La imposición de la liturgia católica después de la conquista fue un proceso hegemónico de gran complejidad que produjo grandes variaciones de una región a otra. Sin embargo, esos procesos condujeron también a la reelaboración simbólica de las estructuras históricas de la ritualidad prehispánica. Propongo aquí la hipótesis, que he desarrollado en publicaciones anteriores, de que el ciclo de fiestas cristianas fue adaptado en la Nueva España al calendario ritual agrícola existente. Este calendario era una herencia prehispánica milenaria derivada, a su vez, de la observación astronómica y de los ciclos de la naturaleza. En este sentido, propongo que las siguientes fiestas de la liturgia católica cobraron particular importancia: 1) la Virgen de la Candelaria el 2 de febrero, que era una de las fiestas cristianas más antiguas; 2) la fiesta de la Santa Cruz (mayo 3), fiesta católica igualmente antigua, cuya celebración se inicia muchas veces el 25 de abril, día de San Marcos; 3) la Asunción de la Virgen el 15 de agosto, otra fiesta católica sumamente importante y antigua; y finalmente, 4) el 30 de octubre, o más bien el 1 y 2 de noviembre, correspondientes al Día de Todos Santos y al Día de Muertos, los cuales constituyen otra fiesta sincrética de enorme importancia actual y que reúne en sí una gran variedad de ritos tradicionales, tanto de origen europeo como mesoamericano.
En México, desde tiempos inmemoriales, esas cuatro fechas han marcado los momentos clave del ciclo del maíz, es decir su inicio, la siembra, el crecimiento de la mazorca y la cosecha. Esas cuatro fiestas constituyen el marco fundamental para la celebración de los ritos agrícolas en comunidades campesinas tradicionales, ceremonias complejas que naturalmente muestran grandes variaciones en sus detalles específicos de una región a otra.
Vale la pena mencionar que al lado de esta estructura básica, hay otras celebraciones de santos que adquieren importancia en algunas regiones, sobre todo en lo que se refiere a la petición de lluvias y el inicio de la siembra –que puede variar entre abril y junio–, así como a los ritos del buen desenlace de la maduración del maíz –que se celebran durante los meses de agosto y septiembre. Entre tales fiestas podemos mencionar: San Marcos (25 de abril), San Isidro (15 de mayo), San Juan (24 de junio), San Miguel (28 de septiembre), San Francisco (4 de octubre) y San Lucas (18 de octubre), entre otras.
Sin embargo, se trata de variaciones dentro de un simbolismo básico que conserva muchos elementos de la estructura interna y la simetría del calendario solar mesoamericano, así como de los ritos agrícolas sustentados en él. Nos referiremos nuevamente a esas cuatro fechas:
Johanna Broda. Doctora en etnología, investigadora del Instituto de Investigaciones Históricas de la UNAM y profesora de posgrado en la UNAM y la ENAH. Especialista en calendarios, ritual y cosmovisión mexicas, así como de temas de ritualidad agrícola en la etnografía actual.
Tomado de Johanna Broda, “Ritos y deidades del ciclo agrícola”, Arqueología Mexicana, núm. 120, pp. 54-61.
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