Transformación y cambio en la primera evangelización
Probablemente el rasgo más distintivo de la cultura tarahumar sea –o lo fue hasta hace muy poco tiempo– la impresión de una perseverancia cultural capaz de resistir indemne los embates de la modernidad y las pulsiones que dieron forma a la nación mexicana.
Si enfocamos la mirada a los primeros (des)encuentros de este pueblo con los misioneros y conquistadores que llegaron a la sierra en los albores del siglo XVII, veremos que la singularidad de esta cultura es haber podido incorporar con éxito a su universo material y simbólico los recursos que aportó aquella gente desconocida.
Gente desconocida que los despojó de sus tierras y modificó sus credos, pero les dio también los medios para construir y habitar nuevos territorios y construir potentes imaginarios que garantizaron su cohesión y estabilidad durante siglos.
El (des)encuentro
A la llegada de los españoles, la mayoría de los tarahumaras o rarámuri estaban asentados en las laderas y planicies orientales y meridionales de la sierra, hasta donde la aridez del suelo se los permitía. Los jesuitas fueron los primeros occidentales que tuvieron contacto con los rarámuri, a principios del siglo XVII.
El primer contacto con este pueblo lo tuvo el portugués Pedro Mendes, quien avanzó desde Sinaloa a Chínipas en 1601. Por su parte, Juan Font llegó a Balleza, en 1608, donde, tres años más tarde, estableció una misión.
Imagen: Noriruachi, Semana Santa rarámuri. Munérachi, Batopilas, Chihuahua. Foto: Carlos Hernández Dávila.
José Luis Bermeo. Filósofo y antropólogo. Doctor en derechos humanos, retos éticos, políticos y sociales, por la Universidad de Deusto. Su tesis en antropología, “Formación y dinamismos étnicos en el Guerá”, obtuvo el premio Fray Bernardino de Sahagún. Profesor en el Departamento de Reflexión Interdisciplinaria de la Universidad Iberoamericana.
Bermeo Vega, José Luis, “Transformación y cambio en la primera evangelización”, Arqueología Mexicana, núm. 175, pp. 46-51.