Después de una meteórica e intempestiva designación como nuevo tlatoani de Tenochtitlan, la vida de Cuauhtémoc cambiaría drásticamente. A inicios de 1521, en una fecha difusa para la historia, Tenochtitlan engalanaba su Templo Mayor, sin saberlo, por última vez. El joven Cuauhtémoc realizaba el ritual que lo investiría como gobernante de los mexicas en una poco vistosa ceremonia, ya que se habían perdido muchos aliados y los tributos dejaron de llegar a la ciudad.
Sin embargo, no era la primera vez que Tenochtitlan tenía una entronización deslucida. Treinta y cinco años antes su propio padre, Ahuítzotl, tuvo una ceremonia similar, más bien modesta, y su elección tampoco estuvo exenta de polémica, entre otras cosas por su juventud, como lo relata fray Diego Durán en el capítulo XLI de la Historia de las Indias de Nueva España… Fueron muchos los gobernantes que en aquella ocasión desairaron a los mexicas para asistir a la ceremonia de Ahuítzotl; pero estos mismos, poco tiempo después, como resultado de las precoces victorias del tlatoani asesorado por el viejo Tlacaélel, se apresuraron a presentarle sus respetos durante la inauguración de la nueva etapa constructiva del Templo Mayor.
El destino daba un torzón al tiempo, la historia del padre y el hijo se engarzaban dramáticamente. No obstante, Cuauhtémoc no tendría un asesor tan experimentado y tampoco lanzaría sus ejércitos a campañas militares al exterior; por el contrario, tendría que preparar, por primera vez en la historia de Tenochtitlan, la defensa de la ciudad. Contaba con un ejército mermado, su población debilitada y diezmada por la viruela, las arcas sin la acostumbrada provisión de los territorios sojuzgados y un abierto enemigo que, si bien había mostrado que era tan vulnerable como cualquier otro ser, seguía aumentando a sus aliados y no dejaban de llegarle materiales y hombres desde geografías inimaginables para Cuauhtémoc. Con el padre, el imperio conocería su máximo esplendor; al hijo le correspondería guardar la dignidad del agonizante imperio.
La presencia de Cuauhtémoc en las crónicas que abordan este episodio es más bien escueta. Esto ha llevado a pensar a algunos que su participación debió ser secundaria. Sin embargo, debemos comprender que los registros más completos provienen del punto de vista europeo, que desconocían lo que estaba pasando al interior del islote tenochca-tlatelolca. También es preciso tomar en cuenta que el tlatoani no sólo debía conducir a los ejércitos, tenía otras responsabilidades que cumplir y muchas de ellas se hicieron patentes en los registros históricos.
En primera instancia, hubo que poner orden al interior de la ciudad. No todos los mexicas estaban de acuerdo en mantener la enemistad contra Cortés y su ejército. Los Anales de Tlatelolco (Tlatelolco, 2004) y la Crónica de Tezozómoc (Tezozómoc, 1949) registran la revuelta interna en Tenochtitlan, el asesinato de varios hijos de Motecuhzoma y el propio Cihuacóatl, entre otros nobles que se inclinaban por pactar una tregua. Aunque algunos investigadores opinan que las muertes fueron orden de Cuauhtémoc, no hay evidencia que apunte a ello. Lo que sí se registra en varias crónicas es que Cuauhtémoc consultaba a menudo a su consejo y la decisión de continuar las hostilidades contra Cortés debió ser colectiva.
En el tema de política exterior, y siguiendo con la estrategia del difunto Cuitláhuac, el nuevo tlatoani trataría de renegociar las relaciones diplomáticas con los pueblos sometidos y también con sus enemigos. El historiador Miguel Pastrana realiza un interesante análisis sobre los acuerdos que el moribundo imperio intentó, demostrando la complejidad de la política mesoamericana. Pastrana pone de manifiesto que las alianzas y los desencuentros eran moneda corriente en Mesoamérica, sin que necesariamente se tratara de “traiciones”, como lo podrían juzgar miradas precipitadas. Cuitláhuac y después Cuauhtémoc ofrecerían la exención por un año de los impuestos a los pueblos que atacaran al ejército multicultural de Cortés, y se intentó buscar una amnistía y apoyo con al menos dos de sus acérrimos enemigos: Tlaxcala y Tzintzuntzan. Sin embargo, los resultados no fueron los esperados, aunque sí hubo pueblos que respondieron al llamado de Cuauhtémoc y se presentaron frente al joven tlatoani en Tenochtitlan para resistir el asedio que daría inicio en mayo de 1521.
Es probable que Cortés ambicionara un final semejante al ocurrido con la toma de Granada en la península ibérica. Intentó varias veces negociar para que Cuauhtémoc entregara la joya del lago de Texcoco pacíficamente, a cambio de la salvaguarda para él y los suyos. Sin embargo, por más que Cortés aparentara una segura inclinación de la balanza a su favor en los mensajes que envió a Cuauhtémoc, la guerra nunca estuvo abiertamente dominada por los europeos y sus aliados indígenas; incluso algunos de estos últimos llegaron a desertar de su ejército en ciertos episodios de la guerra.
Tampoco un acto así iba acorde con la visión militarista del pueblo mexica, aunque de acuerdo con las crónicas sí se llegó a considerar, pero finalmente se decidió por resistir el asedio, ya que por un lado no confiaban en la palabra de Cortés y, por el otro, su rendición implicaría el final de sus creencias, la esclavitud y un tratamiento cruel como ya lo había demostrado su enemigo en ocasiones anteriores.
Patricia Ledesma Bouchan. Maestra en arqueología por la ENAH. Directora del Museo del Templo Mayor del INAH.
Tomado de Patricia Ledesma Bouchan, “Cuauhtémoc y el sitio a Tenochtitlan. El fin de un imperio”, Arqueología Mexicana, edición especial, núm. 119, pp. 46-51.