De los códices prehispánicos que sobrevivieron a la conquista española, el Códice Borgia, sin duda, es uno de los más sorprendentes no sólo por la calidad artística y pictórica de sus autores, sino también por la profunda y compleja realidad religiosa que nos ofrece.
Dentro de las secciones que componen este documento, se encuentra una parte conocida como “El viaje de Venus por el inframundo”, que también ha recibido otras designaciones de acuerdo con los diversos autores que la han trabajado. Desde luego, no es la intención abordar aquí alguna de esas 18 láminas que componen dicha sección, sino en lo particular me referiré a la página 43, donde está representado un enorme Sol como si fuese un gran sapo con las piernas y los brazos abiertos.
Esta posición ya había sido observada por Seler (1980, II, p. 48), que describe la imagen como la representación de un Xólotl-Nanahuatzin, sobre todo por los nudos o deformidades que presentan sus manos y por el ojo colgante, fuera de su órbita, que caracteriza a otras representaciones de esta deidad solar.
Para Jansen (Anders et al., 1993, p. 232), en la lámina se destaca un Xólotl negro que carga un Sol oscuro, pero en sí es un sacerdote que inicia el rito del crecimiento de maíz. Por otro lado, para Elizabeth Boone (2007, pp. 171-173) esta sección del Códice Borgia no es una secuencia de rituales o el viaje de Venus, como han argumentado Seler y Jansen, sino una narrativa sobre historias de creación que no tiene paralelo con los mitos nahuas, mayas o mixtecos.
Boone (2007, p. 202) señala en concreto que en la página 43 aparece un Sol nocturno en forma de Nanahuatzin/ Xólotl, ya que también identifica la piel llena de manchas o pústulas del personaje, así como el hocico de un canino.
No obstante, es de llamar la atención que ninguno de los autores citados haya profundizado en la postura de “parturienta” que presenta este ser portador del Sol. Esta posición de brazos y piernas coincide con la de Tlaltecuhtli, señora/señor de la Tierra, síntesis de la vida, muerte y renacimiento de seres humanos, plantas y animales (López Luján, 2010, p. 106).
Sin embargo, hay algunos elementos que me gustaría resaltar. Por ejemplo, Seler (1980, II, p. 48) destaca que las manos y los pies del personaje tienen el color y el pelaje del jaguar; además, señala: “Como en el sapo terrestre, las articulaciones de las rodillas son hocicos abiertos, que con el ojo de muerto y la ceja encima completan un rostro calavera”.
Imagen: El Sol nocturno como deidad creadora del maíz. Códice Borgia, lám. 43. Foto: Biblioteca Nacional de Antropología e Historia.
Manuel A. Hermann Lejarazu. Doctor en estudios mesoamericanos por la UNAM. Investigador en el CIESAS-D.F. Se especializa en el análisis de códices y documentos de la Mixteca, así como en historia prehispánica y colonial de la región. Miembro del Sistema Nacional de Investigadores.
Esta publicación puede ser citada completa o en partes, siempre y cuando se consigne la fuente de la forma siguiente:
Hermann Lejarazu, Manuel A., “El Sol como un enorme sapo”, Arqueología Mexicana, núm. 174, pp. 78-79.