Un hombre en lo alto de un palo de decenas de metros de altura realiza movimientos sobre un tambor en el que apenas caben sus pies. Lo rodean seis hombres, sentados en un marco, que no parecen muy preocupados por la distancia que los separa del suelo, uno de ellos incluso toca un tambor y una flauta. El hombre se dirige a los cuatro rumbos y hasta se da el lujo de realizar contorsiones. La tranquilidad de todos contrasta con el modo en el que se bambolea el palo, a saber si a resultas del viento o de la presencia de los danzantes en su cima. La escena es realmente impresionante, es una vista inimaginable antes. Durante siglos y siglos nadie ha visto el rito de los voladores así. Los espectadores siempre lo contemplaron desde abajo. Es gracias al uso de un dron que hoy podemos conseguir este tipo de ángulos, que viene a sumarse a la copiosa documentación gráfica de la Danza de los Voladores.
Estos rasgos, el del vértigo y el de la emoción ante un acto a todas luces muy atrevido, han sido desde siempre los rasgos que nos atraen sobre la Danza de los Voladores. Pero esto no se agota ahí, en emocionar y entretener, es en realidad un rito complejo y pleno de significados.
El de los Voladores es un ritual de alcance panmesoamericano cuya antigüeedad es de por lo menos 2 500 años. El hecho de que se siga practicando en la actualidad, aun con todas las variaciones que le ha impuesto el tiempo y la transformación del entorno en que se practica, es todo un alarde de persistencia cultural. Si bien los esfuerzos de las autoridades virreinales por proscribirlo tuvieron éxito en algunas zonas (señaladamente en la Cuenca de México, en la que aún así se siguió practicando hasta muy entrado el siglo XVIII), en otras pervivió, principalmente entre los nahuas, otomíes, totonacos y huastecos de la vertiente del Golfo, así como en Guatemala, donde se práctica con ciertas variantes.
Esta edición especial de Arqueología Mexicana recorre la historia de la llamada Danza de los Voladores. Para ello se hace un recuento de la información arqueológica disponible a la que se suman crónicas y descripciones del virreinato temprano. Buena parte del número se aboca a la descripción de los distintos pasos del rito de acuerdo a la etnografía, recogida en su mayoría en el siglo XX y lo que va de éste. Para ello hemos tomado como base el ya clásico estudio de Guy Stresser-Péan, La danza del volador entre los indios de México y América Central. El lector encontrará a lo largo de esta edición constantes referencias a él, pero no está de más recomendar su consulta para ahondar en prácticamente cualquier aspecto asociado con los Voladores. Respecto al simbolismo de la danza incluimos un resumen muy somero de un artículo de Jesús Jáuregui: “Una comparación estructural del ritual del volador” (2010), fundamental para entender el significado particular de los Voladores y su papel en la vida ritual del área mesoamericana. En relación con la ceremonia entre los grupos de Guatemala es recomendable el trabajo de Martha Ilia Nájera, “El rito del ‘palo volador’: encuentro de significados” (2008). Hace algunos años la Danza de los Voladores fue inscrita en la Lista del Patrimonio Inmaterial de la Humanidad de la UNESCO, lo que es un indicio de su importancia y su vitalidad.
Pretendemos que esta edición informe de las características que la distinguen, que señale su complejidad y significación y que ofrezca la perspectiva para entender sus transformaciones a lo largo del tiempo, incluso las que están en curso…
Enrique Vela. Arqueólogo por la ENAH, editor, desde hace 30 años trabaja en el ramo editorial.
Vela, Enrique, “Introducción”, Arqueología Mexicana, edición especial núm. 88, pp. 16-19.