El diálogo entre artes y arqueología

Renato González Mello

En memoria de Alfredo López Austin

El arte mundial y la antigüedad mexicana

En cambio, los proyectos señeros de la segunda mitad del siglo XX, la época que se ha calificado como “desarrollista”, continúan la muy larga tradición de diálogo entre las artes y la arqueología, que a la postre se convertiría en una reflexión acerca del futuro.

Diego Rivera pintó, entre 1950 y 1957, una serie de cuadros aparentemente inconclusa, y de la que se conservan cinco tableros: la Historia de la religión. Se trata de un proyecto bastante ambicioso para comparar el pensamiento sobre la antigüedad mesoamericana con los tópicos de la arqueología del mundo grecolatino.

Tres de los cinco cuadros son representaciones del sacrificio humano entre los mexicas, y muestran la extracción del corazón en contextos un poco distintos desde el punto de vista simbólico, pero también recurriendo a paletas de color muy diferentes. En cambio, hay dos tableros que aluden a distintas circunstancias europeas.

Uno de ellos equipara el poder secular de la monarquía vaticana con la legitimidad pretendidamente religiosa de los regímenes fascistas. Quizás la composición más compleja del conjunto sea el tablero número II, que establece un vínculo entre los mitos acerca del origen de la arquitectura y el surgimiento del cubismo. Lo primero, por el templo clásico, una de cuyas columnas se deriva de un tronco de árbol.

A partir de la Ilustración, cobró fuerza la idea del teórico Marc-Antoine Laugier, quien decía que el origen de la arquitectura podía atribuirse a construcciones elementales, hechas con ramas y troncos de árbol, que combinadas habrían servido para resolver las necesidades elementales de los hombres, pero además habrían dado lugar a los órdenes clásicos (Rykwert, 1981).

Pero en la parte inferior del cuadro aparece otro cuadro. Es semejante a los paisajes que Rivera pintó en París durante la década de 1910, al inicio de su época cubista, y bajo la clara influencia del pintor holandés Piet Mondrian. Las figuras en la parte intermedia mezclan a varias divinidades antiguas, pero la que se encuentra sobre el cuadro se identifica, por lo menos parcialmente, con Mercurio; aunque también es una alegoría de la pintura concebida como geometría, de acuerdo con las convenciones de las academias de arte (Delgado Masse, 2003).

Imagen: Diego Rivera. Historia de la religión 5, 1950-1957, temple sobre papel (detalle). Colección privada. Foto: Archivo Fotográfico Manuel Toussaint / IIE, © Banco de México.

Frida Kahlo, Niña tehuacana Lucha María (sol y luna), 1942, óleo sobre masonite. Foto: Rafael Doniz. Colección Pérez Simón, México.

Renato González Mello. Doctor en historia del arte por la UNAM. Curador del Museo Carrillo Gil (1989-1992), Investigador del Instituto de Investigaciones Estéticas de la UNAM. Profesor en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM.

Esta publicación puede ser citada completa o en partes, siempre y cuando se consigne la fuente de la forma siguiente:

González Mello, Renato, “El arte mundial y la antigüedad mexicana”, Arqueología Mexicana, Edición especial, núm. 105, pp. 70-72.