además dioses relacionados con bebidas como el pulque.
Uno de los dioses, llamados tlaloques, era Opuchtli, a quien se atribuía haber inventado las redes para pescar y la minacachalli, que “es como fisga, aunque no tiene sino tres puntas en triángulo, como tridente, con que hiere a los peces; y también con él matan aves” (ibid., p. 54).
Comida para los dioses
A la mayoría de los dioses se les ofrendaban alimentos, y de ellos los más frecuentes estaban elaborados con maíz. Así, a Cihuapilli, diosa de las mujeres que mueren en el parto, se le ofrecían tamales hechos con distintas figuras, “unos, como mariposas; otros, de figura del rayo que cae del cielo, que llaman xonecuilli; y también unos tamalejos que se llaman xucuichtamatzoalli, y maíz tostado que llaman... ízquitl” (ibid., p. 42). En otras ofrendas había tamales con formas de muñecas y de flores.
Los alimentos no sólo se ofrendaban; también era común hacer collares de flores o de tamales, de mazorcas y de maíz reventado –palomitas de maíz– que llamaban momochtli.
Otro ingrediente frecuente en las ofrendas era el amaranto, bledo o huauhtli. Con la mezcla de harina y de semilla reventada de huauhtli hacían rodelas, saetas, espadas, muñecas, formas humanas, huesos e imágenes de dioses y de montes, cuyos dientes eran simulados con pepitas de calabaza, y los ojos con ayocotes negros.
Al dios del fuego le ofrendaban huauhquiltamalli –tamales hechos con hojas de huauhtli–, y también pulque teñido de color azul-verde.
Muchas ceremonias estaban asociadas con los ayunos. En la fiesta de las flores dedicada a Macuilxóchitl sólo se bebía, a la media noche, un atole llamado tlacuilolatolli, que se teñía y se presentaba con una flor en el centro del recipiente (ibid., p. 50).
Cristina Barros y Marco Buenrostro. Investigadores en cultura mexicana, integrantes del taller creativo El Tecuani. Autores de varios libros y de la columna semanal “Itacate” en el diario La Jornada.
Barros, Cristina, Marco Buenrostro, “La alimentación prehispánica en la obra de Sahagún”, Arqueología Mexicana núm. 36, pp. 38-45.
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