Miguel León Portilla
Como ocurre con la estratigrafía arqueológica, es también posible identificar distintos estratos en la toponimia de un lugar o región. Ello es patente en ámbitos geográficos en los que se han hablado o impuesto sucesivamente diversas lenguas y se han desarrollado varias formas de escritura. Tal es el caso de Mesoamérica con sus rasgos y elementos propios compartidos en común y también con algunas diferencias en sus lenguas y sus sistemas de escritura.
Formas de acercamiento
Los lingüistas saliéndose de varios métodos y recursos, han podido establecer, aunque en ocasiones sólo tentativamente, cuáles eran las lenguas habladas en diversos tiempos y lugares en Mesoamérica. Entre tales métodos y recursos sobresalen la lingüística comparada y la glotocronología. La primera permite reconstruir aspectos del léxico, la estructura y la fonología de determinadas lenguas. Ella es también clave
para percibir las relaciones que permiten detectar la existencia de familias lingüísticas. La glorocronología, con su método léxico-estadístico, se dirige a precisar los tiempos de separación de determinadas lenguas, a partir de una protolengua original. En lo que toca a la representación glífica de los topónimos en las varias lenguas, la epigrafía ha tenido considerable desarrollo en las últimas décadas.
En un valioso trabajo, Leonardo Manrique (2000, vol. 1, pp. 53-93), lingüista recientemente fallecido, valiéndose de estos recursos ha hecho señalamientos muy importantes. Gracias a dios y a otras aportaciones podemos discurrir sobre las lenguas que se hablaron en algunos lugares de Mesoamérica a partir del periodo Preclásico hasta el Posclásico. Esto permite elucidar, al menos en parte, cómo se expresaron los topónimos a lo largo de la historia cultural de Mesoamérica.
A su vez, la epigrafía revela cómo se registraron glíficamente los topónimos en la piedra, la pintura mural, la cerámica, el papel de amate y en otros soportes. Desde la consumación de la Conquista hasta el presente ha sido la escritura alfabética la que registra la toponimia de la antigua Mesoamérica, alterada o sustituida en muchos casos.
El más antiguo sustrato toponímico
Es imposible determinar, con base en lo que actualmente conocemos, cuáles fueron los nombres de lugar -los topónimos- con los que se designaban los asentamientos humanos más antiguos en Mesoamérica. Y ello vale asimismo, en menor grado, respecto de los nombres con que se conocieron ríos, montañas y otros accidentes geográficos. Sin embargo, gracias a la lingüística comparada y la glotocronología algo es lo que sabemos acerca de los más antiguos estratos toponímicos.
Como lo muestra Leonardo Manrique en su aportación, puede afirmarse, por ejemplo, que en la zona olmeca, hacia mediados del segundo milenio a.C., se hablaban una lengua proto-mixe-zoque y una variante del maya, conocido como proto-yaxché, emparentado con el ch'ol y el chontal de Tabasco. En esas lenguas se expresaron antiguos nombres de lugar.
Sobre tal toponimia se impusieron mucho más tarde no pocos nombres de lugar en náhuatl y en castellano. Ejemplos de esto son: Comalcalco, Chiltepec, Jaltipan, y los nombres con que se designan en castellano algunos de los más importantes asentamientos olmecas, La Venta, Tres Zapotes y San Lorenzo.
En Monte Albán, Oaxaca, se conservan los más antiguos registros glíficos de topónimos. Ello ocurre en varias estelas de Monte Albán II, anteriores a la era cristiana. Ejemplo de esto es un glifo en la Lápida 14 del Montículo J. Allí se ve el característico glifo del cerro, que hasta los tiempos mexicas denotó la idea de "pueblo", acompañado del que corresponde al año 6 turquesa y de otros signos no descifrados. Otra muestra la proporciona la Lápida 16 del mismo montículo con el glifo del cerro y sobre él lo que parece ser una caña. Debajo se ve un rostro humano de cabeza como señalamiento de que ese lugar fue conquistado. En el fragmento que se conserva de la Estela 41 del grupo de "los danzantes" se mira la que parece ser la representación locativa más antigua de Mesoamérica, perteneciente a la etapa
de Monte Albán I. Al costado izquierdo se registra una parte del glifo del cerro.
Miguel León-Portilla. Doctor en filosofía por la UNAM. Miembro de las academias mexicanas de la Historia y de la Lengua, del Colegio Nacional y de la National Academy of Sciences, E.U.A. Autor de numerosas publicaciones y profesor de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM.
León-Portilla, Miguel, “Estratigrafía toponímica. Lengua y escritura”, Arqueología Mexicana núm. 70, pp. 26-31.
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