Cabeza, corazón y manos de la Coatlicue

Las serpientes que Coatlicue exhibe en lugar de manos denotan de inmediato la ausencia de las mismas. Entonces observamos que la diosa porta sobre el pecho un atado de manos y corazones ensartados por una serpiente que se anuda en la parte posterior del cuello y forma una especie de catenaria o comba que despliega ofrendas de guerra y sacrificio. Aquí la relación entre manos y corazones no puede soslayarse. El collar eslabona los dones más preciados del guerrero: el corazón, depositario del valor en las batallas, y las manos con su pericia y entrenamiento en el manejo de las armas. Rodear la imagen de Coatlicue de esta categoría de ofrendas significa reconocerle la jerarquía máxima como diosa de la vida y de la muerte, que ejerce su dominio a través del acuerdo entre pensamiento (cabeza), sentimiento (corazón) y manos (acción). Las manos se encuentran con las palmas vueltas al espectador como un signo de entrega; ya no pueden guardar nada. pues han entregado la vida en la guerra sagrada.

La imagen de Coatlicue se integra y se divide alternativamente. Más que la estructura cruciforme que le adjudica Justino Fernández, la imagen se construye como un núcleo central (tronco) al que se adosan volúmenes prismáticos (cabeza, brazos. piernas). Esta conjunción enfrenta dos fuerzas contrarias, centrípeta y centrífuga, las cuales se equilibran poniendo en juego una inmensa tensión de orden cósmico. Esta dinámica está expresada en d signo de Tloque Nahuaque, cuyo significado es el señor de lo que está cerca y de lo que está junto.

En un momento dado la diosa parece un cuerpo mutilado y reconstituido. La multiplicidad se impone y sugiere dispersión. Sin embargo, dos anillos reagrupan los elementos frontales y posteriores. reforzando la fuerza centrípeta; ellos son el cinturón de serpientes, que liga los dos cráneos, y el collar de manos y corazones. La trilogía cabeza, corazón y manos se hace presente en favor de la unidad de la imagen y la conciliación de contrarios: vida y muerte.

Observamos que a través de giros y abatimientos la imagen de Coatlicue se pliega y se despliega siguiendo el mismo código formal que enfrenta y unifica dualidades. El relieve de Tlaltecuhtli que aparece en su base, al ponerse de pie tendría la misma postura de Coatlicue con cráneos en las manos en lugar de serpientes. Este pliegue y despliegue de la imagen, siempre fiel a su código de configuración formal, responde al paradigma holográfico de la física contemporánea que postula el científico David Bohm con su teoría del holomovimiento. Según esta teoría existe una matriz energética indiferenciada (universo desplegado). Las partículas atómicas y subatómicas constituyen plegaduras de esa matriz fundamental (Bohm. 2002. p. 9).

Esta inesperada correspondencia del arte mesoamericano con los nuevos paradigmas de la ciencia ilumina para nosotros un acercamiento inédito a los valores de la antigüedad. A la manera en que lo propone la hermenéutica gadameriana, esta aproximación entre arte y ciencia genera una ampliación de la experiencia al romper viejos moldes que separan artificialmente las disciplinas del conocimiento.

 

Tomado de Iliana Godoy, “En manos de Coatlicue”, Arqueología Mexicana 71, pp. 48-51.

 

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