Mi generación comenzó a publicar en los años setenta y se interesó en el mundo indígena gracias a los hallazgos arqueológicos, pero también a los estímulos de un frente inesperado: la contracultura. La crónica de Fernando Benítez Los hongos alucinantes fue esencial para que una tradición vernácula –encarnada en la figura de la sacerdotisa mazateca María Sabina– llegara a la Era de Acuario. Lo mismo se puede decir de Las enseñanzas de don Juan, de Carlos Castaneda, investigación concebida originalmente como una tesis de antropología sobre un chamán yaqui que se convirtió en el libro mágico de jóvenes de clase media que buscaban una “realidad aparte”.
Durante su estancia en México, Aldous Huxley introdujo a Timothy Leary en los hongos alucinantes. Doctor en psicología, Leary investigó en la Universidad de Harvard las posibilidades de expandir la conciencia a través del uso regulado de estupefacientes. A principios de los años sesenta se convirtió en el máximo profeta del LSD. Expulsado del circuito universitario, se refugió en el Hotel Catalina de Zihuatanejo, donde fundó una especie de “Club Med de la mente”. En los veranos de 1962 y 1963 se reunió ahí con unas 30 personas para abrir las “puertas de la percepción”. Posiblemente, Carlos Castaneda formó parte de ese grupo, al igual que un agente de la CIA, que denunció el experimento ante las autoridades de México y Estados Unidos.
Imagen: Fernando Benítez (1912-2000). Foto: Juan Román Berrelleza. María Sabina (1894-1985). “Yo sólo sé cómo el Hombre Sagrado viene. Viene de la Piedra del Sol sagrada. […] Soy la mujer que mira adentro, la mujer que examina”. María Sabina, mujer espíritu, documental de Nicolás Echevarría, 1979. Fotografía tomada en la iglesia de Santiago Tlatelolco, Ciudad de México, el 27 de febrero de 1983. Foto: ©Dante Bucio.
Esta publicación puede ser citada completa o en partes, siempre y cuando se consigne la fuente de la forma siguiente:
Villoro, Juan, “La contracultura”, Arqueología Mexicana, edición especial, núm. 95, pp. 30-35.