“Los antiguos señores se alimentaban comiendo de una planta llamada txetxina, que los ladinos llaman ‘madre maíz’ (teocinte). No comían maíz y pasaban grandes penas. En una ocasión, uno de esos señores vio a un gato montés comiendo unas cositas amarillas y se lo fue a contar a otros ancianos. Entonces se juntaron para ir a ver al gato y preguntarle qué cosa era lo que comían tan gustosos, y él les dijo que eran granos de maíz que acarreaba de una cueva en la montaña. Los viejitos pidieron al gato que les mostrara el lugar. Que estaba bueno, les contestó el animalito.
“Los señores no podían acompañar al gato montés, porque era muy rápido para correr, y por ello designaron a un piojo para que lo acompañara. El piojo subió sobre el lomo del gato, pero no soportó las sacudidas de su cuerpo y cayó al suelo. No pudo no soportó las sacudidas de su cuerpo y cayó al suelo. No pudo darse cuenta de qué rumbo tomó el gato y desconsolado regresó. Los ancianos dispusieron que en una pulga acompañara al animal en un nuevo intento. Como éste corría sobre las piedras y los troncos, también la pulga se desprendió, cayendo al suelo, pero, más lista que el piojo, de un gran brinco se prendió nuevamente de los pelos del gato, asiéndose fuertemente, y llegaron a una roca que tenía un pequeño agujero en donde el mish sació su apetito con los granitos amarillos. La pulga regresó a contar lo que había visto.
“Los señores principales de los pueblos le pidieron a la pulga que los guiara, y constataron que era verdad, pero, como el agujero era muy chiquito, no les fue posible penetrar al interior. Buscaron entonces a los pájaros carpinteros para que consiguieron por la dureza de la piedra. Lo único que lograron fue sacar con su largo pico unos granos de maíz que allí mismo se comieron.
“En vista de que los pájaros carpinteros fallaron en su intento por abrir la cueva, los señores acudieron al “rayo blanco” para que él con su poder lo lograra, pero, a pesar de que descargó toda su fuerza, apenas le avió una grieta a la piedra, por la que tampoco cabía un hombre. Los señores optaron por llamar al hermano menos de ‘rayo blanco’, el ‘rayo colorado’.
“El pequeño rayo se rió de su hermano y, para demostrarle que era superior a él, lanzó una descarga con toda su furia y la roca se abrió. Según contaron los abuelos, el retumbo se oyó en todos los municipios de Huehuetenango, y convocaron a los principales de cada pueblo a venir a ver el milagro: adentro de la cueva estaban las mazorcas acomodadas en redes con su mecapal, listas para que las condujeran a sus casas. Entonces ordenaron los señores que cada pueblo tenía derecho a llevarse una red, pero que guardaran los mejores granos para semilla y que les brindaran cuidado. Al recolectar la cosecha que se vino rechula, ya no comieron ixetxina para alimentarse, solamente maíz.”
Tomado de Carlos Navarrete, “Los mitos del maíz entre los mayas de las Tierras Bajas”, Arqueología Mexicana núm. 25, pp. 56-61.
Texto completo en la edición impresa. Si desea adquirir un ejemplar:
http://raices.com.mx/tienda/revistas-el-maiz-AM025