El cataclismo demográfico de la Conquista

Bernardo Garcia Martínez

Mesoamérica fue víctima de tres devastadoras epidemias en el siglo XVI (1520-1521, 1545-1548 y 1576-1581 ), además de otras de menor magnitud, y como resultado murió más de la mitad de su población (incluso algunos cálculos sugieren que fueron nueve de cada diez personas). Hasta donde se sabe, nunca antes, en ninguna otra parte del mundo, había muerto tanta gente en un periodo tan corto. Este hecho, aunado a la naturaleza de las enfermedades involucradas, nos obliga a reconsiderar la imagen clásica de la conquista.

 

La imagen clásica de la conquista la hace consumarse con la caída de Tenochtitlan y la prisión de Cuauhtémoc. Es frecuente que el parteaguas entre el mundo prehispánico y el colonial se represente asociado de modo directo a ese acontecimiento y se ubique nítidamente en 1521. Pero al hacer esto se simplifica demasiado en aras de simbolismos políticos. La conquista fue un proceso muchísimo más complejo y dilatado en el tiempo que la simple toma de esa gran ciudad, y sus planteamientos de fondo fueron tan diversos como la realidad política y económica del mundo prehispánico. Además, su consecución no fue producto solamente de operaciones militares, a las que se da gran relevancia en esa imagen clásica, sino también de procesos menos vistosos que incluyeron maniobras políticas, aprovechamiento de la tecnología, presión económica y manipulación ideológica. También hubo circunstancias imprevistas que dieron ventaja a los españoles, la más importante de las cuales fue obra de un agente oculto y silencioso.

Este agente fue la viruela. Ésta y otras enfermedades introducidas durante o después de la conquista resultaron devastadoras en una tierra donde eran desconocidas y cuya población no tenía defensas inmunológicas ni recursos específicos para combatirlas. La viruela llegó en 1520 con un individuo enfermo, supuestamente un esclavo africano, cuando los enviados del gobernador de Cuba se presentaron en la Vera Cruz intentando detener a Cortés. Esto fue justo antes de que es tallaran las hostilidades con los mexicas. Hecha epidemia, la enfermedad se desató con tanta fuerza y se difundió con tal rapidez que obró activamente en contra de la resistencia de la sitiada Tenochtitlan matando a muchos de sus defensores, incluido el propio huey tlahtoani  Cuitláhuac, desafortunado y efímero sucesor de Moteczuma. Miles de individuos murieron en diversas regiones a partir de la Vera Cruz, aunque no hay testimonios que nos permitan conocer exactamente cuántos ni dónde. Empero, se puede asegurar que la enfermedad viajó a mayor velocidad que los invasores españoles y llegó a lugares donde éstos aún tardarían mucho en hacerse presentes personalmente. Gran parte de las muertes se originaron en algún tipo de contagio, pero otras fueron resultado indirecto: la enfermedad irrumpió en un sistema ecológico frágil, presionado por una población demasiado numerosa en relación con la limitada tecnología de subsistencia que tenía a su alcance. La epidemia también pudo haber provocado desarticulación o crisis en los ejércitos y las elites dirigentes.

Es bien sabido que la conquista fue pródiga en episodios de violencia y muerte. Las armas de fuego resultaron extremadamente letales ante quienes las desconocían, y tal vez nunca antes se habían hecho matanzas tan rápida y masivamente. Cuantificar a los muertos en esas guerras es tarea imposible. Ni siquiera sabemos cuántas batallas hubo: acaso quinientas o más, tantas como señoríos se resistieron a la dominación, y eso sólo en seis o siete años. Nadie llevó un registro de ellas; mucho menos de las bajas. Sin embargo, esas muertes ensangrentadas, terribles como fueron, no han de haber sido más terribles que las que ya eran comunes en el mundo mesoamericano, de por sí guerrero y ritualmente sanguinario. Además, la muerte en guerra era honrosa, aun para los españoles. Pero la muerte lenta e incomprensible causada por un mal desconocido que se esparcía por regiones enteras sin distinguir edades, sexos ni calidades sociales debió haber sido infinitamente peor. Así pues, la viruela fue el elemento más destructivo de cuantos pueden asociarse a la conquista y su impacto cultural debió haber sido desesperante y aterrador. A la luz de la magnitud demográfica y espacial de la epidemia, la caída de Tenochtitlan resulta un acontecimiento que destaca por su simbolismo.

 

Bernardo García Martínez. Doctor en historia; profesor de El Colegio de México. Autor de obras sobre pueblo indios, sociedad rural. Historia ambiental y geografía histórica. Miembro del Consejo Científico-editorial de esta revista.

 

García Martínez, Bernardo, “El cataclismo demográfico de la conquista”, Arqueología Mexicana núm. 74, pp. 58-61.

 

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