Muchas son las maneras de aproximarse, de sentir y de recrear la milenaria tradición de las culturas mesoamericanas; una de ellas, la fotografía, nos conduce a un mundo de encuadres, escenografías y significaciones tan diverso como diferentes son cada uno de los fotógrafos detrás de la cámara, tan variados como las culturas y las ideologías, las percepciones y los momentos que las determinan.
Al mirar las fotografías de zonas arqueológicas que Armando Salas Portugal (1916-1995) logró plasmar –bajo esa actitud de comunión, respeto y disfrute estético que siempre asumió ante la realidad fotografiada–, percibimos el sentido humanista y artístico que se encuentra detrás de sus imágenes, y entendemos por qué éstas se transforman en verdaderos paisajes arqueológicos.
Cuando este incansable viajero de la tierra mexicana cambió su profesión de químico por la alquimia de la fotografía, decidió compartir con nosotros su capacidad de fusionar el paisaje natural y el paisaje arquitectónico, así como ofrecernos su manera personal de recrear y resignificar imágenes fotográficas, por ejemplo, al pintarlas al óleo y de tal manera “iluminar” la atmósfera aprehendida por la cámara.
1944 es un año significativo para Salas Portugal: expone parte de su trabajo fotográfico en el Palacio de Bellas Artes y establece contacto con el arquitecto Luis Barragán. Otra fecha importante, 1986-1987, corresponde a la exposición de sus fotografías de zonas arqueológicas de México, exposición que inaugura uno de los espacios de exhibición artística del Centro Cultural Arte Contemporáneo.
Esta exposición, Los antiguos reinos de México, resultó tan significativa como la de 1944, pues reunió una valiosa selección de su trabajo en zonas arqueológicas, el cual se remonta al año de 1942. Las imágenes presentadas en esta exposición pueden definirse como fotográfico-pictóricas; en ellas está presente la visión plástica y poética de Salas Portugal; ellas, además, resultan un testimonio invaluable de otros tiempos, son el resultado de verdaderas expediciones a regiones que entonces eran de difícil acceso y suponían condiciones de convivencia, de interacción con la naturaleza y con otros grupos humanos, muy diferentes a las que ahora prevalecen.
Así, por ejemplo, las fotografías de Bonampak, además del sentido plástico y de la calidad estética, testimonian un México distinto y evocan otra realidad; ahora, los paisajes ya no son los mismos, como tampoco lo son el acceso a la zona y la interrelación del fotógrafo con el sitio. Antes, llegar a Bonampak suponía 40 días de viaje a través de la selva, conviviendo con los lacandones, sorteando dificultades de todo tipo, entre las que no debemos menospreciar el enorme esfuerzo económico: en sus 53 años de viajes por todo el país, Salas Portugal sólo recibió en tres ocasiones subsidio gubernamental. Esa postura ante la vida, ese gusto por conocer, rescatar y recrear libremente la realidad, lo relacionan con el sentido estético plasmado por José María Velasco, Linati, Charnay o Teoberto Maler.
En sus fotografías, vegetación y vestigios arqueológicos se unen para documentar y transmitir múltiples sensaciones estéticas, al igual que cierta visión nostálgica del pasado cultural y de un universo natural que cada vez parece más ajeno a nuestra vertiginosa vida cotidiana. Sus fotos captan otro México, porque ahora esos paisajes iluminados por él –como los de Palenque, Yaxchilán, Chichén Itzá– han sufrido una transformación radical.
Atmósferas donde la piedra y la naturaleza se integran y se transmutan en una belleza extraña, sobrenatural, lograda gracias a la alquimia entre el ojo y la cámara del artista: mundos misteriosos, universos poéticos y oníricos donde los templos, los relieves, columnas y pórticos, en conjunción con la naturaleza envolvente de nuestra geografía (nubes, montañas, niebla, árboles y agua), adquieren una carga estética sustentada en una metáfora intemporal de nuestras formas culturales y de nuestro territorio, transformados en lírica visual.
Dentro de la multiplicidad de realidades constitutivas de México, dentro de sus diversos lenguajes, Salas Portugal descubre el lenguaje de todos los paisajes: el paisaje donde la imagen habla por sí misma, sin intenciones documentales o anecdóticas, de manera que así se trate de las imágenes de Los pueblos de antes, de Los antiguos reinos de México o de la arquitectura contemporánea (como el espléndido trabajo fotográfico sobre las construcciones de Luis Barragán), sus fotografías siempre dan fe de la sustancia plástica de aquello que es por él capturado en imagen, al margen de cualquier tipo de connotaciones.
Gracias a esta capacidad plástica de resumir en su pureza al objeto de su fotografía, su trabajo hace posible una conjunción armónica entre diversas manifestaciones artísticas; de tal forma que sus imágenes fotográficas de zonas arqueológicas no se violentan al vincularse a la pintura y las imágenes de Los pueblos de antes resultan totalmente afines al imaginario de los textos literarios que las acompañan. De igual manera, sus fotografías de la arquitectura de Barragán –objeto de publicaciones, así como de una exposición en el Museo de Arte Moderno de Nueva York– interactúan con ésta de manera casi orgánica, al grado de que resultan mutuamente una referencia obligada y enriquecedora.
Maricela González Cruz Manjarrez. Licenciada en filosofía por la UNAM. Maestría en historia del arte por la UNAM.
González Cruz Manjarrez, Maricela, “Homenaje a Armando Salas Portugal. Paisajes arqueológicos”, Arqueología Mexicana, núm. 15, pp. 60-63.
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