“El adiós y triste queja del gran Calendario Azteca”. El incesante peregrinar de la Piedra del Sol

Leonardo López Luján

Siete movimientos marcan la agitada historia del monolito mexica. Es un viaje de casi quinientos años que comienza en los pedregales del sur de la Cuenca de México, hace un alto prolongado en la isla de Tenochtitlan y concluye en el bosque de Chapultepec.

Como toda piedra, la del Sol ha tenido como destino rodar y rodar... Una y otra vez ha cambiado su emplazamiento desde aquel remoto año de 1512, propuesto por Hermann Beyer como fecha de su elaboración. A decir de Ezequiel Ordóñez, el origen del monolito más insigne de la civilización mexica debe buscarse en el sur de la Cuenca de México. El geólogo mexicano dio a conocer esta conclusión en 1893, tras tomar varias muestras de la cara posterior del monolito, analizarlas al microscopio e identificar la materia prima como un basalto de olivino. Este tipo de roca, de acuerdo con Ordóñez, es característico de corrientes inferiores de lava solidificada, próximas a las planicies ribereñas de los antiguos lagos meridionales. Los principales derrames basálticos de la Cuenca –hoy lo sabemos– se encuentran tanto en el área del Pedregal de San Ángel como al sur y el sureste de Xochimilco.

 

El origen

 

Décadas más tarde, en 1923, el propio Beyer intentó precisar el origen de la Piedra del Sol. Para ello estableció la conexión entre el insigne monumento y pasajes históricos referentes a una enorme piedra sacrificial que Motecuhzoma Xocoyotzin mandó buscar al sur de la Cuenca en tiempos de su reinado (1502-1520 d.C.). Uno de dichos pasajes se localiza en la Monarquía indiana de fray Juan de Torquemada. Allí se afirma que “concurrio grandisimo Gentío de toda la Comarca” a Tenanitlan, es decir, al actual barrio de San Ángel en el sur de la ciudad de México. Ahí hallaron la piedra que requerían, “la movieron de su lugar, y la fueron arrastrando por el Camino, con grandisima solemnidad, haciendole infinitos, y mui varios, y diferentes sacrificios, y honras”. Pero el infortunio hizo que, al llegar a Tenochtitlan, la piedra se precipitara desde un puente del barrio de Xoloco, sumergiéndose en las someras aguas de un canal. El franciscano concluye el relato mencionando en forma lacónica que, a la postre, “sacaronla con grandisimo trabajo, y dedicaronla en el Templo de Huitçilopuchtli...”

El mismo acontecimiento es narrado por Hernando Alvarado Tezozómoc en su Crónica mexicana, aunque con importantes variaciones y un delicioso tono fantástico. El historiador especifica que fueron entre diez y doce mil las personas que se dieron cita en el sur de la Cuenca, pero no en Tenanitlan, sino en Acolco, localidad ubicada al sur de Míxquic y Ayotzingo. Tezozómoc también afirma que lo que encontraron fue una prodigiosa roca parlante que se negaba a viajar hasta Tenochtitlan y que, al caer en las aguas de Xoloco, regresó mágicamente a Acolco, frustrando así los anhelos del segundo Motecuhzoma.

 

López Luján, Leonardo, “‘El adiós y triste queja del gran Calendario Azteca’. El incesante peregrinar de la Piedra del Sol”, Arqueología Mexicana, Núm. 91, pp. 78-83.

 

• Leonardo López Luján. Doctor en arqueología por la Université de Paris X-Nanterre. Director del Proyecto Templo Mayor, INAH. Profesor de la Escuela Nacional de Conservación, Restauración y Museografía.

 

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