La casa real de Tenochtitlan. Don Diego de San Francisco Tehuetzquititzin

María Castañeda de la Paz

Don Diego de San Francisco Tehuetzquititzin era hijo de Tezcatlpopocatzin y nieto de Tizocic (o Tízoc), séptimo tlatoani de Tenochtitlan. Fue el único miembro de este linaje que llegó al trono de Tenochtitlan en la Colonia, el que ocupó entre 1541 y 1554. El nombre “Tehuetzquiti” significa “cosa donosa que haze reyr, o chocarrero, o dezidor”, de ahí que la máscara que forma parte de su glifo onomástico se haya visto como una careta de las que se usan en la interpretación para hacer reír a la gente.

Las fuentes siempre pintan a Tehuetzquititzin como un personaje de acción, no sólo en el campo de batalla sino también frente al sistema burocrático español. Participó en varias guerras de conquista y a todas trató de sacarles provecho. La primera vez que lo intentó fue mediante una carta escrita junto a otros nobles tenochcas en 1532; en ella hacía valer su papel en la conquista de Honduras, motivo por el cual reclamaba la merced de dos tierras al sur de Tenochtitlan. Es decir, solicitaba al monarca el mismo reconocimiento y las mismas compensaciones con las que él distinguía a los conquistadores españoles.

A pesar de tales intentos no hay pruebas de que don Diego obtuviera respuesta a sus solicitudes y nada se vuelve a saber de él hasta la llegada del virrey don Antonio de Mendoza (1535), que sin duda fue una persona clave en su vida. El virrey fue quien lo nombró gobernador de los tenochcas en 1541, y en ese mismo año lo acompañó a la guerra de la Nueva Galicia, conocida como la Guerra del Mixtón, encabezando don Diego a las tropas tenochcas. Una decisión que quizás aún formaba parte de los antiguos rituales de entronización, en los que el recién elegido debía ir a la guerra a “lavarse como señor” (motlatocapaca) y validar así su señorío.

Su buena relación con el virrey explica que el 26 de febrero de 1546, don Antonio de Mendoza y otras autoridades españolas aprobaran su probanza, por medio de la cual don Diego solicitaba 200 pesos de oro anuales para su sustento y un escudo de armas. Los argumentos presentados para recibir una respuesta favorable del monarca solían ser siempre los mismos: la noble ascendencia del autor de la petición, su amistad con los españoles, las acciones que lo avalaban como buen cristiano, pero, sobre todo, los servicios que el solicitante había prestado al monarca en las guerras de conquista. Entre sus 14 testigos había muchos españoles y todos respaldaron cada detalle de su noble ascendencia, las muestras de su verdadera conversión cristiana, su amistad con los españoles, su buen gobierno, así como su infatigable labor en las guerras de conquista: la expedición de las Hibueras junto a Cortés, donde estuvo dos años y medio de su vida; la conquista del Pánuco, también con el marqués del Valle; la posterior sublevación de esta provincia, en cuyo apaciguamiento participó con el capitán Sandoval y, finalmente, su labor en la conquista de la sublevada provincia de Nueva Galicia, donde él fue malherido y su hijo, Pedro Cihuayzte, herido de muerte. El escudo le fue concedido el 23 de diciembre de 1546, pero para su sorpresa, difería enormemente del que había solicitado. Del dinero, nada decía la cédula.

Un parteaguas en la vida de Tehuetzquititzin fue la llegada del segundo virrey, don Luis de Velasco, el 5 de diciembre de 1550. Éste dictó unas ordenanzas en las cuales se ponía fin al servicio personal que el pueblo daba a sus señores, obligando a que los campesinos y pescadores fueran retribuidos económicamente por su trabajo. Aquellos que se negaron a acatar las órdenes, como le sucedió a Tehuetzquititzin, que se resistía a perder los privilegios inherentes a su condición de noble y gobernador, fueron acusados por el pueblo y sometidos a juicio, el arma legal con la que el pueblo empezaba a defenderse.

Tehuetzquititzin ya tuvo serios problemas en 1548, con el virrey anterior, pues entonces no pudo evitar la presencia de algunos jueces que acudían al llamado de los macehuales, quienes acusaban a los miembros de su cabildo por gastarse el dinero del tributo en sus fiestas y otros dispendios similares, dejando la caja de la comunidad vacía. Por ignorar las nuevas ordenanzas, don Luis de Velasco también se vio obligado a llamar a otro juez para que pusiera orden. En esta ocasión, el elegido fue don Esteban de Guzmán, principal de Xochimilco, cuyos servicios se requirieron el 15 de junio de 1554. Éste debía averiguar los robos, delitos y excesos que se habían producido en Tenochtitlan por cuenta del cabildo, cuyos miembros volvían a ser acusados de haberse mantenido fuera de la tasación que los otros jueces habían dejado establecida. Entre esas acusaciones figuraba la falta de pago por los materiales que se trajeron para las reparaciones en obras públicas, así como por el servicio personal que algunos hombres y mujeres (barrenderos y moledoras) prestaban a su palacio o tecpan. Pero para bien o para mal, don Diego murió unos días antes de la llegada del juez, quien sólo pudo interrogar a los miembros de su cabildo y se quedó en calidad de juezgobernador, mientras buscaba un sustituto

 

María Castañeda de la Paz. Doctora en historia por la Universidad de Sevilla, España. Investigadora del IIA de la UNAM. Estudia la historia indígena prehispánica y colonial del Centro de México, y se especializa en la nobleza, la heráldica, la cartografía y los códices históricos indígenas.

Castañeda de la Paz, María, “La casa real de Tenochtitlan. Don Diego de San Francisco Tehuetzquititzin”, Arqueología Mexicana, núm. 159, pp. 78-79.

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