Cabezas ceremoniales de mosaicos de jadeíta de Tak’alik Ab’aj, Guatemala

Christa Ilse Schieber Göhring de Lavarreda

La extraordinaria colección de arte lapidario de la antigua y longeva ciudad de Tak’alik Ab’aj, situada en la boca costa suroccidental de Guatemala, refleja de manera magistral los grandes logros alcanzados por uno de los centros de intercambio comercial y cultural del Preclásico más importantes al sur del área maya.

 

La tradición del arte lapidario en Tak’alik Ab’aj nace junto con el inicio de su historia, en el Preclásico Medio, cuando esta antigua ciudad tiene una intensa interrelación con la entonces hegemónica cultura olmeca, y en particular con La Venta, Tabasco. Ambos sitios comparten los cánones del arte lapidario y escultórico, los conceptos en el trazo de la ciudad y la orientación astronómica, con variaciones locales. Sorprenden, por ejemplo, las categorías escultóricas presentes tanto en La Venta como en Tak’alik Ab’aj, y lo mismo sucede con los centenares de cuentas miniaturas de jadeíta en el ajuar funerario de Chiapa de Corzo (tumba 1, Montículo 11, 700 a.C.; entierro 11, Montículo 17, Preclásico Medio, 1000-300 a.C.) y las de Tak’alik Ab’aj. La sólida y elaborada tradición de labrar el jade del Preclásico Medio es la base de la del Preclásico Tardío, en el cual se desarrollan nuevos patrones que para el observador cuidadoso dejan entrever siempre sus raíces ancestrales (fig. 1). El símbolo del título real ajaw, del Preclásico Medio: una hachuela de jadeíta con cabeza de ave de rapiña –un buitre, según los arqueólogos de Tak’alik Ab’aj–se convierte en una cabeza miniatura de mosaicos de la que pende de la hachuela (pueden ser una, tres o cinco) (fig. 2).

 

Las cabezas de ajaw

Las siete cabezas miniatura ceremoniales de la colección de Tak’alik Ab’aj (fig. 3) tienen una importancia singular por la posibilidad que abren de enriquecer la historia de la evolución del arte lapidario de Mesoamérica, principalmente en tres aspectos:

a) Haber sido encontradas en excavaciones arqueológicas, y contar con la información sobre dónde, cuándo y cómo fueron colocadas hace centenares de años, lo cual ayuda enormemente a encontrar una explicación de su razón de ser.

b) Ofrecer la oportunidad de observar el refinamiento y extraordinaria calidad del esculpido de las facciones humanas en el material más duro y preciado, la jadeíta, en los albores de las tempranas culturas mesoamericanas.

c) Descubrir el concepto del diseño ideado y las soluciones “tecnológicas” encontradas por los antiguos orfebres, que producían las joyas más codiciadas para los ancestrales gobernantes o reyes, es decir, sus “coronas”.

De las siete cabezas miniatura ceremoniales, la de mosaicos de jadeíta azul encontrada in situ en el entierro real núm. 1 de Tak’alik Ab’aj (fig. 4b) fue clave para entender esas cabecitas del tamaño de un puño, con las hachuelas colgantes, que formaban parte de cinturones y pecheras (especie de pectorales) de los trajes de los personajes reales. Éstas fueron profusamente representadas desde el Preclásico en adelante en las estelas mayas y también en la Estela 1 de La Mojarra, Veracruz, contemporánea de la Estela 5 de Tak’alik Ab’aj, de finales del Preclásico (fig. 4a).

Estas cabezas miniatura son precisamente eso, cabecitas redondas como un coco, y no representan máscaras “aplanadas”. El diseño de los mosaicos es tan preciso, que encajan perfectamente aun cuando el soporte sea globular (fig. 1); es fascinante observar que cuando el soporte no es lo suficientemente redondo, no encajan con precisión. El otro aspecto importante de estos exponentes del arte lapidario es que subrayan en forma particular la pasión por los mosaicos. La fisonomía se divide en partes geométricas a partir de la proporción facial y de acuerdo con ello, y con la redondez del soporte sobre el cual se proyecta montarlos (fig. 5a), se elaboran, o mejor dicho, se esculpen estas partes en jadeíta (fig. 5b). Llama la atención que la “partición” de la cabeza en mosaicos, representa un esfuerzo y recursos mucho mayores que si se esculpiera una sola pieza; a esto se suma que luego los mosaicos requieren el soporte sobre el cual van a ser montados, o integrados y adheridos. Para la preparación del soporte, los arqueólogos de Tak’alik Ab’aj han propuesto que se trata de un material maleable como el hule, Castilla elástica (vulcanizado con Ipomoea alba), y Bursea simaruba, que es un adhesivo, es decir plantas que crecen a lo largo del litoral del Pacífico.

Las seis cabezas restantes fueron encontradas “desarmadas”, y se depositaron a inicios del Clásico Temprano (150 d.C. a 300 d.C.) como ofrendas dedicatorias, cuatro de ellas en una vasija cilíndrica en un patio hundido del Grupo Oeste (fig. 6a). Por ser las primeras descubiertas en Tak’alik Ab’aj, tres se ensamblaron erróneamente como si fueran máscaras funerarias; luego, con la experiencia del ejemplar encontrado in situ en el Entierro 1, se demostró a partir de un ensayo de montaje con algunos de los mosaicos de la cuarta cabeza (fig. 6b), que era necesario volver a desarmar todo y proceder al ensamblaje correcto de las cuatro.

Las otras dos cabezas miniatura ceremoniales (una cabeza humana y otra de un jaguar bebé-murciélago) fueron depositadas para conmemorar al ancestro fundador siglos después, en el eje central de la Estructura 6 del Grupo Central (fig. 3). Contemporáneo de ellas, el dios murciélago de Monte Albán, Oaxaca, localizado in situ en una tumba como pectoral del personaje (Entierro Múltiple XIV-10, 200 a.C.-250 d.C.), comparte con las cabezas de Tak’alik Ab’aj el mismo diseño, la solución tecnológica para colgar las hachuelas (figs. 2, 3, 5), y el distintivo elemento curvado hacia arriba del murciélago (fig. 5a). Es interesante que siglos después se hayan localizado ejemplares elaborados de manera semejante en Palenque, como las tres cabezas miniatura ceremoniales del cinturón de Pakal, encontradas sobre la lápida del sarcófago de su majestuosa tumba en el Templo de las Inscripciones (603-683 d.C.), y la de un jaguar bebé-murciélago en la tumba de su padre (Tumba 3, Templo Olvidado, 647 d.C.).

La distribución de las cabezas miniatura en Mesoamérica, así como la de sus antecesoras –las hachuelas con cabeza de ave (primeros títulos ajaw) o las primeras estelas de cuenta larga, entre otras– delinean el trayecto a lo largo del pie de monte de la cadena volcánica paralela al litoral del Pacífico, de la ruta de comercio a larga distancia que permitió la comunicación e intercambio, no sólo de productos, sino de ideas e innovaciones.

 

Christa Ilse Schieber Göhring de Lavarreda. Arqueóloga, encargada del programa de investigación del Parque Arqueológico Nacional Tak’alik Ab’aj. Se especializa en la arqueología de la zona de la boca costa del litoral del Pacífico, y en el estudio y conservación de la arquitectura de barro, la escultura y el arte lapidario del Preclásico.

 

Schieber Göhring de Lavarreda, Christa Ilse, “Cabezas ceremoniales de mosaicos de jadeíta de Tak’alik Ab’aj, Guatemala”, Arqueología Mexicana núm. 133, pp. 62-66.

 

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