Juego del volador

Enrique Vela

El teatro y el baile no eran las únicas diversiones de los Mexicanos. Tenian tambien juegos públicos para ciertas solemnidades, y privados para recreo doméstico. A la primera clase pertenecia la carrera, en que empezaban á adiestrarse desde niños. En el segundo mes, y quizás en otros del año, habia juegos militares, en que las tropas representaban al pueblo una batalla campal: recreos ciertamente útiles al estado; pues ademas del inocente placer que daban á los espectadores, ofrecian á los defensores de la patria los medios mas oportunos de agilitarse y acostumbrarse á los peligros que los aguardaban.

Ménos útil, pero mucho mas célebre que los otros, era el juego de los voladores, que se hacia en algunas grandes fiestas, y particularmente en las seculares. Buscaban en los bosques un árbol altísimo, fuerte y derecho, y depues de haberle quitado las ramas y la corteza, lo llevaban á la ciudad, y lo fijaban en medio de una gran plaza. En la estremidad superior metian un gran cilindro de madera, que los españoles llamaron mortero, por su semejanza con este utensilio. De esta pieza pendian cuatro cuerdas fuertes, que servian para sostener un bastidor cuadrado, tambien de madera. En el intervalo entre el cilindro y el bastidor, ataban otras cuatro cuerdas, y les daban tantas vueltas alrededor del árbol, cuantas debian dar los voladores. Estas cuerdas se enfilaban por cuatro agujeros hechos en el medio de los cuatro pedazos de que constaba el bastidor. Los cuatro principales voladores, vestidos de águilas ó de otra clase de pájaros, subian con estraordinaria agilidad al árbol, por una cuerda que los rodeaba hasta el bastidor. De este subian uno á uno sobre el cilindro, y despues de haber bailado un poco, divirtiendo á la muchedumbre de espectadores, se ataban con la estremidad de las cuerdas enfiladas en el bastidor, y arrojándose con ímpetu, empezaban su vuelo con las alas estendidas. El impulso de sus cuerpos ponia en movimiento al bastidor y al cilindro: el primero con sus giros desenvolvia las cuerdas de que pendian los voladores; así que, miéntras mas se alargaban, mayores eran los círculos que ellos describian. Miéntras estos cuatro giraban, otro bailaba sobre el cilindro, tocando un tamboril, ó tremolando una bandera, sin que lo amedrentase el peligro en que estaba de precipitarse desde tan gran altura. Los otros que estaban en el bastidor, pues solian subir diez ó doce, cuando veian que los voladores daban la última vuelta, se lanzaban agarrados á las cuerdas, para llegar al mismo tiempo que ellos al suelo, entre los aplausos de la muchedumbre. Los que bajaban por las cuerdas solian, para dar mayor muestra de habilidad, pasar de una á otra, en aquella parte en que por estar mas próximas podian hacerlo con seguridad.

Lo esencial de este juego consistia en proporcionar de tal modo la elevacion del árbol, y la longitud de las cuerdas, que con trece vueltas exactas llegasen á tierra los cuatro voladores, para representar con aquel número el siglo de cincuenta y dos años, compuesto, según he dicho, de cuatro periodos de trece años cada uno. Todavía se usa esta diversion en aquellos paises; pero sin atencion al número de vueltas, y sin arreglarse en otras circunstancias á la forma antigua, pues el bastidor suele tener seis ú ocho ángulos, según el número de los voladores. En algunos pueblos ponen ciertos resguardos en el bastidor, para evitar las desgracias que han ocurrido con frecuencia despues de la conquista; porque siendo tan comun en los indios la embriaguez, subian privados de razon al árbol y perdían fácilmente el equilibrio en aquella altura, que, por lo comun, es de sesenta piés.

Francisco Javier Clavijero, Historia antigua de

México y de su Conquista
…, 1844, pp. 236-237.

 

Enrique Vela. Arqueólogo por la ENAH, editor, desde hace 30 años trabaja en el ramo editorial.

Vela, Enrique, “Juego del volador”, Arqueología Mexicana, edición especial núm. 88, pp. 30-31.