En ocasiones los dioses del cielo y otros se conformaban con la "esencia" del muerto, es decir, el humo del corazón quemado, el vapor de la sangre, mientras que los hombres comulgaban de la deidad o semideidad muerta. Sin embargo, en cienos casos se renunciaba a la víctima y se le destruía en el fuego (lo que sucedía raras veces), enterrándola en una cueva o en una pirámide, o lanzándola a un remolino en un lago. Se puede considerar que en este caso el destinatario o, más precisamente, aquello de lo cual el dios era el ixiptla o representante: tierra, fuego, agua, etc., se comía directamente a las ofrendas humanas.
El banquete antropófago era un evento religioso y social muy importante. Se comía al muerto divinizado, se unía con él, pero también se trataba de una ocasión para invitar y honrar a familiares, para hacer relaciones con personajes importantes, para ganar prestigio, y en todo esto se podía gastar el producto de años ele trabajo.
El sacrifican te conservaba restos de su víctima, como el cabello de la coronilla -que contenía parte del calor vital y del “honor” del sacrificado- o sus atavíos; el guerrero se quedaba con el fémur del muerto, el cual colgaba en el patio de su casa para proclamar su valentía y gozar de la protección de este "dios cautivo" (maltéotl) cuando iba a la guerra.
Tomado de Michel Graulich, “El sacrificio humano en Mesoamérica”, Arqueología Mexicananúm. 63, pp. 16-21.
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