La identificación de animales dentro de la imaginería mesoamericana ha sido una tarea complicada a lo largo del tiempo, pues no solamente la escasa información en las fuentes históricas o el limitado número de imágenes que existe en el arte o en la iconografía han condicionado el estudio sobre el reino animal prehispánico. En efecto, no todo intento fallido de interpretación o clasificación de los seres que compartieron el mundo prehispánico debe atribuirse a las fuentes, también hay que considerar los criterios o esquemas que el propio mundo indígena imprimió sobre sus concepciones de la naturaleza.
Un buen ejemplo de ello lo encontramos nuevamente en el estudio de las serpientes bajo la óptica de Sahagún y el Códice Florentino, pues dentro de las descripciones que ofrecen estos textos se insertan o filtran animales que pertenecen al mundo sagrado cuya importancia radica, no tanto por lo letal de su veneno o la singularidad de su tamaño, sino porque dejan una profunda huella en el futuro o destino inmediato de todos aquellos que se encuentran con el reptil.
Este carácter ambiguo de la chimalcóatl o coachimalli (serpiente de escudo o escudoserpiente) se debe a que su inesperada aparición produce un temor o espanto denominado tetzáhuitl, por lo que el hombre que la encuentra tiene una actitud de rechazo ante el augurio que se le presenta.
No obstante, como menciona el texto en náhuatl, si un hombre muestra una actitud positiva, merece convertirse en un valiente guerrero, en un tlacochcálcatl o un tlacatécatl, que son los cargos de más alta jerarquía en la organización guerrera mexica (López Austin, 1969, p. 123).
La serpiente de estrellas posee un veneno muy peligroso, mortal en la mayoría de los casos, pero si se realizaba un ritual a la persona que había sido mordida, muy probablemente llegaría a sobrevivir.
Tomado de Manuel A. Hermann Lejarazu, "Chimalcóatl, citlalcóatl y otras serpientes de agüeros", Arqueología Mexicana, edición especial, núm. 121, pp. 48-51.