Los cerros que devoran a la gente. La “experiencia otomí” en la Sierra de las Cruces y Montealto, estado de México
Otomíes y mazahuas completan las peregrinaciones al circuito de cerros para pedir la lluvia y sembrar, en secretas cuevas resguardadas en las cimas, la semilla que germinará como maíz, quelite, haba, frijol o frutas en cada pueblo. Esta tarea la realizan los mēfi o trabajadores de este gato del monte (el ocelote que se tornó en mixi), quienes, para realizar su labor, antes fueron “cazados” en el bosque por la espada del gato, es decir, el rayo, y luego “entregados” por otros mēfi en lo alto de dichos cerros para ser sacrificados y luego renacidos por este poderoso depredador.
Esta “entrega” es una ceremonia que se asemeja tanto a una boda como a una crucifixión: los nuevos mēfi serán sacrificados, si bien sus personas estarán representadas por un par de palomas y un cordero. De las primeras se obtendrá la sangre necesaria para marcarlos con las llagas de Cristo, mientras que del segundo se obtendrá la carne que se consumirá por todos los presentes, excepto por el mismo rayado y su familia (“porque no se puede comer a sí mismo”, me explicaron).
Toda esta ceremonia remite a los antiguos rituales prehispánicos en donde las aves tenían un papel central, si bien la presencia del cordero demuestra las formas con las cuales los rituales otomíes supieron dialogar con las nuevas mitologías cristianas.
Así, la “entrega” es un sacrificio de devoración en toda regla, y en los tecuanitepec las y los mēfi, elegidos por el rayo para alejar tanto la envidia como la enfermedad y el granizo, así como para atraer la salud, la prosperidad y la lluvia a sus pueblos, son hombres-dioses y mujeres diosas (tal y como lo estudió a fondo don Alfredo López Austin) que son devorados y redivivos. “Entregados” en el cerro al jaguar mayor, que es el Cristo otomí, aseguran con su sacrificio que el hambre y la enfermedad no gobernarán al mundo, pues ellos servirán como comida a quien proveerá alimento al mundo entero.
Imagen: “Entrega” de una mujer tocada por el rayo en un cerro de Temoaya, estado de México. Un mēfi frente a las cruces del Divino Rostro. Cerro de la Campana, estado de México. Fotos: Carlos Dávila.
Carlos Arturo Hernández Dávila. Licenciado en etnología, y maestro y doctor en antropología social por la Escuela Nacional de Antropología e Historia. Profesor en esta escuela y en la Universidad Iberoamericana de la Ciudad de México. Sus líneas de investigación se dirigen al estudio de los cristianismos indígenas, así como a la historia de la evangelización en la época colonial.
Esta publicación puede ser citada completa o en partes, siempre y cuando se consigne la fuente de la forma siguiente:
Hernández Dávila, Carlos Arturo, “Los cerros que devoran a la gente. La ‘experiencia otomí’ en la Sierra de las Cruces y Montealto, estado de México”, Arqueología Mexicana, núm. 180, pp. 53-57.