La manta emplumada de la momia de La Cueva de la Ventana, Chihuahua

Josefina Mansilla Lory y María Ritter Miravete

De acuerdo con su desarrollo dental, el niño tenía entre un año y medio y dos años de edad biológica. Al cuerpo lo cubre parcialmente un textil construido con fibras de yuca y plumas; en algunas partes de la piel se pueden ver marcas que corresponden al tejido de un petate que sirvió para conformar el bulto mortuorio con el que fue depositado en la cueva. Aunque no se cuenta con la estera, se tienen datos similares de la misma zona y temporalidad, como mencionan los arqueólogos Lumholtz y Zingg. Es notable la conservación del cabello castaño, liso y corto, de las pestañas y cejas, órganos internos, así como de las uñas.

Para ubicar el periodo en que  vivió el niño se contó con la fecha 867 +/- 20 a. p., obtenida de una muestra de piel en el Radiocarbon Dating Laboratory, University of Waikato, Nueva Zelanda. Esta datación permite situar el conjunto como de la cultura Mogollón, cuyo desarrollo coincide con las características culturales, la cronología y la ubicación del entierro. La información recabada (Leboreiro, 2009, y Menéndez, 2016) y una cita del Dr. Robert M. Zingg, de 1940, permiten proponer que esta momia proviene de la excavación de 1931 de la Universidad de Chicago, a cargo del arqueólogo Zingg en una cueva cerca de Norogachi, Chihuahua.

Costumbres funerarias

Según Zingg, las momias de este sitio conservan textiles con aplicaciones de plumaria: “Éstos consistían en un envoltorio con una manta tejida de fibra de agave, comúnmente llamada pita. En varios casos, también se podían observar los frágiles restos de mantas de pelo y/o pluma, o de los hilos de agave que eran utilizados para dar soporte a la piel o plumas torcidas de dichos tejidos. Finalmente, el cuerpo se cubría con un tapete asargado llamado petate” (Zingg, 1940, p. 9).

En el rito funerario del infante hay evidencia de la utilización de plumas en un textil de hace ca. 1 000 años, en el área cultural denominada Oasisamérica. El pequeño niño fue arropado para su entierro con ese textil; los cuidados y protección dispensados al niño, la preocupación de seleccionar el sitio de su entierro en una cueva, el arreglo del cuerpo y la mortaja, revelan el pensamiento mágico religioso de esa época.

La manta

Conforme al análisis, sabemos que el textil rectangular mide cerca de 22 cm de ancho por 25 cm de largo y presenta un ligamento de encordado de baja densidad. Su superficie se encuentra cubierta de pequeñas plumas de color grisáceo y blanco, sujetas por medio de un filamento rígido que se enrosca alrededor de la urdimbre (1), y en ciertas áreas se pueden apreciar plumas de mayor tamaño con forma de abanico de color negro o gris tornasolado (2). La forma de abanico, junto con la información obtenida de varios estudios, sugiere que se trata de plumas de guajolote silvestre (Meleagris gallopavo sp.) (Ritter, 2019).

El hilo emplumado

Las mantas emplumadas encontradas en Oasisamérica destacan porque las plumas se sostienen de los hilos de urdimbre; la variante que presentamos, en la que el raquis de las plumas se enrolla alrededor del hilo base y entre los cuales se añade plumón para dar la apariencia de hilo emplumado (3), no ha sido referida para Mesoamérica (Filloy et al., 2007), lo que, aunado a su temporalidad más temprana, cobra mayor importancia. Se compone de tres estructuras principales: los hilos de trama fabricados con yuca, los cuales no presentan plumas (4); el plumón que recubre los hilos de urdimbre, y el filamento rígido que va enroscándose a lo largo de toda la longitud de los hilos de urdimbre y es utilizado para mantener sujeto el plumón (5). Finalmente, hay alrededor de 25 plumas coberteras de color gris tornasolado dispuestas aleatoriamente como elementos decorativos (Ritter, 2019). Una vez fabricado el hilo emplumado, se procedía a montar sobre un telar sencillo para comenzar el tejido. El buen estado de conservación de este conjunto orgánico está íntimamente relacionado con los logros obtenidos; la momificación por desecación permitió que se conservaran desde las plumas y el textil hasta los elementos más delicados del niño.

De esta forma, el niño con su manta permite conocer rasgos de su vida y de algunas de las costumbres y manufacturas del grupo al que perteneció. A través de la mirada de diferentes especialistas, y apoyados en diversas evidencias, procesos y atributos interrelacionados entre sí, se revelan destellos de su entorno, así como su contexto arqueológico

 

Josefina Mansilla Lory. Doctora en antropología física por la UNAM, investigadora de la Dirección de Antropología Física, INAH. Miembro del Sistema Nacional de Investigadores desde 1997. Especialista en estudios sobre restos humanos antiguos.

María Ritter Miravete. Pasante de la licenciatura en restauración en la ENCRYM, INAH. Trabaja como apoyo de la gestión del Área de Cooperación Académica de la Coordinación Nacional de Conservación de Patrimonio Cultural.

Mansilla Lory, Josefina y María Ritter Miravete, “La manta emplumada de la momia de La Cueva de la Ventana, Chihuahua”, Arqueología Mexicana, núm. 159, pp. 75-77.

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