3. El objeto de estudio. La cosmovisión de la tradición mesoamericana. Historia de un concepto: Mesoamérica

Alfredo López Austin

La tradición mesoamericana

Para marcar “principios”, “límites”, “finales” y para denominar unidades históricas debemos recurrir a las revoluciones. Las revoluciones más importantes no son violentas; suelen durar siglos. Las revoluciones de transformación paulatina con frecuencia pasan inadvertidas a los propios revolucionados. Son transiciones radicales: entorno, alimentación, seguridad, técnicas, densidad de población, organizaciones, sentimientos, costumbres, creencias… Dada su relativa lentitud, las sociedades afectadas van adaptándose a ellas pausadamente.

Las sociedades a las que se refiere esta historia ya habían pasado otras revoluciones mucho antes de la época que aquí se señala como inicio de una unidad histórica. La mayor revolución fue hace unos 10 000 años. Fue la crisis climática acaecida después de la última glaciación, el límite entre el Pleistoceno y el Holoceno. Las subsecuentes revoluciones son, en buena parte, consecuencias de la anterior. La siguió la revolución causada por la domesticación de plantas útiles al hombre: el aguacate, el chile, los guajes, las calabazas, el frijol, el maguey, el nopal, muchas más, y, hace aproximadamente 7 000 años, el maíz. Con las plantas domesticadas los nómadas desarrollaron las técnicas de los primeros cultivos. Por milenios crearon parcelas de siembra a las que volvían oportunamente en sus recorridos circulares. Por fin, hace 4 500 años, se produjo la revolución con la que iniciaremos nuestro estudio: los recolectores-cazadores-pescadores, tras la larga dedicación al cultivo de las plantas, dependieron más de ellas y cambiaron su vida nómada por el sedentarismo agrícola.

Si en esa época –hacia 2500 antes de nuestra era– empieza el objeto de nuestro estudio, su prolongación alcanza nuestros días. Ambos límites corresponden a la historia de la tradición mesoamericana, de cuya cosmovisión daremos brevísima cuenta. El gran periodo que abarcaremos puede denominarse “el tiempo de los agricultores de maíz de temporal”, aunque sean muchas otras las especies básicas que se han cultivado y aunque sean muchas las técnicas agrícolas de irrigación. Un desarrollo cultural irá transformando las formas de vida a través de los siglos. De los asentamientos aldeanos primitivos se pasó a las aldeas que controlaron extensas regiones; de éstas, a las concentraciones urbanas; vinieron después las organizaciones estatales, y posteriormente algunos de los estados se impusieron con su militarismo. Fue una continuidad de avance autónomo, sin influencias extracontinentales. Después acaeció la invasión, y con ella la imposición de un régimen colonial que pretendió borrar de un tajo las concepciones rectoras del pensamiento indígena. La irrupción fue implacable; sus consecuencias fueron trascendentales, pero nunca tan profundas que borraran la antigua tradición, fuertemente agrícola, que continuó su marcha en la historia.

En resumen, recibirá aquí el nombre de “tradición mesoamericana” la continuidad cultural que comprende dos grandes periodos: el mesoamericano (del nacimiento del sedentarismo agrícola al fin de la autonomía del pensamiento indígena) y el de las sociedades colonizadas (del inicio de la evangelización a nuestros días). Por lo que toca a la cosmovisión de la tradición mesoamericana, objeto de este estudio, es preciso señalar que es un producto de la historia común de las sociedades mencionadas. Su característica principal es estar conformada por una díada unidad/diversidad en la que los dos componentes de la díada tienen gran vigor: la unidad, por la existencia de un núcleo duro muy resistente al cambio, aunque no inmune a él; la diversidad, debida a la heterogeneidad de orígenes y lenguas de las sociedades que comprende, a la variedad de los medios geográficos en que habitaron, a su historia y tradiciones particulares en las áreas culturales respectivas, a sus posiciones relativas, históricas, en el contexto de la macroárea, etc. Cabe advertir que el núcleo duro de la tradición sufrió un gran impacto que cambió buena parte de sus elementos principales desde el inicio de la invasión europea y durante todo el periodo colonial.

Historia de un concepto: Mesoamérica

Ya para el siglo XVI, con su amplio conocimiento del territorio conquistado, fray Bartolomé de las Casas pudo afirmar que las creencias religiosas de los indígenas constituían una unidad, pese a sus relativas variaciones. Siglos después, en la segunda mitad del XIX, dos opiniones autorizadas remarcaron la inicial observación del dominico. Una de ellas provino de Claude-Joseph Désiré Charnay, explorador y fotógrafo francés que en sus aventurados viajes a las zonas arqueológicas de México descubrió el extraordinario parecido entre elementos arquitectónicos y escultóricos de las ciudades de Chichén Itzá y Tula. La otra opinión que refrenda lo dicho por Las Casas es del sabio alemán Eduard Seler en varios de sus estudios, entre ellos la descripción de las pinturas del Patio A del Grupo de la Iglesia en Mitla, y su artículo “La unidad de las civilizaciones mexicana y centroamericana”.

Una apreciación ya generalizada entre los especialistas obtuvo su base teórica en las iniciales precisiones de los conceptos horizonte, rasgo, complejo y área culturales. Sirvieron para trazar mapas continentales con las demarcaciones de complejos de culturas que poseían semejanzas en muchos de sus rasgos. Lo anterior dio pie para que en el XXVII Congreso Internacional de Americanistas (1939) se creara el Comité Internacional para el Estudio de las Distribuciones Culturales de América. En este encuentro se comisionó a Wigberto Jiménez Moreno, a Paul Kirchhoff y a Roberto J. Weitlaner para que limitaran y definieran el área cultural de las sociedades emparentadas del centro y sur de México y de la mitad de Centroamérica. Kirchhoff siguió los lineamientos que se habían establecido para delimitar las áreas culturales, por lo que eligió algunos rasgos que eran exclusivos del territorio cuyo estudio se le había cometido, los que eran comunes entre este y otros territorios americanos y los que no existían en él. Con esta base, denominó y delimitó el área de Mesoamérica y la definió como “región cuyos habitantes, tanto los emigrantes muy antiguos como los relativamente recientes, se vieron unidos por una historia común que los enfrentó, como un conjunto, a otras tribus del continente, quedando sus movimientos migratorios confinados, por regla general, dentro de sus límites geográficos, una vez entrados en la órbita de Mesoamérica. En algunos casos participaron en común en estas migraciones tribus de diferentes familias o grupos lingüísticos”. Su breve estudio fue publicado por primera vez en 1943. En el estudio apareció el mapa delimitador, que señalaba como puntos extremos septentrionales los ríos Pánuco, Lerma y Sinaloa, y como los meridionales el Motagua y la península de Nicoya.

 

Alfredo López Austin. Doctor en historia por la UNAM. Investigador emérito del Instituto de Investigaciones Antropológicas (UNAM). Profesor de Posgrado en la Facultad de Filosofía y Letras (UNAM).

 

López Austin, Alfredo, “3. El objeto de estudio. La cosmovisión de la tradición mesoamericana. Historia de un concepto: Mesoamérica”, Arqueología Mexicana, edición especial núm. 68, pp. 42-43.