Lejos de lo que se supone, el coatepantli o “muro de serpientes” nunca delimitó el recinto sagrado de la capital mexica, el gigantesco cuadrángulo ceremonial que contenía en su interior varias decenas de edificios religiosos. El coatepantli era en realidad una estructura arquitectónica de mucho menores proporciones –hecha de mampostería y decorada con esculturas serpentiformes de basalto– que únicamente enmarcaba la plataforma del Templo Mayor, es decir, de la pirámide doble dedicada al culto de Huitzilopochtli y Tláloc.
El límite del recinto sagrado de Tenochtitlan
Al escuchar la palabra coatepantli, cualquier persona con conocimientos suficientes sobre la cultura mexica piensa inmediatamente en el muro de serpientes que limitaba el recinto sagrado de Tenochtitlan y que encerraba en su interior decenas de edificios religiosos, entre ellos el Templo Mayor. La palabra puede recordarle también las grandes cabezas de ofidios que fueron exhumadas del atrio de la Catedral y de la Casa del Marqués del Apartado a fines del siglo XIX y principios del XX, las cuales se encuentran actualmente en el Museo Nacional de Antropología y el Museo del Templo Mayor. E inclusive, puede llegar a evocar las bellas acuarelas y la maqueta del arquitecto Ignacio Marquina, donde un paramento vertical, almenado y con incontables esculturas serpentiformes sirve como separación entre los espacios sagrado y profano de la antigua capital insular. Tal conexión, de hecho, va más allá de la sabiduría de un individuo ilustrado, pues se encuentra bien arraigada en la literatura sobre los mexicas, desde las revistas de divulgación hasta las publicaciones especializadas.
La arqueología, sin embargo, nos enseña algo muy distinto sobre el coatepantli de Tenochtitlan. A fines de 1981, en el marco del Proyecto Templo Mayor, los arqueólogos Eduardo Contreras y Pilar Luna exploraron el sector ubicado justo al oriente de la pirámide de Huitzilopochtli y Tláloc. Varios meses de trabajo dejaron al descubierto una estructura de grandes dimensiones que hemos denominado Edificio J. Se trata de una plataforma que corre longitudinalmente de norte a sur y que continúa hacia zonas que no pudieron ser excavadas en aquel entonces. Sus fachadas este y oeste se caracterizan por una sucesión de alfardas y escalinatas, aunque también se observa la intercalación de uno que otro paramento vertical. Durante las exploraciones del Edificio J se detectaron dos ampliaciones que, al parecer, se construyeron de manera simultánea a las etapas VI y VII del Templo Mayor (ca. 1486-1520 d.C.). Lamentablemente, la parte más alta de la última ampliación fue destruida en la primera mitad del siglo XX, quedando intactos únicamente los primeros peldaños de sus escalinatas oriente y poniente.
Desde el momento de su descubrimiento, Eduardo Matos Moctezuma (1981, pp. 41-45; 1984, pp. 20-21) hizo ver que el Edificio J era nada menos que el límite del recinto sagrado de Tenochtitlan y que su configuración distaba mucho de la de un hipotético muro de serpientes.
López Luján, Leonardo, y Alfredo López Austin , “El coatepantli de Tenochtitlan. Historia de un malentendido”, Arqueología Mexicana núm. 111, pp. 64-71.
• Leonardo López Luján. Doctor en arqueología por la Université de Paris X-Nanterre. Investigador del Museo del Templo Mayor y profesor de la Escuela Nacional de Conservación, Restauración y Museografía, ambos del INAH.
• Alfredo López Austin. Doctor en historia por la UNAM. Investigador emérito del Instituto de Investigaciones Antropológicas y profesor de la Facultad de Filosofía y Letras, ambos de la UNAM.
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