Bonampak

Alejandro Tovalín Ahumada

Carlos H. Frey fue un explorador de origen norteamericano avecindado en Ocosingo desde 1941. El día 9 de febrero de 1946 fue llevado, en compañía de G. Bourne, por los lacandones José Pepe Chambor, Caranza y Kin Obregón a las ruinas que posteriormente el mayista Sylvanus Morley propondría fueran bautizadas como Bonampak, palabra yucateca que significa “muros teñidos”. Al salir de la selva, Frey dio aviso al Instituto Nacional de Antropología e Historia de los diez sitios arqueológicos que había descubierto. Tres meses después, el norteamericano Giles Healey convenció a los lacandones de que lo llevaran a conocer el mismo sitio, viaje en el que dieron con el edificio de las pinturas. 

Se ha considerado a Frey como descubridor del sitio y a Healey de las pinturas, lo que generó en esa época una fuerte polémica al respecto; sin embargo, hay que considerar que el verdadero descubridor del lugar fue el difunto padre del lacandón Kin Obregón, único lacandón sobreviviente de la generación que vivió la época de las primeras visitas occidentales a Bonampak y quien afirma que Frey conoció el edificio de las pinturas desde 1945. 

La enorme disputa por el descubrimiento de las pinturas entre los personajes mencionados se entiende por la magnitud del hallazgo. Hoy por hoy, los murales que cubren de piso a techo los tres cuartos del edificio de las pinturas siguen siendo un hecho único en la arqueología mesoamericana. Hay que considerar que el paso del tiempo y la vegetación selvática provocan deterioros graves en las construcciones mayas de la región, derrumbándolas total o parcialmente, y que en los edificios mejor conservados causaron el desprendimiento de la mayor parte de los aplanados de estuco de sus paredes, por lo que el haberse conservado bajo una capa de sales de carbonato el 80 por ciento de los murales en Bonampak es un hecho extraordinario. La mayor parte de esa capa fue retirada en los años ochenta mediante un trabajo sumamente minucioso y lento efectuado por conservadores del INAH. 

La gran destreza con que fueron pintados los murales de Bonampak nos obliga a pensar en la existencia previa de toda una escuela pictórica, si no a nivel regional, sí al menos local, cuyo perfeccionamiento requirió muchos años. Lo anterior implicaría la existencia de un mayor número de monumentos pintados; hasta ahora, no obstante, los templos encontrados en la región que aún conservan aplanados presentan elementos pictóricos de diseño sencillo, generalmente en forma de bandas y líneas en rojo y negro, y algunos jeroglíficos. 

El edificio de las pinturas, de 16.90 metros de largo por 4.20 metros de fondo y 5 metros de altura, tiene tres cuartos con una ancha banca que cubre la parte posterior y lateral de los recintos. Cada entrada conserva un dintel labrado con la escena de un señor importante tomando a un cautivo, las dos primeras fechadas en el año 787 d.C. y la tercera en el año 745 d.C.; la escena del cuarto de la izquierda presenta a Chaan Muan II, gobernante en turno de Bonampak; la del cuarto central, al gobernante de la vecina ciudad de Yaxchilán, Escudo Jaguar II; y en la del cuarto de la derecha se observa al señor Jaguar Ojo Anudado, posiblemente padre de Chaan Muan II, sacrificando a su prisionero. 

Las pinturas, que fueron realizadas sobre una capa de cal apagada, cubren una superficie aproximada de 112 metros cuadrados, donde fueron plasmados 270 personajes de un tamaño equivalente a la mitad del normal; aunque algunos de ellos se repiten, todos los vestuarios son diferentes. Los murales incluyen 108 textos glíficos que siguen siendo objeto de estudios. Los pigmentos empleados son de origen mineral y cubren una amplia gama de colores que van del violeta al rojo. Técnicamente, el maestro pintor y sus ayudantes partieron de un proyecto pictórico totalmente desarrollado, cuya temática tuvo que ser proporcionada por el gobernante o por alguno de sus más cercanos colaboradores. Las escenas se desarrollan en el plano terrestre y son observadas por las deidades celestes y las constelaciones pintadas en los cerramientos de las bóvedas. En el cuarto izquierdo, ante diversos señores importantes, se hace la presentación del pequeño hijo varón de Chaan Muan II, futuro heredero de Bonampak, y alrededor del evento se efectúa una elaborada procesión con músicos y actores. En el cuarto central, se plasma una batalla con todo su caos y terror en la que se captura al señor del grupo enemigo y a varios de sus guerreros, que serán sacrificados para obtener el beneplácito de los dioses y honrar ante éstos al nuevo heredero. 

En el cuarto derecho se celebra un importante ritual, mediante el cual la élite de Bonampak garantiza el derecho al trono del heredero, mientras las damas más importantes del lugar llevan a cabo el rito religioso del autosacrificio. 

La importancia de los murales de Bonampak no se limita a la gran cantidad de información sobre la apariencia física, la vestimenta, la música, la danza y los ritos de un grupo maya del año 792 d.C., sino que abarca los aspectos propios de la pintura, como el uso de escorzos y diversas perspectivas, manejo de segundo y tercer planos, una gran expresividad y dinamismo y una amplia gama de colores. En este sentido, cuando se entra a cada uno de los cuartos, el rostro del visitante coincide con el de los personajes plasmados a ambos lados de la entrada, por lo que la composición empleada en las pinturas obliga al observador a convertirse en parte de la escena y de lo que ello implica. Todos esos aspectos siguen siendo objeto de estudios más profundos e incluso algunos de ellos han sido retomados por el arte contemporáneo. 

Alejandro Tovalín Ahumada. Arqueólogo. Investigador del Centro INAH, Chiapas.

 Tovalín Ahumada, Alejandro, “Bonampak”, Arqueología Mexicana, núm. 30, pp. 50-53.

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