Rosa Ma. Reyna Robles
Cinco o seis siglos antes de nuestra era se desarrolló una cultura regional llamada Mezcala, la cual, además de ser muy distinta de las del resto del Occidente de México, antecedió y sobrevivió a la época teotihuacana.
Todos los ríos y arroyos tributarios del Balsas ostentan monumentos pertenecientes a sucesivos pobladores, entre ellos los mongoles, israelitas, fenicios, atlántides, escandinavos y los propiamente americanos, Nahoas, Toltecas, Aztecas, Tarascos, Mexicas, Chichimecas, Mixtecos, hasta los más remotos orígenes de nuestros pobladores, cuya procedencia, autóctona o extranjera, se esfuma en los horizontes del perpetuamente ignoto.
Emilio Nolte, 1926
El estado de Guerrero es una de las entidades más descuidadas en cuanto a investigación arqueológica se refiere. A pesar de que por su situación geográfica representa un punto nodal entre el Altiplano Central y la región oaxaqueña, ha permanecido como terra ignota, en blanco en los mapas y con escuetas descripciones escritas en los tratados antropológicos generales, aun en los más recientes. Como consecuencia de su desconocimiento, es común que se le considere como la parte más sureña del Occidente de México, como un área de paso, sede de culturas marginales o periféricas, cuya evolución, a lo largo de su historia, dependía de “influencias” de culturas más avanzadas, venidas sucesivamente de regiones cercanas o lejanas.
Varios factores han concurrido para que no se le haya estudiado con la intensidad con que se ha hecho en otras regiones mesoamericanas, desde su muy evidente “peligrosidad” o la incomunicación e insalubridad que persisten en la mayoría de sus regiones componentes, hasta la supuesta ausencia de asentamientos espectaculares, la incalculable destrucción de los sitios por acción del saqueo, intereses académicos particulares y, sobre todo, su gran complejidad cultural y el desinterés de la arqueología oficial. Las evidencias arqueológicas localizadas en Guerrero indican su gran diversidad cultural. Aquí se hará referencia sólo a una región que cubre la parte occidental, central y septentrional del estado y sus colindancias con Morelos, el estado de México y posiblemente Puebla.
Los trabajos arqueológicos en Guerrero han atravesado por varias etapas: en la primera, de exploradores y buscadores de tesoros, destacan los trabajos de William Niven a fines del siglo pasado, quien realizó exploraciones en varios lugares del estado y dio a conocer por primera vez objetos y sitios que ahora atribuimos a la cultura Mezcala; en la segunda, la de los pioneros y las expediciones de los años cuarenta y cincuenta, se tienen los fructíferos trabajos de varios de los más destacados antropólogos, como Donald Brand, Robert Lister, Pedro Armillas, Robert Weitlaner, Robert Barlow y Pedro Hendrichs, quienes realizaron las primeras investigaciones científicas que, junto con las de Miguel Covarrubias, encendieron las primeras luces para el entendimiento de la arqueología guerrerense; le sigue una etapa de vacío, en la que los estudios fueron prácticamente nulos y, por último, de los años setenta a nuestros días, la de las investigaciones recientes. Estas últimas, aunque de diversa índole, aisladas, inconexas y con resultados e interpretaciones asimétricas, han proporcionado una gran cantidad de datos gracias a innumerables rescates; a la atención de denuncias de saqueo; a proyectos formales como los de Louise Paradis, Paul Schmidt, Guadalupe Martínez Donjuán, Christine Niederberger y Rosa Ma. Reyna, y a los de salvamento, como los de José Luis Lorenzo, Noemí Castillo y Raúl Arana, Felipe Rodríguez, Rubén Cabrera, Rubén Manzanilla y Arturo Talavera, por nombrar unos cuantos. De tal suerte, la arqueología de Guerrero se abre ahora para darnos a conocer un panorama insospechado y a veces demoledor de ideas preconcebidas.
Hasta hace sólo dos décadas, en la arqueología de Guerrero persistían dos grandes incógnitas: la presencia olmeca y el “estilo Mezcala”. Por lo que se refiere a la primera, los numerosos testimonios de la época olmeca que se han encontrado incluyen arquitectura ceremonial y funeraria –esta última con innovaciones como la bóveda falsa–, complejos sistemas hidráulicos construidos con grandes bloques de piedra –hasta ahora únicos en su género–, escultura monumental y portátil, cerámica, pintura rupestre y otros elementos que, aunque con su sello propio, tienen rasgos de la iconografía olmeca. Ahora sabemos que tan abundantes evidencias no son producto de “influencias” venidas de la Costa del Golfo, sino creaciones de una civilización multiétnica y plurilingüística sincrónica, distribuida en un amplio territorio: la naciente Mesoamérica, que se identifica a través de un estilo peculiar panmesoamericano, reflejo de un sistema compartido de creencias, con lo que se les ha dado su justo valor a regiones fuera del “corazón olmeca” (Niederberger, 1987).
En los cinco o seis siglos anteriores a nuestra era evolucionó una cultura regional, muy distinta de las del resto del Occidente de México, llamada cultura Mezcala, que antecedió y sobrevivió a la época teotihuacana. Esta cultura alcanzó su máximo desarrollo y expansión durante el Epiclásico (650/700-900/1000 d. C.), y algunos de sus componentes perduraron hasta tiempos mexicas.
Los paisajes
A primera vista, la región donde se desarrolló la cultura arqueológica Mezcala es de aspecto inhóspito. Es un territorio extremadamente montañoso donde las diferencias de topografía y altitud son notorias en cortas distancias; en el que los suelos propicios para la agricultura son escasos y se presentan de manera intermitente; donde las estribaciones de las sierras que lo limitan, bastante similares en clima y vegetación, bajan hacia la muy diferente cuenca del Balsas; en el cual existe un notable contraste entre la época de secas, que presenta un paisaje gris y desolador, y la de lluvias, cuando todo se viste de tonalidades en verde; donde existe una gran cantidad de formas vegetales endémicas y en el que se encuentra el mayor número de burseras de nuestro país, como los huizaches y los copales, entremezcladas con diferentes cactáceas. En esta región la fauna fue abundante y variada y en ella destacaron, por sus cualidades alimenticias, el venado cola blanca, el pecarí, los conejos, las liebres y diversas aves.
La región hidrográfica interna más importante es la del río Balsas. Su lecho, cortado profundamente en depósitos aluviales, hace que su cauce corra casi siempre encerrado en hondos y angostos cañones pero, al llegar a la tierra caliente, al occidente de la entidad, se ensancha dejando bajiales propicios para la agricultura. Este río y sus tributarios constituyeron los ejes de comunicación e intercambio entre las diferentes regiones.
En este territorio, que abarca las dos cuencas orientales del Balsas, se conocen, además de las famosas figurillas esquemáticas de estilo Mezcala, decenas de sitios con arquitectura monumental distribuida alrededor de plazas y patios encerrados, gran variedad de cerámicas y diferentes testimonios culturales, todos ellos elementos autóctonos y perfectamente diferenciables de otros de Mesoamérica.
Rosa Ma. Reyna Robles. Doctora en antropología por la UNAM. Investigadora de la Dirección de Salvamento Arqueológico del INAH. Vicepresidenta del Colegio Mexicano de Antropólogos.
Reyna Robles, Rosa Ma., “Guerrero y la cultura arqueológica Mezcala”, Arqueología Mexicana núm. 41, pp. 68-73.
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