María Elena Salas Cuesta, Ismael Álvarez Zúñiga
De manera tentativa, se puede proponer que en vista de ciertas características de la Plataforma I del Cerro del Tepalcate, como el piso cubierto por carbón y ceniza y las marcas de exposición al fuego en los restos óseos de un individuo enterrado bajo el piso, podría tratarse de una construcción dedicada al culto del viejo dios del fuego, Huehuetéotl.
Uno de los aspectos de la antropología física, y en particular de la osteología antropológica, consiste en diferenciar lo natural de lo cultural en lo que concierne a la forma de inhumar los cuerpos; como menciona Louis-Vincent Thomas: “el ser humano es el único animal que entierra a sus muertos y se vuelve un animal culturizado... es la única especie animal que rodea a la muerte de un ritual funerario complejo y cargado de simbolismos” (1983, pp. 11-12).
Siguiendo la reflexión anterior, llegamos a cuestionarnos lo siguiente: en el caso que nos ocupa, ¿todos los cuerpos sepultados con huellas de exposición térmica formaron parte de un ritual?.
Antes de abordar el tema, presentamos una sucinta referencia del aspecto cultural en que se suscribe el entierro en cuestión. El Preclásico o Formativo, comprendido entre 2500 y 300 a.C. aproximadamente, presenta subdivisiones internas: Temprano, Medio y Tardío, que si bien son divisiones temporales y arbitrarias, responden al propósito de ordenar los diferentes procesos culturales (García Moll y Marcela Salas Cuesta, 1998, pp. 13-14). Entre los elementos que caracterizan al Preclásico están: una vida sedentaria, una economía mixta –en la que la actividad principal fue la agricultura, complementada con la caza y la recolección–, así como una importante producción de cerámica. Todo ello dio por resultado una especialización del trabajo, que derivó en el surgimiento de artesanos de tiempo completo o parcial, cuando los cultivos lo permitían. Las aldeas eran de tamaño reducido y arquitectura homogénea, caracterizada por sencillas construcciones hechas a partir de materiales perecederos: lodo, troncos, cañas y piedras. Sin embargo, a finales del mencionado periodo y debido al crecimiento paulatino de la población, las sencillas edificaciones sufrieron cambios importantes al transformarse algunas en estructuras cuya función al paso del tiempo fue de carácter cívico-religioso (García Moll et al., 1991, pp. 7-8).
Por otra parte, el desarrollo de los mercados de intercambio durante los periodos Temprano y Medio entre las diversas aldeas fue escaso, y aumentó durante el Tardío. Pese a ello, los cambios del periodo dieron lugar a un comercio rudimentario, el cual posiblemente se haya llevado a cabo por medio de canoas o balsas o recorriendo a pie las rutas más accesibles; esto queda demostrado en diversos trabajos en los que además se señala el importante papel que desempeñaron ciertos bienes de prestigio y consumo como la obsidiana, la concha, la pirita y el cinabrio (Piña Chan, 1955, pp. 29-38; García Moll et al., 1991, pp. 7-8; García Moll y Salas Cuesta, 1998, pp. 11- 13; y Pareyón, 2013, p. 253).
• María Elena Salas Cuesta. Maestra en ciencias antropológicas, con especialidad en antropología física. Investigadora de la Dirección de Antropología Física del INAH, donde coordinó el proyecto “Rasgos nométricos o discontinuos en cráneos prehispánicos y coloniales (parentesco)”.
• Ismael Álvarez Zúñiga. Pasante en antropología física por ENAH. Asistente de investigación en la Dirección de Antropología Física del INAH en proyectos de conservación, investigación y difusión de materiales fotográficos y en el área de apoyo de fotografía.
Salas Cuesta, María Elena, Ismael Álvarez Zúñiga, “Antropología física y arqueología en el Cerro del Tepalcate”, Arqueología Mexicana núm. 147, pp. 79-83.
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