El fin de un “siglo” mesoamericano

Francisco González Rul

Hacia el fin de un milenio indígena

Era creencia general en todos los pueblos del altiplano, y muy probablemente también en grupos afines de Oaxaca, Michoacán y regiones costeras del Golfo y del Pacífico, que el mundo había sido creado y destruido alternativamente cuatro veces (cuatro soles) por los gemelos divinos Tezcatlipoca y Quetzalcóatl, y que finalmente se creó en Teotihuacan un Quinto Sol. Éste es el que actualmente rige a la humanidad, y se deberá acabar por un gran terremoto o bien por la falta de Sol, acontecimiento que era temido al final de cada periodo de 52 años (xiuhmolpilli o “atado de años”) en que terminaba un ciclo y se iniciaba de nuevo la cuenta de los días.

Es decir, se creía que en el último año (xíhuitl) de cada periodo, y en particular al finalizar el último de los cinco nemontemi o días aciagos (últimos días de ese año), el Sol moriría y no saldría más por el oriente, por lo que ante su falta se creía que todo terminaría. Los preparativos para tan infausto acontecimiento tenían lugar desde un año antes, tiempo en el que la gente en general se preparaba, acumulando, de acuerdo a sus posibilidades económicas y a su región, bastimentos suficientes para lograr la sobrevivencia. Así pues, el último año, antes de los nemontemi, era destinado a acopiar toda clase de bienes y víveres.

Era creencia generalizada que cuando se iniciaban los cinco nemontemi, vendrían al mundo de los vivos las terribles tzitzinime, mujeres muertas en el parto que se transformaban en monstruos y cuya misión era atacar y despedazar a los niños y a las mujeres embarazadas, razón por la cual se escondía a éstas en las trojes o en lugares oscuros y se les dotaba de unas máscaras de pencas de maguey. Había también el peligro de que alguna mujer encinta se transformara en tzitzinime, y por ello se les encerraba en las trojes. Al iniciarse los nemontemi, todos los habitantes de una comarca, pueblo o pequeña comunidad procedían a destruir el menaje doméstico, y es posible que rompieran también el vestuario. En el último día de los nemontemi se apagaban todos los fuegos, y la gente se encaminaba al lugar previsto para encender el Fuego Nuevo, el cual debía estar cerca de las poblaciones.

 

Francisco González Rul (1920-2005). Arqueólogo, investigador en la Dirección de Salvamento Arqueológico, INAH.

González Rul, Francisco, “Hacia el fin de un milenio indígena”, Arqueología Mexicana, núm. 41, pp. 60-61.

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