En la entrega anterior ofrecimos a las y los lectores una pequeña muestra de la riqueza de un archivo fotográfico como el que en su momento resguardó la extinta Compañía de Luz y Fuerza del Centro (ver artículo), proponiéndolo como uno de tantos puntos de partida para aquellas y aquellos interesados en el estudio de la llamada “arqueología industrial”, es decir, el estudio de la cultura a partir de los usos y efectos sociales de las materialidades, en este caso, aquellas relacionadas con los ambientes fabriles. Y sí: los repositorios fotográficos que se conservan sobre fábricas, ferrocarriles, sindicatos y organizaciones o movimientos obreros, revelan las facetas propiamente políticas y económicas que dieron identidad a una empresa o a una lucha específica, como en el caso de las huelgas, cuya imagen está impregnada de una sutil combinación de heroísmo y resistencia.
Pero, ¿qué informaciones proporcionan los acervos fotográficos de las familias obreras? ¿Qué pistas nos brindan sobre las redes afectivas, sus actividades dentro del tiempo del ocio, su educación o la de sus hijos, o sobre sus diversas formas de habitar el espacio no sólo fabril, sino el de los pueblos construidos alrededor de la fábrica, así como el paisaje que rodeaba estos espacios? En una palabra: ¿cuán útiles son estos tesoros familiares para las ciencias antropológicas?
Carlos Arturo Hernández Dávila. Licenciado en etnología, y maestro y doctor en antropología social por la ENAH. Profesor en esta escuela y en la Universidad Iberoamericana de la Ciudad de México.
Tomado de Carlos Arturo Hernández Dávila, “Fuentes para el estudio de la arqueología industrial de México II. Los acervos fotográficos de las familias de obreros y obreras”, Arqueología Mexicana, núm. 193, pp. 14-15