En 1916 don Manuel Gamio escribía que no existía la prehistoria en México. Se refería a que, por aquellos años, no se habían encontrado restos humanos pertenecientes al hombre cazador-recolector asociado a fauna extinta; así, trataba de criticar al argentino Ameghino, quien aseguraba –sin mucha solidez científica– que el hombre de mayor antigüedad en nuestro continente se había dado ¡en Argentina! (Gamio, 1916). Así lo expresaba don Manuel:
…no han faltado hipótesis más o menos absurdas sobre la existencia del hombre prehistórico mexicano: “el hombre del Peñón”, “el hombre de Tequixquiac”, “el hombre de Chapala” y quién sabe cuántos otros fantásticos hombres fueron puestos a discusión, lo que si hace un cuarto de siglo era disculpable, hoy resulta inadmisible y ridículo.
Felizmente, el pecado no fue sólo de nosotros. Numerosos investigadores insistieron hasta hace poco tiempo en afirmar que existió el hombre prehistórico americano. El más famoso entre ellos, Ameghino, empleó gran parte de su vida intentando demostrar la presencia de ese hombre remoto en las pampas argentinas. Hrdlicka, el más sabio de los opositores a tal teoría, demostró ya, con estricto método científico, que de las investigaciones efectuadas hasta hoy se deduce que el hombre americano no es prehistórico sino contemporáneo o moderno, concediendo por supuesto a estos dos últimos términos su acepción geológica… (Gamio, 1916, pp. 97-98).
A lo anterior se une don Francisco Plancarte y Navarrete, quien en su obra Prehistoria de México asienta en relación con México: “…en ninguna parte de la República se ha llegado a encontrar un solo resto fósil que denuncie no sólo la anterior existencia del antropopiteco, supuesto precursor del hombre, pero ni aún la de alguno de los grandes monos, o por lo menos un cráneo del tipo del hombre de Neanderthal…” (Plancarte, 1923).
Pocos años después, don Pablo Martínez del Río nos daba su libro Los orígenes americanos, en el que hacía un balance de los hallazgos hasta entonces conocidos a nivel continental. De lo encontrado en México dice: “Desgraciadamente, y si analizamos con frialdad científica algunos de los principales hallazgos, nos vemos obligados a confesar que en lo general dejan mucho que desear, principalmente por las condiciones en que se han realizado” (Martínez del Río, 1987).
A partir de aquel momento se suscitaron nuevas investigaciones que fueron proporcionando, poco a poco, una idea más clara del tema que nos ocupa. Si bien se encontraron restos de fauna extinta como el mamut de Santa Isabel Iztapan, estado de México, asociado a instrumentos fabricados por el hombre hará cosa de unos 10 000 años, no todos los hallazgos fueron validados sino que, por el contrario, al igual que lo hicieran los investigadores mencionados, hubo que desechar algunos que no contaban con el rigor que requiere la arqueología y otros tuvieron vigencia por mucho tiempo, para venir, finalmente y gracias a nuevas indagaciones, a ajustarse a su verdadera dimensión.
Veamos un ejemplo de los más conocidos. Se trata del caso del “Hombre de Tepexpan”, que se convirtió en mujer. Fue encontrado en febrero de 1947 por Helmut de Terra en los llanos de Tepexpan, estado de México, a 1.07 m de la superficie. Se localizó por medio de la aplicación de una técnica de la geofísica diseñada por el Dr. Hans Lundberg, conocida con el término de líneas equipotenciales, que consiste en clavar en la tierra pijas unidas por cables que se unen a un generador, el cual detecta anormalidades debajo del terreno. Los restos óseos eran cráneo, costillas y huesos largos, que fueron estudiados por el antropólogo físico Javier Romero, quien determinó que se trataba de un individuo masculino de 1.70 m de altura y que debió tener alrededor de 55-65 años de edad (De Terra et al., 1949). Cabe señalar que a los restos –localizados, por cierto, boca abajo– se les había asignado una antigüedad de 10 000 años aproximadamente, con base en la capa geológica en que se encontraron. A partir del momento de su localización, el famoso “Hombre de Tepexpan” fue el referente obligado de la presencia del hombre prehistórico en México, y por la posición que guardaban los restos se llegó a especular que había muerto posiblemente cuando pretendía cazar un mamut junto con sus compañeros. Así quedó inmortalizado en la magnífica escena en la Sala de Prehistoria del Museo Nacional de Antropología (que ha sido vista por millones de visitantes), donde se le ve muerto frente al elefante que a su vez se defendía de los atacantes.
Pero, ¡oh prodigio de la naturaleza!, aquel valiente cazador se convirtió en mujer. ¿Cómo ocurrió esto? Pues resulta que el doctor Santiago Genovés, recientemente fallecido, se dio a la tarea de volver a revisar los restos óseos del personaje y de su estudio titulado “Revaluations of Age, Stature and Sex of the Tepexpan remains”, concluyó que lo que durante años se había pensadoera de sexo masculino, ahora había evidencias para considerar que se trataba de una dama. Más aún, su edad debió de ser de alrededor de 30 años y su altura solo llegaba a 1.60 m (Genovés, 1960). Como se ve, las diferencias eran notorias y más en lo que al sexo se refiere.
Pero no terminó ahí el asunto del señor o señora de Tepexpan. Posteriores estudios, como los practicados por el Dr. Thomas Stafford, del Laboratorio de Geofísica de la Institución Carnegie de Washington, indican que, en realidad, se trata de restos más tardíos, con una antigüedad máxima de 2 000 años. Nuevos estudios se practicaron en la Universidad Liverpool John Moores de Inglaterra y resultó tener una antigüedad de 4600 y 7600 años a.p. Todo esto ha llevado a que se pierda el interés que despertara desde el momento de su hallazgo.
Actualmente no se le exhibe en sala alguna y en el Catálogo esencial del Museo Nacional de Antropología publicado en 2011 ni siquiera se le menciona. Por lo visto, lo único rescatable de todo esto fue la aplicación de una técnica de localización que no volvió a emplearse en excavaciones posteriores, quedando así únicamente como dato curioso de la historia de la arqueología…
Eduardo Matos Moctezuma
Para leer más…
De Terra, Helmut, et al., “Tepexpan Man”, Viking Found, núm. 11, Nueva York, 1949.
Gamio, Manuel, “No hay prehistoria mexicana”, en Forjando Patria, Editorial Porrúa, México, 1916, pp. 95-100.
García-Bárcena, Joaquín, “El Hombre de Tepexpan”, Arqueología Mexicana, núm 7, abril-mayo de 1994, pp. 57-58.
Genovés, Santiago, “Revaluation of Age, Stature and Sex of the Tepexpan remains”, Journal of Physical Anthropology¸ vol. 18, núm. 3, septiembre de 1960.
Martínez del Río, Pablo, Los orígenes americanos, Cien de México, SEP, México, 1987.
Plancarte y Navarrete, Francisco, Prehistoria de México, Imprenta del Asilo Patricio Sanz, México, 1923.
Pompa, José Antonio, “Salas Introducción a la Antropología y Poblamiento de América”, en 100 obras. Catálogo esencial. Museo Nacional de Antropología, INAH/Artes de México, México, 2011, pp. 55-78.
Tomado de Eduardo Matos , ¿“El hombre de Tepexpan” era en verdad hombre?“, Arqueología Mexicana, núm. 125, pp. 86 - 87.