Salvador Guilliem Arroyo
Los trabajos en el centro ceremonial de Tlatelolco no dejan de arrojar sorprendentes hallazgos que dan cuenta del esplendor de la ciudad y reflejan su creciente bonanza. Las dos últimas décadas han sido de trabajo constante y han proporcionado datos para comprender el desarrollo de Tlatelolco y su estrecha relación con México-Tenochtitlan.
El 2 de octubre de 1968 cortó de tajo las exploraciones arqueológicas en Tlatelolco coordinadas por Eduardo Contreras Sánchez. Éste había relevado del mando a Francisco González Rul cuatro años antes, quien conjuntamente con Eduardo Matos, Braulio García, Alberto Ruz y Jorge Angulo habían recuperado el espacio que actualmente ocupan los monumentos prehispánicos de la zona arqueológica de Tlatelolco en la Plaza de las Tres Culturas, en contra del proyecto de los urbanistas dirigidos por Mario Pani. Desgraciadamente, los acervos arqueológicos, tanto materiales como documentales, tuvieron distintos destinos a los planeados por los investigadores. Así, el convento de Santiago –que había sido destinado por el entonces presidente de la República, Adolfo López Mateos, para ser la sede del Museo del Anáhuac y albergar dichos acervos– fue cedido en 1972 a la Secretaría de Relaciones Exteriores.
1987. El Templo de Ehécatl
Fue hasta 1987 cuando Eduardo Matos, en vista de los resultados del Proyecto Templo Mayor, propuso un proyecto interdisciplinario para Tlatelolco, con el objetivo primordial de comparar las ciudades gemelas de los mexicas, Tenochtitlan y Tlatelolco, mediante el estudio de sus contextos espaciales y temporales. De esta manera se buscaba un mejor conocimiento de la sociedad que cedió su nombre a nuestro país.
Los trabajos se iniciaron el 13 de octubre de 1987, gracias al apoyo del Dr. Davíd Carrasco, de la Universidad de Boulder, y un equipo de trabajo conformado por Francisco Hinojosa –jefe de campo–, Cecilia Urueta, Mónica Ross, Víctor Rangel y quien esto escribe. Los custodios Francisco Roldán, Julio Rosas y Félix Coronado, quienes resguardaban el sitio desde los sesenta del siglo XX, nos indicaron las áreas que no habían sido completamente exploradas. Así, frente a la plataforma de acceso del Templo de Ehécatl se localizaron varias ofrendas y entierros que habían sido depositadas siguiendo un acomodo muy cuidadoso, por lo que en su exploración se alternaron, de acuerdo con ese orden, excavaciones intensivas y extensivas. Fueron necesarias tres temporadas, que culminaron en 1989, para explorar este complejo ceremonial compuesto por 54 ofrendas y 41 entierros humanos, de los cuales 35 fueron infantes, 1 adolescente y cinco adultos; de tres de estos últimos sólo se depositó el torso en oquedades circulares. También se encontraron ofrendas de cenizas y 20 ollas globulares que en su mayoría contenía infantes. En 40 casos se encontró evidencia irrefutable de sacrificios: desmembramiento, mutilación, degollamiento y decapitación entre otros; asimismo, se detectó el uso de partes corporales como ofrendas a otros individuos. En total se recuperaron 2 058 objetos, que fueron clasificados y analizados en contraste directo con las fuentes etnohistóricas. Esto nos permitió plantear que este complejo ceremonial representa una invocación del pueblo mexica a Ehécatl, dios tutelar del templo, junto con otras deidades de la fertilidad, realizada debido a la hambruna que generó la sequía de 1454. La investigación obligó a la búsqueda de los acervos documentales y arqueológicos de los años sesenta, para lo cual se recurrió a quienes participaron en esos trabajos, entre ellos Eduardo Contreras González, Jorge Angulo, Sofía Coronado y Francisco González Rul, que nos proporcionaron un apoyo invaluable al donar sus fotografías, planos, libretas de campo, muestrarios de piezas arqueológicas y, sobre todo, sus relatos.
Así, se pudo establecer que el complejo ceremonial dedicado a Ehécatl-Quetzalcóatl en realidad estuvo conformado por más de 280 sujetos sacrificados e innumerables objetos de cerámica, concha, lítica, y esculturas, como la que representa a Ehécatl-Quetzalcóatl, y una máscara de estilo Mezcala. Destacan los objetos de materiales perecederos, como textiles, madera, calabaza, guaje, nopal y semillas. El cuidadoso levantamiento topográfico de cada conjunto nos permitió, con apoyo de Fernando Botas, realizar un plano isométrico que fue difundido como cartel de la primera exposición temporal del Museo del Templo Mayor de Tenochtitlan.
Guilliem Arroyo, Salvador, “Exploraciones arqueológicas en Tlatelolco, 1987-2007”, Arqueología Mexicana núm. 89, pp. 46-52.
• Salvador Guilliem Arroyo. Arqueólogo por la enah y pasante de la maestría en estudios mesoamericanos por la UNAM. Miembro del Proyecto Templo Mayor desde 1978. Director de la zona arqueológica de Tlatelolco.
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