El huexólotl y totolin, alimento sagrado en Tetelcingo, Morelos

Edith Yesenia Peña Sánchez, Alfredo Paulo Maya

La domesticación del guajolote permitió no sólo su crianza y el abastecimiento de carne, plumas y huesos, sino que además se le otorgó un lugar simbólico en la cosmovisión de los diversos pueblos indígenas, cuya representación iconográfica se observa en varios códices.

 

El guajolote domesticado

 

El guajolote (Meleagris gallopavo L.), gallo de las Indias, gallipavo o gallipollo es considerado uno de los primeros animales domesticados. Los registros arqueozoológicos más antiguos provienen de 3 000 años antes de nuestra era y pertenecen al Centro de México, aunque esa especie se expandió por toda Mesoamérica y el norte del continente. Su domesticación permitió no sólo su crianza y el abastecimiento de carne, plumas y huesos, sino que además se le otorgó un lugar simbólico en la cosmovisión de los diversos pueblos indígenas, cuya representación iconográfica se observa en varios códices (Borgia, Borbónico, Tonalámatl Aubin, Mendoza, Magliabecchi, Fejérváry-Meyer, Laud, Vaticano, Dresde, Cortés, etc.). En ellos se le representa como ofrenda de sacrificio, la mayoría de las veces sólo la cabeza o de cuerpo completo y sobre un maíz. 

Entre los nahuas se diferencia al guajolote por su sexo y se le denomina huexólotl al macho y cihuatotolin a la hembra. Seler (2008, p. 201) menciona que en el tonalámatl al primero se le representa con la vestimenta del dios de la lluvia y a la segunda se le asocia con el agua, la sangre del sacrificio y del autosacrificio, como personificación del signo de los días técpatl (cuchillo de pedernal), adorno e insignia del dios Tezcatlipoca. Considera que el “guajolote representa el elemento agua frente al fuego, y como tal se convierte en imagen de la luna frente al águila (el sol). Entre los mayas de Guatemala se le conoce como mama a’c - mama col (abuelo gallina) y atit a’c - mam col (abuela gallina), que se llega a traducir como el abuelo y la abuela alimentadores”. 

Tal sentido se evidencia desde el Posclásico, pues de acuerdo con Valdez (1999, p. 38): “…se le consideraba un ser, cosmogónicamente hablando, paralelo al ser humano, ya que se tenía la creencia de que los guajolotes habían sido hombres en épocas anteriores”.

Lo cual se corrobora en La leyenda de los soles; de acuerdo con Millán (2010, p. 21): “Las humanidades pasan por una espiral sucesiva, como desde hace siglos atestiguan la leyenda de los Soles (1558), pasan por una especie de espiral evolutiva que se manifiesta en las formas de alimentarse, de tal manera que cada ciclo supone una nueva alimentación y cada alimento un modelo corporal distinto”.

 

Peña Sánchez, Edith Yesenia, y Alfredo Paulo Maya, “El huexólotl y totolin, alimento sagrado en Tetelcingo, Morelos”, Arqueología Mexicana núm. 118, pp. 78-83.

 

 Edith Yesenia Peña Sánchez. Profesora-investigadora de la Dirección de Antropología Física del INAH (yesenia_dafinah@yahoo.com.mx). Profesora del Departamento de Historia y Filosofía de la Medicina, Facultad de Medicina, UNAM.

 Alfredo Pulo Maya. Profesor del Departamento de Historia y Filosofía de la Medicina, Facultad de Medicina, UNAM.

 

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