Ana María Jarquín Pacheco, Enrique Martínez Vargas
En 1992 se descubrieron en una fosa cuadrada del Templo de Quetzalcóatl de la zona arqueológica de Zultépec 14 cráneos con perforaciones en el pario temporal. Al realizar los estudios antropofisicos se identificó que quienes venían con los conquistadores pertenecían a diversos grupos étnicos, con lo cual se abrió una nueva página sobre la conquista de México-Tenochtitlan.
Zultépec-Tecoaque, importante poblado prehispánico localizado en la región occidental del estado de Tlaxcala, municipio de Calpulalpan, era parte del señorío acolhua, fundado aproximadamente hacia 1200 d.C. –sobre restos de construcciones teotihuacanas del Clásico– y destruido en 1521 d.C. por los conquistadores españoles. Entre los hallazgos en el antiguo poblado destaca un conjunto de 14 cráneos en una fosa cuadrada localizada en la plataforma adosada al templo principal del asentamiento dedicado a Ehécatl-Quetzalcóatl. Los cráneos estaban en buen estado de conservación y presentaban perforaciones casi circulares en ambas regiones pario temporales, lo que tal vez indique que hayan estado en un tzompantli; los cráneos estaban cubiertos con fragmentos de una pieza cerámica polícroma.
En un inicio, el estudio de los cráneos fue realizado por el maestro Mario Ríos Reyes, quien señaló que algunos de ellos pertenecían a extranjeros. Luego vino el análisis del Dr. Carlos Serrano Sánchez, quien estableció su origen étnico, así como la presencia de europeos, una mulata e indígenas mesoamericanos, además de detectar la presencia de huellas de corte en los cráneos, lo que posiblemente indique el sacrificio de los capturados, y la probable ingestión de su carne. Las evidencias arqueológicas y la información contenida en fuentes históricas permitieron reconstruir los sucesos acaecidos en Zultépec-Tecoaque y con ello agregar una nueva página a la historia de la conquista de México.
De los 14 cráneos, 12 no tenían mandíbula; en cuanto al maxilar superior muestran pérdida casi total de sus piezas dentarias y las pocas que conservan están fracturadas o con fisuras, resultado posible de su cocimiento. Dos tienen un excelente grado de conservación: se encontraron completos, con las mandíbulas y sus piezas dentarias, aunque algunas de ellas estaban sueltas. Los grados de intemperismo de los cráneos permiten inferir que fueron colocados de dos en dos, uno masculino y uno femenino, en el tzompantli en diferentes momentos. De igual manera, se observó en ellos la ausencia total de huellas de alguna enfermedad o patología, por lo que se considera que eran personas sanas las destinadas a dicha ceremonia.
Como resultado del análisis se estableció que siete de los 14 cráneos son masculinos y siete femeninos, y se dividieron en dos grupos:
Grupo 1. De origen amerindio. Está formado por nueve cráneos, cinco de los cuales se cree son de origen otomí por sus características morfológicas. Dos cráneos pertenecen a personas originarias de la Costa del Golfo y dos más están relacionados con los habitantes del Centro de México, posiblemente tlaxcaltecas. Todos son masculinos. Destaca el cráneo de una mujer, que por sus características morfológicas se presupone de origen maya.
Grupo 2. De origen no mesoamericano. Está formado por cinco cráneos. Destaca el cráneo de una mulata y el resto de los cráneos corresponde a personas de origen europeo. Se trata de personas adultas, de entre 20 y 35 años. Las huellas de intemperismo han permitido establecer con exactitud que fue en invierno, orientados hacia la salida del Sol, cuando estuvieron colocados en parejas en el altar, uno masculino y uno femenino.
Es probable que la disposición en el altar fuera una especie de representación de su subida paulatina a la región celeste en calidad de guerreros, destinados a ir al Sol. El hecho de que los hombres estuvieran al centro y las mujeres a los costados probablemente sea un lenguaje simbólico. La exposición de cráneos femeninos acompañando a guerreros solares pudiera estar relacionada con las mocihuaquetzque, nombre que se daba a las mujeres muertas en la guerra y en el primer parto, y cuya misión era acompañar al Sol desde el mediodía hasta que se metía al inframundo por el oeste (Sahagún, 1972, VI, p. 381).
Respecto al sacrificio de los cautivos, la muerte sacrificial o florida, en náhuatl xochimiquiztli (Johansson, 2005, p. 9), era considerada uno de los rituales más importantes dentro del ceremonial religioso, así se podía establecer contacto con los dioses a los cuales se alimentaba con la sangre de los inmolados, propiciando la existencia al considerar a la muerte como fuente de vida y de resurrección. La ingestión de la carne de los sacrificados, teocualo , era otro ritual trascendente ya que se trasmutaban la energía y características importantes a los que la ingerían, en este caso las de los europeos, lo que permitía aumentar su vitalidad, conocimientos y habilidades, en la búsqueda de conservar el equilibrio del cosmos y de su mundo.
• Ana María Jarquín Pacheco. Doctora en estudios mesoamericanos por la UNAM. Investigadora del Centro INAH Tlaxcala. Directora del Proyecto Arqueológico La Campana, Colima.
• Enrique Martínez Vargas. Doctor en estudios mesoamericanos por la UNAM. Investigador del Centro INAH Tlaxcala. Director del Proyecto Especial Zultépec-Tecoaque.
Jarquín Pacheco, Ana María, Enrique Martínez Vargas, “El tzompantli en Zultépec-Tecoaque”, Arqueología Mexicana núm. 148, pp. 75-78.
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